Donald Trump es un personaje que puede presentarse en cualquier lado. Es una de sus cualidades, se trata de esa especie de personajes teatrales que pueden actuar de maneras muy distintas. Incluso con una misma persona puede tener relaciones muy diferentes, basta con observar esa suerte de ballet que baila con el dirigente coreano. Hay un nudo de hostilidad constituido en Trump y también hay otras cosas que son caprichosas, flotantes, de las que habla tempranamente por las mañanas en sus muy diversos tweets. Trump es esencialmente escéptico sobre los problemas vinculados al clima, pero también puede hablar en cualquier tipo de contexto. En la jerga psicoanalítica podría decirse que es una persona que no tiene superyó, alguien que no se controla a sí mismo.

Algo que sabemos desde los tiempos de Marx es que el núcleo del capitalismo, aquello que nos permite hablar de capitalismo en coyunturas muy diferentes, es evidentemente que los grandes medios de producción, de intercambio y de distribución, son apropiados en un registro privado. Ahora bien, que sean apropiados en un registro privado, significa que en realidad la regla general que los contiene es la regla de la ganancia, una ganancia abstracta que finalmente hace un giro de autonomía financiera, eso es el capitalismo. Hasta tanto no se extirpe ese carácter normativo de la búsqueda de ganancia estaremos en la situación que conocemos desde el siglo XIX. Por ejemplo, ¿por qué aparecen tantos obstáculos para solucionar los problemas ligados al cambio climático? Porque solucionarlos impactaría en el estado actual de la producción, de su posesión, de la distribución de riquezas, y desequilibraría seriamente el núcleo del capitalismo.

Trato a Trump más bien como un síntoma. Es decir, este ensayo no es una descripción de las actividades de Trump que todo el mundo conoce, es en realidad el nombre de un síntoma y en el fondo, me pregunto de qué será síntoma este nombre. Es decir, cuál es el universo que hizo posible que Trump esté aquí como uno de los síntomas del mundo contemporáneo. Es por esa simple razón que no necesité decir otra cosa más que “Trump”.

Pero también debo decir que el libro está totalmente marcado por su coyuntura original, que es una conferencia que dicté en inglés en Los Ángeles en el marco de la elección de Trump. Una conferencia que pronuncié delante de un público literalmente aterrorizado porque durante buena parte de la noche se pensaba, y ellos desde luego lo pensaban, que Hillary Clinton ganaría la elección. La elección de Trump se fue consolidando a lo largo de la noche y por lo tanto tenía ante mí a una masa de estudiantes y de profesores que aún estaban impactados. En ese contexto me interesaba el golpe que significaba esa palabra: “Trump”. Sentí que debía explicar el síntoma. ¿Cómo era posible que esa cosa imprevisible, y para ellos terrible, hubiera podido suceder?

Lo que justamente intento decir es que sin que hubiera exactamente una premisa de Trump en tanto que Trump, que porta en sí una singular extravagancia, había algo que exhibía ya un mal funcionamiento de la democracia parlamentaria. Y no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo. Trump surgió como una anomalía en comparación con lo que lo había precedido. Y especialmente en Estados Unidos, porque venía después de otra anomalía que, a pesar de todo, era de signo contrario. Me refiero a la elección de un presidente negro, a la investidura de Barack Obama. Esa elección fue presentada como una suerte de liberación de la cuestión negra en Estados Unidos, fue una especie de contraejemplo, pero, al mismo tiempo, era parte de una situación que podía ser analizada como un disfuncionamiento del sistema de partidos en el dispositivo parlamentario a escala mundial. Tal como sucede en Francia hoy en día, donde vemos que la derecha está dispersa, la izquierda está enferma, la extrema derecha sigue su curso y finalmente ha surgido un personaje “diagonal” encarnado en la figura del presidente Macron, en el caso de los Estados Unidos la elección de Trump también es el signo de un desarreglo profundo de las relaciones “normales” entre republicanos y demócratas, es decir entre derecha e izquierda. Trump es excesivo incluso para la propia derecha, tanto como Hillary Clinton era “deficitaria” para la izquierda, en ese contraste se basó el éxito de Trump.