Quienes leemos este diario nos enteramos recientemente, mediante una interesante nota de Mariana Carbajal, de la campaña que circula en las redes sociales, y alrededor de las mismas, titulada “Dejen jugar a Juana”. Carbajal informó sobre el caso de Juana, una apasionada futbolista de 11 años, a quien no se le permite representar al Club Mercedes en torneos oficiales por el simple hecho de que es mujer. La Liga Mercedina de Fútbol rechazó su fichaje “porque el Consejo Federal de la AFA les dijo que el reglamento no permite un equipo mixto”. Esta decisión suscitó el reclamo de la familia de Juana y la puesta en marcha de la campaña. En solidaridad, Juan Ignacio Ustarroz, intendente de Mercedes en la Provincia de Buenos Aires, firmó un decreto que declara “de Interés Municipal la participación de la niña Juana Cángaro en los torneos oficiales de la Liga Mercedina de Fútbol” y solicitó a las autoridades correspondientes que intervengan para que la niña pueda participar en los torneos oficiales de dicha liga. El tema suscita un inquietante debate.

Tanto Ustarroz como la familia de Juana argumentan que el rechazo del fichaje de la niña no respeta ni sus intereses ni su derecho a no ser discriminada negativamente y a disfrutar de la práctica deportiva.  Ustarroz apeló a la Convención sobre los Derechos del Niño, a la ley nacional de Protección Integral de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes y a la ley bonaerense de Promoción y Protección Integral de los Derechos de los Niños para justificar esta posición. Un punto central es que, como afirmó Carbajal, “en Mercedes no hay una liga femenina de fútbol infantil y por eso (la familia de Juana) está dando la batalla”.  Asimismo, Ustarroz alegó que “en tanto y en cuanto no haya una liga para mujeres es necesario que esta niña pueda jugar”. Es decir, si en Mercedes hubiese una liga femenina de fútbol infantil, los intereses así como los derechos de Juana a no ser discriminada negativamente y a disfrutar de la práctica deportiva estarían resguardados. Ante la falta de una liga con esas particularidades, Juana debería ser admitida en la liga masculina.

El modelo de igualdad de género en el deporte que subyace a la campaña “Dejen jugar a Juana” parece ser el que la literatura especializada denomina como “pluralista”. El mismo considera primordial dar cuenta tanto de las características del deporte como de las diferencias anatómicas y fisiológicas entre hombres y mujeres. Como estas diferencias tienden a favorecen el rendimiento de los primeros en detrimento de las segundas, el trato igualitario requiere que se establezcan competencias segregadas por sexo. Por ende, el modelo pluralista de igualdad de género en el deporte acepta y promueve la idea de “separados/as pero iguales” ya que al proveer oportunidades equivalentes para la práctica deportiva respeta los intereses, los derechos y la autonomía de las personas.

Quienes rechazan el modelo pluralista proponen uno alternativo, que la literatura especializada denomina como “asimilacionista”, en el que el sexo de los/as deportistas es ignorado. Dar cuenta del sexo de las personas, argumentan, constriñe la autonomía personal y restringe sus planes de vida. Bajo el modelo asimilacionista hombres y mujeres competirían en forma integrada, lo cual supondría un trato igualitario, al no discriminar a nadie en función de su sexo. Así, este modelo acepta y promueve la idea de “integrados e iguales”. Lo importante sería la calidad del rendimiento deportivo, no el sexo de quien lo manifieste. Nótese que la campaña “Dejen jugar a Juana” también podría defenderse de acuerdo a los postulados del modelo asimilacionista. Juana, talento y esfuerzo mediante, se ganó un lugar en el Club Mercedes, que está dispuesto a ficharla. Según esta postura, en un fútbol infantil integrado el sexo de Juana sería irrelevante. La clave sería, como aclaró Carbajal, que Juana “descolla con la camiseta Nº 10”.

Mi intención aquí no es evaluar los méritos y deméritos de estos modelos de igualdad de género en el deporte sino plantear que este escenario puede entenderse de varias maneras e invitar a problematizarlo. De todos modos formulo algunas preguntas teniendo en cuenta lo que propuso William K. Frankena hace más de medio siglo: “Tratar a la gente por igual no significa tratar a todo el mundo de modo idéntico; la justicia no es en modo alguno tan monótona”. ¿Será que el modelo pluralista sólo es apropiado en casos en que las diferencias anatómicas y fisiológicas entre hombres y mujeres prácticamente eliminarían a éstas de la alta competencia deportiva si se implementase el modelo alternativo? ¿Será que el modelo asimilacionista sólo es apropiado en deportes en los que dichas diferencias no son determinantes para el rendimiento? ¿Será que el modelo asimilacionista también es apropiado en etapas del desarrollo humano en las que dichas diferencias aún no se han manifestado y en contextos donde el rendimiento no es prioritario? ¿No debería el deseo de competir con hombres, incluso bajo el modelo pluralista, ser una razón suficiente para que las deportistas puedan intentarlo?

Cualquier postura que se tome frente a los dos modelos de igualdad de género en el deporte, y más allá de cómo se respondan estas preguntas, dadas las circunstancias del caso, no parece haber motivo para excluir a Juana de la Liga Mercedina de Fútbol. Hay que dejarla jugar. En ese sentido, el Consejo Federal de la AFA haría bien si explicase por qué su reglamento no permite los equipos mixtos. En su lucha para que la dejen jugar, la familia de Juana sugiere –y hasta quizá demande– que pensemos críticamente qué requiere la igualdad de género en el deporte.

* Doctor en filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).