"Con todo el dolor del alma, ha llegado el momento de anunciar mi retiro. Se terminó el jugador de fútbol. Nadie está más triste que yo", fue el lacónico mensaje que Diego Armando Maradona lanzó por radio cuatro días después de jugar su último partido en Boca como futbolista profesional, nada menos que ante River y en un Monumental repleto. Nadie, ni siquiera el propio protagonista, imaginó que aquel Superclásico del 25 de octubre de 1997 sería su canto del cisne. Un canto desaforado y feliz, porque pese a que estuvo apenas 45 minutos en cancha, el Xeneize pudo darlo vuelta y ganó 2-1. Pero el hecho relevante estuvo enmarcado por un magno evento: el pueblo argentino fue testigo de los últimos pases de magia del máximo símbolo de la redonda, dueño de una de las carreras más brillantes que se hayan visto en la historia del fútbol, matizada también por momentos oscuros.

En ese caluroso sábado por la tarde hubo incesantes cantitos cruzados porque, claro, los hinchas visitantes podían ir a la cancha. Y los tesoreros de River se frotaban las manos, porque la recaudación superó el 1,1 millón de dólares. 

Pero la jornada en Núñez comenzó con un momento muy emotivo: se cumplían nueve meses del ominoso asesinato de José Luis Cabezas, y familiares y colegas desplegaron una bandera con los ojos del fotógrafo para exigir justicia. Atada con globos negros, la dolorosa mirada inscripta en esa bandera se elevó al cielo. El silencio, compartido por ambas hinchadas, fue conmovedor. 

Se definía la punta del Apertura: River llegaba a la fecha 10 como líder con 22 unidades, una más que Boca, que tenía una racha de siete años sin derrotas en la casa de su máximo rival. El capitán Maradona arengó a sus compañeros en la boca del túnel y salió al campo de juego a capear los atronadores silbidos de unos 50 mil hinchas millonarios que colmaban las tribunas del Monumental. El apoyo incondicional que partía desde la tribuna Centenario, copada por 10 mil fanáticos boquenses, volvió a estremecerlo. Y entonces sobrevino un momento incómodo en el banco local, cuando el Diez se acercó al trotecito para estrechar la mano del entrenador Ramón Díaz, un compinche futbolístico de antaño, luego devenido enemigo enconado. 

River pisó el césped con Burgos; H. Díaz, Ayala, Berizzo, Placente; Monserrat, Astrada, Berti; Gallardo; Rambert y Salas. Por su parte, el DT Héctor Veira alistó a Córdoba; Vivas, Bermúdez, Fabbri, Arruabarrena; Toresani, Cagna, Solano; Maradona; Latorre y Palermo. 

Pero Diego ya estaba disminuido físicamente y su fútbol no pesó en el partido. A falta de cinco minutos para el entretiempo, lejos de la jugada, algo errático y poco participativo, el astro tuvo que digerir que el chileno Salas se la baje de cabeza a Berti y que el ex volante de Boca, con un letal zurdazo cruzado, convirtiera el 1 a 0.

Con el triunfo parcial de River por la mínima, la sorpresa llegó cuando todo estaba listo para el complemento. Ante el asombro general, Maradona no estaba ya entre los once de Boca. El Bambino Veira puso en su lugar a Claudio Caniggia. Y aunque la creencia popular asegura que su reemplazante fue Riquelme -en un simbólico traspaso de la Nº 10 xeneize-, en la planilla aquel Román de apenas 19 años ingresó en verdad por Nelson Vivas.

Ya sin su capitán en la cancha, Boca igualó el trámite apenas 120 segundos después de reanudado el juego por intermedio de Toresani, quien recibió un magnifíco pase de Latorre que el ex volante millonario definió con "tres dedos" ante la salida desesperada de Burgos. Era el 1 a 1 y aún faltaba el dulce para la hinchada xeneize. 

Porque el visitante dio vuelta el encuentro con un Palermo de cabeza platinada que iniciaba así su tradición de marcarle a River. Bajo la persistente llovizna que tornaba épico el escenario, aquel inolvidable cabezazo del 9 -luego de que el Patrón Bermúdez cortinara a Burgos y de que la pelota se colara junto al palo derecho- le entregaba a Boca el definitivo 2-1, en medio de los airados reclamos al árbitro Horacio Elizondo de todo el conjunto local, que pedía falta del colombiano al Mono.

El final del partido desató la locura de Maradona, que regresó al campo con el torso desnudo luego de ver el partido en el vestuario y, fiel a su estilo, cargó a los hinchas riverplatenses. Luego regaló otra de sus frases para la posteridad: "Boca jugó a lo Boca y River jugó a lo River. Ellos hicieron un gran primer tiempo, pero en el segundo se les cayó la bombacha". 

Pese a que el Diez se iría exultante y vencedor de Núñez (hasta declaró que pensaba en jugar hasta los 40 años), tres días después del partido comenzó a circular el rumor de que había dado positivo en un control antidoping. Y que debido a la amargura y la preocupación, su padre había fallecido. "Le había prometido a mi viejo que no le iba a dar disgustos ni motivos que dañaran su salud. Lo que se dijo con respecto a él fue una canallada", aseguró el ídolo que, harto de los dimes y diretes sobre su persona y su familia, decidió anunciar su retiro luego de 704 partidos, 360 goles y 11 títulos que llevaron el fútbol a su máxima expresión.

Y aunque muchos creían que sólo se trataba de una finta más, lo cierto fue que el mejor jugador de la historia había dejado sus últimas pinceladas en aquella tarde de sábado en el Monumental. Al día siguiente, 30 de octubre, Diego cumplió 37 años. Pero no había mucho para festejar. Por si fuera poco, el pueblo futbolero se quedaba sin las genialidades del Diez campeón del mundo con la Selección Argentina en México '86 y subcampeón en Italia '90. Nada fue igual sin él en la cancha, porque dejó un hueco insondable que a la fecha se empecina con mantenerse vacío.