Memoria, verdad y belleza. “Encontrar un hueso tuyo, enterrarlo, enterrar con él el dolor, esparcir flores para ti. Entonces ellos podrían, pero por favor no en breve, por favor no demasiado pronto, morirse en paz”. En Como si un ángel (Periférica), el escritor y traductor austríaco Erich Hackl reconstruye la vida de la mendocina Gisela Tenenbaum, “Gisi”, una joven de 22 años, descendiente de judíos austríacos emigrados a Sudamérica a causa del nazismo, campeona de natación y militante de Montoneros, que desapareció el 8 de abril de 1977 (viernes santo) en la zona de Godoy Cruz, donde también acribillaron a su compañera de militancia, la también nadadora Ana María Moral, con quien compartía vivienda. Hackl, que nació en Steyr (Austria) en 1954, un año antes que “Gisi”, trabaja con las voces del padre y la madre, las dos hermanas y sus amigas y amigos para iluminar la historia individual, pero también la colectiva.

“Gisi”, que había sido una brillante alumna en la escuela media y en la carrera de Ingeniería de la UTN (Universidad Tecnológica Nacional), estaba en pareja con Alfredo Escamez, también militante de Montoneros. Después de la intensificación de la represión en Mendoza, decidieron ocultarse un tiempo en San Juan. Escamez fue secuestrado y permanece desaparecido desde el 27 de octubre de 1976. “Gisi” logró escapar y regresó a Mendoza. Entonces encontró refugio temporario en la casa de Miguel Mancuso, solo una noche, porque no quería ponerlo en peligro a él. “¿Qué pasa con tus viejos? ¿Querés que les diga algo? No, no te acerques. Esas fueron las últimas palabras que le oí. En sus ojos podía verse que no estaba derrotada. Que en ella ardía un fuego, el afán de seguir”, se lee con Como si un ángel, publicada en alemán en 2007 y traducida por Raquel García Borsani en la primera edición al español, editada en 2019. Los viejos son Helga Markstein (que murió en mayo de 2020) y Guillermo “Willi” Tenembaum (murió en octubre de 2010), dos médicos que estudiaron la carrera mientras criaban a sus tres hijas: Heidi, la mayor; “Gisi”, cuyo nombre de guerra era Valentina, por Valentina Tereshkova, la cosmonauta soviética; y Mónica, la más chica.

Hackl (Steyr, Austria, 1954), que estudió Filología Germánica e Hispánica en las universidades de Salzburgo, Salamanca y Málaga, ha traducido al alemán la obra de Rodolfo Walsh, Eduardo Galeano, Juan José Saer y Rodrigo Rey Rosa, entre otros. El escritor austríaco no inventa; es un cronista minucioso que jamás rompe una “regla” sagrada para él: los protagonistas de sus libros son los otros, jamás el narrador que cuenta, como sucede en las “novelas sin ficción” donde los egos arrebatados de Javier Cercas o Emmanuel Carrère eclipsan más de una vez las historias sobre las que escriben. En El lado vacío del corazón (Periférica), explora la historia de los Salzmann, militantes de izquierda austríacos en Francia, Suiza y Alemania, perseguidos por el nazismo. “Mi abuela murió en un campo de concentración”, dice Hanno, el nieto, que a partir de esta revelación comenzará a sufrir acoso laboral y terminará despedido.

Hackl tradujo al alemán la obra de Rodolfo Walsh, Eduardo Galeano, Juan José Saer y Rodrigo Rey Rosa

En la Boda en Auschwitz (Destino, 2004), narra la historia del austríaco Rudi Friemel y la española Marga Ferrer, que se conocieron en la Guerra Civil española, se separaron en numerosas ocasiones y consiguieron legalizar su situación cuando Rudi, que estaba recluido en el campo de concentración de Auschwitz, recibe la visita de Marga para celebrar la ceremonia de matrimonio. En Adiós a Sidonie (Pre-Textos, 2004), recupera la historia de una niña gitana, Sidonie Adlersburg, víctima del exterminio nazi. “Mis padres y abuelos no eran ni antifascistas ni nazis. Que no hayan combatido el nazismo, fue un gran tema a lo largo de toda mi infancia y adolescencia. Pero hablaban, discutían, aprendían con nosotros, sus hijos. Ese silencio que suelen mencionar casi todos los escritores y demás intelectuales de mi generación en Austria o Alemania occidental, no lo he vivido”, cuenta Hackl en la entrevista con Página/12.

--Como trabajás una literatura documental, más cercana a la crónica y alejada de la ficción (en el sentido de inventar, fabular, imaginar), ¿cómo conociste la historia de Gisela Tenenbaum y cuántas veces te reuniste con Helga, Willi y su familia para entrevistarlos?

--Como suele pasar, supe de Gisela de pura casualidad y al mismo tiempo a consecuencia de una larga pesquisa. Había empezado, a fines de 2011, a interesarme por un compatriota mío, que fue desaparecido por los represores de la dictadura militar en 1977: Wolfgang Achtig. Casi al mismo tiempo me enteré de otros tres austríacos, o hijos de austríacos, que habían sufrido la misma suerte, e igualmente me puse a buscar documentos y testimonios de compañeros y familiares suyos. Después, en 2004, salió la novela autobiográfica de Alfredo Bauer, un gran amigo mío en Buenos Aires, que se tituló Verjagte Jugend, Juventud expulsada. En ella, Alfredo trató los primeros años suyos en Argentina, adonde había llegado con sus padres perseguidos por el régimen nazi en Viena. En la novela mencionó a dos amigos de él que también eran refugiados antinazis: un matrimonio que se estableció en Mendoza, con tres hijas, y que una de las hijas era una desaparecida. Le pregunté si se los había inventado. Que no, dijo, y me dio sus nombres, Willi Tenenbaum, Helga Markstein, y su número de teléfono. Llamé, y así empezó una de las historias más hermosas de mi vida, por la confianza de ellos que se convirtió en una gran amistad, y también por la generosidad de las hermanas y de los amigos de Gisi en aceptar entrevistarse conmigo. No recuerdo el tiempo que pasé con ellos en Mendoza, con algunos en Buenos Aires; habrán sido en total unas cuatro semanas.

--“Lo que queda es un tejido de voces, por tramos apretado, por tramos agujereado y frágil”, se lee al principio de “Como si un ángel”. ¿Cómo lográs crear el “efecto” de que el narrador parecería ser un sobreviviente, uno más de los militantes del grupo de Gisi, en el sentido de que cuenta como si los estuviera acompañando, con cierta empatía y comprensión?

--Efectivamente, de todos mis libros este fue, para mí, el más cercano por la edad de Gisi, de sus hermanas y sus compañeros. Distancias geográficas aparte, compartimos el mismo tiempo, las mismas experiencias culturales y los mismos sueños. Pero no me planteé aparecer ni yo ni el narrador como uno más del relato. Lo extraordinario fue el hecho de que gracias a la alta estima que tenían todos de los padres de Gisi, nadie de sus amigos ni de la familia se negó a atenderme, a pesar del gran dolor que el hecho de tener que acordarse significaba para ellos. Yo creo que son más bien las voces de ellos, de ellas, las que causan el efecto mencionado por ti. La empatía hacia Gisi corresponde a los sentimientos de mis informantes.

--Una frase tuya propia como escritor, “es posible que los tres intuyan la derrota, lo que ignoran es la dimensión de la catástrofe”, podría resonar en otros libros que has escrito, como si la historia de persecución, antisemitismo y nazismo, continuara, como continúa también el compromiso político y la lucha social. Como escritor, ¿sentís el “deber” o la necesidad de poner el foco en este tipo de historias que no suelen contarse?

--Sí, creo que es lo único que da sentido a mi vida y a mi oficio de escritor, incluso en mis tareas como traductor o crítico literario: formar un eslabón en la cadena de luchas, derrotas y nuevas luchas. Lo hago también para sentirme acompañado por los que no aceptaron las injusticias en las generaciones anteriores o, como en este caso, en otras latitudes.

--Hay cuestiones muy interesantes, como cuando Miguel, uno de los amigos de Gisi, recuerda que a ella le gustaba Tom Jones, “un mediocre metido a cantor que ni siquiera sabía abrocharse la camisa. En Argentina era la época de las canciones de protesta, ¡y Gisela loca por Tom Jones!”. Gisi aparece retratada como una militante comprometida, que le podía gustar Tom Jones y que tenía mucho “miedo de que la violaran, la torturaran, la martirizaran”, como señalan muchos de los testimonios. ¿Qué fue lo que más te sorprendió de la vida de Gisi?

--Sorprender, no me sorprendió nada. Lo que me conmovió fue el cariño, el amor que le profesaban casi todos. Como si ella hubiera sido imprescindible en la vida de ellos. Un ángel, como decían algunos. Y que al mismo tiempo tampoco silenciaban lo que creían que debían criticar de su comportamiento.

--¿Hay algo que hubieras deseado poder comprobar sobre la vida o las ideas de Gisi, por ejemplo, me refiero a esta frase: “se desconoce qué opinaba Gisi de la cápsula de cianuro que los montoneros estaban llamados a llevar siempre consigo para el caso de no tener escapatoria”?

--No. Lo que me gustaría es saber qué habría sido de Gisi si hubiera sobrevivido. Mejor dicho, conocerla en vida.

--En “Como si un ángel” aparece también la cuestión del silencio, posterior a la desaparición de Gisi, y la culpa, algo que sucede también con los sobrevivientes del nazismo. ¿Cómo explicás este silencio, por parte de los sobrevivientes, que siempre va acompañado también, la mayoría de las veces, de la culpa por estar vivos?

--No me atrevo a generalizar. Pero pienso que es un sentimiento comprensible. Lástima que lo tengan los que no tienen culpa alguna y no los asesinos.

“Hace poco Helga se hacía reproches –advierte el narrador de Como si un ángel-. Si yo a Gisi la hubiera, si tan solo hubiéramos. A lo cual Paola le dijo: Gisela vivió como quiso vivir. Hizo lo que consideró correcto, y nadie habría podido disuadirla de que lo hiciera. Eligió su camino por su propia voluntad y a sabiendas del riesgo. Nadie la presionó a nada. Ella no se rindió. Ese fue su camino, me digo una y otra vez. No es, sin embargo, un consuelo”.

--Helga Markstein, que murió en mayo de este año, o las hermanas de Gisi, ¿leyeron el manuscrito de “Como si un ángel”?

--Sí, lo leyeron, en la edición en alemán que salió en 2007, los padres de Gisi y Heidi, su hermana mayor. Para Helga fue, como me decía, el mayor regalo que le podía dar. Incluso se puso a traducirlo por propia cuenta. Me da mucha pena que ahora, que por fin el libro empieza a circular en Argentina, por las restricciones a causa de la pandemia no les pueda llevar un ejemplar del libro a todos los que me ayudaron con sus testimonios. También porque tengo muchas ganas de volver a verlos.

--Mónica, una de las hermanas de Gisi, se pregunta ¿por qué su hermana siguió cuando ya estaba todo perdido? Como escritor y autor del libro, ¿tenés una respuesta?

--Si te entregas a una causa, llegás a un punto en el cual ya no cabe la posibilidad, ni siquiera la idea, de regresar a lo que consideramos la normalidad.

--¿Qué pensás del trabajo que hizo Javier Cercas en “El impostor” sobre el sindicalista español que se hizo pasar como sobreviviente de un campo de concentración?

--El famoso caso de Enric Marco al que conocí en uno de los aniversarios de la liberación del campo de Mauthausen, aquí en Austria. Es importante lo que aporta Cercas sobre la vida de Marco en Cataluña, su historia familiar y su compromiso antifascista. Por lo demás, es difícil de soportar el egocentrismo del autor, que constantemente habla de sí mismo y convierte su obra en un combate de boxeo entre él y su protagonista.