Desde París

Después de la hecatombe trumpista y la noche electoral incierta vino la prudencia, seguida por la precipitación, la alegría y, al final, un inmenso suspiro de alivio. Para los europeos, el mundo quedó colgado de un hilo oscilando sobre el vacío mientras no se supo quien había ganado las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Luego, una vez que la victoria de Joe Biden empezó a tomar forma, las cancillerías de la Unión Europea liberaron su alegría con mensajes de felicitación en las redes sociales sin siquiera esperar a que el mismo Trump aceptara la derrota. Cuatro años turbios, condimentados de vulgaridades, diletantismo, agresiones, despechos, desplantes, acuerdos internacionales no respetados y otros boicoteados parecían, de pronto, haber llegado a su fin. Trump ha sembrado un tal caos en un orden mundial antes presidido por Washington que hasta los mas finos diplomáticos dejaron escapar una lagrima de emoción. ”Ha llegado la hora de refundar el mundo”, dicen en privado algunos dirigentes del Viejo Continente. Ha quedado una herencia tan degradada que hasta un tímido como Biden tiene aura de revolucionario.

Para Europa, la derrota de Trump reviste varios significados. El primero es que se va uno de los dirigentes más hostiles a la Unión Europea y al multilateralismo, y entre otras cosas se abre la posibilidad de racionalizar y reencausar el tema del acuerdo nuclear con Irán, del cual Trump retiró a su país. También hay una perspectiva alentadora de que Estados Unidos cambie su posición con respecto al cambio climático y al acuerdo de París, de donde Trump también se fue, y un regreso de Washington a instancias internacionales como la Organización Mundial de la Salud (Trump se fue en 2020), la Unesco y el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (2018). Esos organismos internacionales son vistos como “ejes capitales” de las alianzas y los pactos de confianza.

Otra expectativa es una posición norteamericana más estable y sin amenazas dentro de la OTAN, la Alianza Atlántica, a la cual en 2017 Trump calificó “obsoleta” y “demasiado costosa”. Todo esto llevaría a la restauración del equilibrio roto en la relación transatlántica y a que los europeos vuelvan a tener un lugar “soberano” y no quedar asfixiados, expulsados del centro o convertidos en un mero juguetito de la confrontación entre China y Washington. De principio a fin, el proceso electoral estadounidense es una gran lección llena de enseñanzas para las democracias europeas igualmente confrontadas con movimientos de ultraderecha, tan tóxicos como demagógicos. Esta consulta a gran escala e híper polarizada puede funcionar “como una hoja de ruta para combatir” las tendencias demagógicas de las ultraderechas y el atractivo que estas ejercen en la población.

Todos estos temas van a circular entre el 11 y el 13 de noviembre durante el Foro de la Paz que tendrá lugar en París y durante el cual el presidente francés Emmanuel Macron no perderá sin dudas la ocasión de resaltarlos en la agenda. Europa fue una de las grandes perdedoras del mandato de Trump. El presidente estadounidense revitalizó las extremas derechas del viejo mundo, dejó a Europa sola ”sin seguro de vida” ante Rusia y China, activó una guerra comercial sin precedentes contra la Unión Europea mediante la aplicación de gravámenes a centenas de productos, particularmente los franceses, jamás salió a calmar a Turquía cuando se confrontó a Francia y Grecia y, por encima de todo fue, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, el primer dinamitador estadounidense del modelo europeo. Con Trump, Europa perdió su papá, su protector, y pasó un poco más a ocuparse de si misma sin la ayuda del Tío Sam.

Nadie cree con énfasis que Joe Biden arreglará todo este enredo de un día para el otro, pero al menos las capitales europeas sueñan con que la próxima administración corrija el mamarracho. De hecho, la política exterior norteamericana bajo Trump fue precisamente ese: un auténtico adefesio hecho de contradicciones, golpes bajos, obsesiones (Irán) y decisiones sin pie ni cabeza. En este sentido, la política de Donald Trump en Medio Oriente ha sido una línea sinuosa y en total contradicción con la voluntad expresada a principios de su mandato de “retirarse” como actor. Muy por el contrario, Trump y su administración pesaron como pocos en la región, pero guiados por un solo objetivo que consistía en aislar a Irán. El trumpismo empleó los cuatro años en patrocinar un acercamiento entre los países árabes sunitas e Israel en nombre de esa política de neutralización de Irán. Consiguió lo primero con los acuerdos de Abraham (septiembre 2020) mediante los cuales se normalizaron las relaciones entre Israel y Bahréin y entre Los Emiratos Árabes Unidos e Israel. Desde luego, los países del Golfo renunciaron a la prioridad de la causa palestina y por consiguiente a cualquier perspectiva de una paz justa. Esa había sido su posición histórica hasta que llegó Trump y cambió el juego mientras la Unión Europea ocupaba cómodamente el asiento del espectador que, por mas que proteste o aplauda, no puede cambiar la historia.

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