Algunos años atrás, un periodista señaló sobre Elisabeth Moss: “Es excelente en representar a personajes muy reservados, con heridas profundas, que reprimen sus sentimientos”. El trabajo que ha hecho desde entonces parece diseñado para probar que esa declaración estaba equivocada. Tomó cocaína, tuvo brotes de furia y desparramó sangre en Her Smell (2018); usó un par de tijeras para dibujarse una mueca en su propia cara en Nosotros (2019) ; se abrió camino entre el peligro a las puñaladas y tiros en El hombre invisible (2020). Y ahora llega Shirley.

En una claustrofóbica pieza de cámara, Moss es la novelista especializada en horror Shirley Jackson, una gruñona agorafóbica antisocial. Ella vio mucha de sí misma en la escritora. “Soy bastante solitaria”, dice la actriz de 38 años mientras se toma un batido verde claro. “Para mí la cuarentena fue un soplo de aire fresco porque no tengo problemas en quedarme en mi casa por períodos muy, muy largos de tiempo; no tengo problema en no ver a nadie. Y me entierro a mí misma en el trabajo”.

Moss habla por Zoom desde su hogar en New York. La actriz ha dicho que guarda sus premios en las estanterías, pero en las atestadas filas que se ven detrás de ella no hay señales de sus dos Globos de Oro (por Top of the Lake y El cuento de la criada), su Emmy (también por El cuento…) y el del Screen Actors Guild por Mad Men.

Shirley marca la primera vez en las tres décadas de carrera en la que Moss interpreta a una persona de la vida real, aunque la historia se toma deliciosas linertades con respecto a la vida de Jackson. Borrando a sus cuatro hijos e inventando una infatuación con una joven mujer casada, se preocupa más por capturar el complejo espíritu de la escritora antes que por apegarse a los hechos. En el film se la ve por primera vez rodeada de polvo y desechos, profundamente lanzada a lo que su marido Stanley (Michael Stuhlbarg) llama uno de sus “brotes”. La llegada de los nuevos vecinos Fred (Logan Lerman) y Rose Nemser (Odessa Young), por la cual Shirley se siente de algún modo atraída, insufla nueva vida en ella.

Moss consideró al personaje liberador. “Creo que hay mucho de Shirley en nosotras”, dice. “Tendemos a dudar sobre si decir cuertas cosas porque no queremos parecer jodidas y no queremos parecer difíciles, y nos mordemos la lengua y hasta casi que tenemos que hablar de una manera diferente a como lo hacen los hombres. Lo que me encantó de Shirley es que ella dijo exactamente lo que pensaba, lo que tenía en mente, y le importaba un carajo que pareciera una jodida”.

En una escena, atrapada en una fiesta en la que ya no quiere estar, Shirley tira vino tinto sobre todo el sofá del dueño del casa solo por el placer de hacerlo. “¿Cuántas veces quisimos hacer algo como eso?”, dice Moss. “Simplemente querés decir ‘A la mierda esta fiesta, no quiero hablar con este tipo raro que me habla demasiado cerca’. Todas estuvimos ahí”.

Si Moss suena un poco misántropa, su comportamiento es todo lo contrario. Sencillamente vestda, con su nombre de Zoom declarándola como “Lizzie Moss”, es enérgica y conspiradora, tomando rápidas bocanadas de aire y hablando como si estuviera siempre al borde de la carcajada. Desdeña la idea de que actuar tiene que ser un proceso artístico agotador. “Mi trabajo está buenísimo”, dice, tomando un guión que está a su lado y sacudiéndolo frente a cámara. “Tengo estos guiones que están escritos y tengo que simular e imaginar. Es un trabajo ridículo, y hago dinero con eso y me siento vigorizada por ello. Nunca sentí que fuera un lugar oscuro, siempre lo sentí como algo luminoso”.

No es que el trabajo que haga pueda describirse de esa manera. El cuento de la criada es tan brutal en su retrato de una sociedad misógina y totalitaria que le dio a una crítica del Telegraph un ataque de ansiedad. Moss atravesaba la filmación de la primera temporada cuando Donald Trump fue electo Presidente de los Estados Unidos, y de pronto la idea de que se eliminaran los derechos de las mujeres no pareció tan descabellada. Tal como la Peggy Olson de Mad Men se convirtió en un icono feminista –aun quien no vio la serie reconoce la imagen de Peggy fanfarroneando en el trabajo, con gafas de sol y un cigarrillo en la boca-, Offred se volvió un símbolo del sufrimiento y la supervivencia femenina.

Nunca fue fácil estar a la vanguardia de un movimiento feminista. La actriz dice que fue “un error” asegurar en una entrevista pública que el show era una historia humana y no una historia feminista. Como integrante de la iglesia de la Cienciología –nacida en Los Angeles, la autodescripta “chica del valle” fue criada en esa religión por sus padres músicos-, ha tenido que defenderse de acusaciones de hipocresía. Cuando un fan señaló en Instagram que “tanto Gilead como la Cienciología creen que toda fuente externa (las noticias) está equivocada o es malvada”, Moss respondió: “Eso en realidad no es verdad con respecto a la Cienciología”. Su religión es una de las pocas cosas de las que no le gusta hablar en las entrevistas. “Entiendo la fascinación, pero tenés que tener derecho a la privacidad”.

En la actualidad Moss no tiene problemas en encuadrar su trabajo a través de los lentes feministas. Dice que El hombre invisible, la película de terror en la que una mujer, Cecilia, escapa de su abusiva pareja solo para ser acosada por su invisible presencia, fue “una analogía gigantesca” del abuso y las relaciones tóxicas. “El hombre invisible puede ser tu ex novio, ex amigo, ex jefe, lo que sea que te hace sentir amenazada por cualquier tipo de ciclo de abuso”, dice la actriz. “Es lo que queríamos que fuera. Esa sensación de ‘tengo que superar esto, tengo que pelear contra esta presencia que no se irá, este trauma que no se irá’. Es la historia que estábamos tratando de contar, como un Caballo de Troya en el envase de una película de terror”.

Nunca se ve en realidad el abuso del que Cecilia está escapando, pero tampoco se necesita. Cada encogimiento, grito y escalofrío delata la profundidad del trauma de su personaje. Aunque ella es capaz de captar cada sutileza, no es esa clase de actriz de una única lágrima rodando por la mejilla; su llanto es con convulsiones de todo su cuerpo. Incontables mujeres les escribieron después del estreno –uno de los últimos grandes lanzamientos antes de la pandemia, que recaudó 134 millones en taquilla- para decirle cuán identificadas se habían sentido con la historia. “Podían aparecer amigas de las que no sabía que habían atravesado una experiencia así para decirme que ver la película había sido catártico”, señala. “Creo que todas tenemos experiencias en las que sentimos que nos ahogan, que toman ventaja sobre nosotras o nos dicen que estamos locas por creer o sentir algo. Esa historia de abuso no es algo que haya surgido en los últimos cinco años. No es un vagón al que cualquiera se sube ahora. Es una historia tan vieja como el tiempo”.

Moss siente una profunda responsabilidad por contar bien las historias de mujeres; viene interpretando complejos personajes femeninos desde que era adolescente, cuando fue una de las víctimas –junto a Angelina Jolie y Winona Ryder- de Inocencia interrumpida, o como la chispeante hija del Presidente en las siete temporadas de The West Wing. “Las mujeres pueden ser maravillosas y tener defectos, pueden ser buenas y malas y complicadas; para mí todo se trata de contar una historia honesta”, dice. “No se trata de contar la historia de alguien perfecto o que sea una lección moral, solo contar historias de mujeres con honestidad. Ese es el principio que me guía.”

Moss en Shirley.

Entonces apunta a su línea favorita en Shirley: Stanley está cuestionando la fascinación de su esposa por una mujer desaparecida, una estudiante a quien no conoce pero con la que siente un vínculo. “Y ella responde ‘No me digas que no conozco a esta chica’”, dice Moss. “Siento que es es muy cierto para muchas de nosotros. Todas tenemos experiencia común como mujeres, sea en sentirse solas o en sentir que no podés hablar sobre algo, o sentir que si lo hacés te van a decir que estás loca, o que sos histérica o difícil. Tenemos esa experiencia común, y amé esa línea de diálogo porque amé la idea de ella mirando a este hombre y diciendo ‘No me digas que no sé lo que se siente. No tenés idea de lo que siento’”.

Es por eso que se siente tan aliviada desde que, gracias al movimiento #MeToo, las mujeres están compartiendo cada vez más sus experiencias con las demás. “He tenido más conversaciones en los últimos años que las que tuve todo el tiempo anterior”, dice. “Es importante para nosotras hablar de esto. Aun en cosas como estar en un encuentro y que un hombre interrumpa a una mujer, eso es algo que ahora se advierte. Ahora podés decir, en las maravillosas palabras de (la candidata demócrata a la vicepresidencia) Kamala Harris, ‘Estoy hablando yo’. No quiere decir que no siga sucediendo, pero hay un mayor reconocimiento de que no debe hacerse. Y eso ya es algo bueno”.

Moss también trata de fijar un ejemplo para las generaciones jóvenes. Cuando veo que alguien con quien estoy trabajando tiene una opinión y la pronuncia, creo que es importante decir ‘Gracias por hacer eso. Te escucho. Es exactamente lo que tenés que hacer’. Está bien tener una opinión. Está bien decirla”. Y sonríe: “Nadie va a pensar que sos una jodida.”

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.