La voz de Jamaica Kincaid –la escritora que nació hace 71 años en la isla de Antigua y Barbuda con el nombre de Elaine Cynthia Potter Richardson- revela un deseo que la “confina” en el tiempo de la infancia: “Siempre pienso que tengo siete años”, reconoció la autora de Autobiografía de mi madre y Mi hermano, publicados por Capital Intelectual, durante su participación en el Filba online. Su madre, que pertenecía a una familia de clase alta de Domínica, le enseñó a leer tempranamente “sin saber que había algo que se llamaba alfabeto”. Como la niña de tres años y medio no la dejaba en paz, decidió enviarla a la escuela, aunque no tenía la edad para empezar. “Me acuerdo que ella me dijo: si te preguntan, decí que tenés cinco. En retrospectiva, ese fue mi primer encuentro con la ficción; construir una mentira y hacerla ficción”, recordó Kincaid. “Yo leía libros con palabras que no entendía, pero me encantaba cómo sonaban; hasta hoy ese amor por las palabras, la manera en que suenan, el peso que tienen en la oración, es muy importante”.

En la entrevista con la escritora y periodista Valeria Tentoni, Kincaid comentó que se caracterizaba por “hacer lío” en la clase y que una maestra la castigó, a los siete años, a copiar el libro primero y segundo de El paraíso perdido, el poema narrativo de John Milton, un clásico de la literatura inglesa. La escritora sabe cómo narrar y construir una mitología sobre su infancia donde el castigo escolar cumple un papel estelar. “Yo quería ser escritora, yo creía que era Charlotte Brontë porque en la escuela, como castigo, mi profesora de francés me puso en un rincón, me tiró un libro y me dijo: leé esto. Leí Jane Eyre, y no fui la misma persona desde entonces. Yo solía pensar que era Jane Eyre o Charlotte Brontë o un poco de las dos. Quería ser escritora, pero creía que nadie escribía más libros después de Rudyard Kipling”, explicó Kincaid y aclaró que no leyó ninguna obra de la literatura del siglo XX hasta que llegó a los Estados Unidos, donde vive desde los dieciséis años.

A Kincaid la enviaron a Estados Unidos para trabajar como sirvienta. “Mi familia tuvo muchos más niños de los que podía tener y el niño más grande se sacrifica para ayudar por los errores que no cometió. Yo sentí una amargura muy grande, pero la superé; es una de esas historias improbables de inmigrantes que a Donald Trump le gustaría que no existiesen”, dijo Kincaid. Después de cuidar a los niños de una familia estadounidense, consiguió un trabajo como recepcionista en la agencia Magnum. Para ella fue sorprendente que contrataran, en los años setenta, a una chica negra. “Ahora las personas en Estados Unidos, tal vez en Argentina también, son hostiles a las personas que lucen como yo”, aseguró la escritora que estudió fotografía y cine apenas llegó a Estados Unidos.

“No pensé que podía escribir; no era una cuestión de no ver a una persona negra escribiendo porque veía a personas negras que escribían; pero como no era estadounidense, no me imaginé siendo parte de esa tradición de escritores. La escritura era algo que hacía Charlotte Brontë y ya no había más Charlotte Brontë”, agregó Kincaid y destacó la importancia que tuvo para ella comenzar a publicar sus historias en The New Yorker de la mano del editor William Shawn, a quien le entregó “Girl”, un texto inclasificable, que puede ser leído como un poema o un cuento. “Como en un acto de rebeldía le dije: esta es mi escritura, así escribo yo. Y él lo publicó", repasó la escritora esa etapa inicial de su carrera literaria. "The New Yorker fue como mi escuela de escritura, aprendí a construir mi propia imaginación, y también, no sé cómo, tenía la valentía de defenderla. Si él me pedía cambiar algo porque no le gustaba el lenguaje, me decía: cuando lo publiques en un libro, podés escribirlo como quieras. Y yo le decía no lo voy a cambiar. Entonces él lo publicaba de la manera en que yo quería”.

Kincaid fue acusada de ser autobiográfica, como si fuese un delito. “Philip Roth escribía sobre su vida todo el tiempo, John Updike escribió sobre su vida todo el tiempo; nadie acusa a un hombre de ser autobiográfico. Si lo hacen es de manera medio compasiva. Muchas personas dicen que tengo ira, me acusan de no escribir sobre la raza… yo crecí con personas negras; entonces si me pedís que diga ‘mi hermano negro’… mi hermano es negro y todos los hombres que conozco son negros”, precisó la escritora. “Cuando escribí sobre mi hermano, que murió de sida, no hay ningún hecho que haya sido cambiado o manipulado. Mezclo los géneros todo el tiempo; lo que no hago, incluso en la ficción, es decir una falsedad. Ahora que vivimos en un mundo de enormes mentiras que se disfrazan de verdad, en mi ficción intento escribir la verdad”.

No le gusta leer las buenas reseñas. “Me alejo de los elogios porque se suben a la cabeza; casi nunca leo una buena reseña, pero una reseña mala es muy placentera”, admitió Kincaid. “Hablan de algo sobre lo que no saben nada; es realmente difícil ganarse la vida leyendo lo que alguien escribió; luego pasan las páginas rápidamente y dicen: esto es lo peor que jamás he leído. Hay buenos críticos, pero creo que los críticos viven en cierto infierno; siento lástima por ellos”. Kincaid reflexionó sobre lo que intenta buscar a través de la escritura. “Escribir para mí es decir las cosas que no sabía que podía decir; cambié mi nombre cuando me convertí en escritora porque no podía escribir con el nombre que me habían dado. Tenía que escribir con el nombre que me di a mí misma. Pensar en algo de manera profunda también es pensar en su opuesto. Resulta obvio a esta altura que mi escritura está llena de contradicciones porque al minuto que digo algo pienso en su opuesto, admitió. "Hay que reconciliar no a esos opuestos, pero sí la idea de uno y el opuesto. Mantenerse vivo es ser fiel a eso, es ser veraz”.