Murió Maradona, el Diego. El mejor jugador de la historia, y algo más. El mejor deportista de la historia, y algo más. El argentino más conocido del planeta. El que supo tocar la fibra más íntima de un pueblo. Ese pueblo al que supo cantarle con la música de su cuerpo. Un cuerpo hecho de pobreza, de amor, de potrero, de talento, de vibrante inteligencia y picardía. Murió Maradona. El mismo que hace llorar a este escriba. El mismo que pudo decir un día inolvidable: “yo me equivoqué mucho, pero la pelota no se mancha”: una de las tantísimas frases que Diego supo decir con la misma precisión con que en los tiros libres clavaba la pelota en un ángulo. “La pelota no se mancha” traduce el respeto que este pequeño e inmenso gladiador tuvo por un juego al que supo elevar a la dignidad de arte. Maradona nos maravilló con su arte. Nos hizo mejores. Maradona hizo poesía con su cuerpo, te hacía olvidar del resultado. La pelota no se mancha significa también que Diego jamás fue violento ni adentro ni afuera de la cancha. Adentro le pegaron pa' que tenga --como se dice en el barrio-- y sin embargo, jamás contestó con golpes lo que prefirió devolver con jugadas, con creación, con entrega. Todos los jugadores que compartieron un equipo con Maradona atestiguan que su presencia les hacía rendir mucho más. Diego se ponía al hombro el equipo y también el campeonato. Ese cuerpo jamás eludió responsabilidades, al contrario quizás cargó con demasiadas.

Afuera de la cancha soportó todo tipo de presiones y críticas injustas. Diego no se callaba ante los poderosos. Había mucho Fiorito guardado en ese pequeño cuerpo como para someterse ante los amos. Decía lo que pensaba. Siempre defendió a los más humildes. Tenía una clara concepción política y siempre fue congruente con la misma.

Ese cuerpo hablaba y es aquí donde quizás el psicoanálisis --cuya práctica parte de considerar que un sujeto habla con el cuerpo-- tenga algo para decir sobre humanidades privilegiadas como la que supo tener Maradona y el efecto que su genio, oportunidad y decisión ejercieron para que una comunidad alcanzara en algún instante la dignidad de pueblo.

Freud rompió el molde cartesiano entre cuerpo y mente (res extensa y res cogitans): decía que “psique es extensa y nada sabe de eso”[1]. En otras palabras, las personas no podemos pensar pensar, solo podemos pensar representaciones, creemos que somos el cuerpo del que nos hacemos una idea a partir del espejo y sobre todo del contacto con las personas que amamos. No por nada, Lacan bien se encargó de decirnos que del cuerpo no tenemos ni idea. Toda la cuestión está en que el famoso inconsciente reposa en ese cuerpo del que no tenemos idea. El mismo al que se le doblan las rodillas en el momento menos pensado, el mismo al que no se le para ante la dama de sus sueños, el mismo que balbucea o se hace encima cuando recibe un premio.

El deportista que, quizás sin pretenderlo, hace de su práctica un arte es aquel que no sólo cumple con la eficacia que el juego exige, sino que además transmite un plus de belleza ética y estética por el cual el compañero de equipo, el hincha que está en la cancha o el espectador en la pantalla experimenta una emoción que va más allá de un resultado. Es un cuerpo que --por hacerse metáfora de algo presente en algún nosotros- - nos transforma, nos convoca en un rasgo común e inalcanzable, imposible de ser pensado. Una vez más: “Psique es extensa y nada sabe de eso”. Ocurrió con muchos deportistas en distintas disciplinas. Guillermo Vilas es un ejemplo; Nicolino Locche y su arte en el ring es otro; y quién podría desconocer lo que transmitía Lucha Aymar en hockey o Hugo Porta en el rugby, pero hay algo más en el caso de Diego.

Está la cuestión del fútbol que es un juego muy hermoso, pero además está lo que es este deporte en nuestro país, algo que está presente en la lengua que hablamos: “la dejó pasar”; “la dejó picando”; “le falta un jugador”; “ la clavó en un ángulo”; “ se abrió de gambas”; “ abran cancha” y tantas otras frases que las personas utilizan sin pensar el juego al que remiten las palabras que emiten. El fútbol nos habla y somos hablados por el fútbol sin que podamos pensar en ello. “Psique es extensa y nada sabe de eso”.

Diego Maradona estuvo a la altura de semejante desafío: transmitir con su cuerpo lo que el fútbol tenía para decirle a un pueblo que habla fútbol. Diego nos señaló lo mejor que el fútbol reserva para ese pueblo que a veces somos: la creatividad, el talento, la pasión y la nobleza para jugarse por aquello en lo que se cree. Un desafío enorme a cargo de ese pequeño cuerpo sin igual. Bastaba verlo entrenar para comprobar ese amor por la pelota porque “la pelota no se mancha”.

Por eso seguiremos hablando fútbol y hablaremos --lo sepamos o no-- Maradona por siempre. Hay significantes que renuevan la política; otros que la nutren de interés y otros que permiten alguna suerte de encuentro más allá de mezquindades y recelos. Maradona puede ser uno de esos significantes que colabore de manera que el arte, el talento y la entrega prevalezcan por sobre la mediocridad y el odio.

Para terminar: un pasaje por lo que la emoción del gol propio de este deporte produce en las personas. La escena bien puede transcurrir en un club, la playa o una colonia de vacaciones. Un grupo chicos juegan al fútbol. El entusiasmo domina las acciones, nada hay en el momento más importante que la pelota: ese objeto privilegiado capaz de concitar las miradas y las voluntades. Es tan solo un juego, pero algo muy serio se tramita con él. El homo ludens equipara al homo faber observaba Huizinga[2], para quien el juego ocupa en la cultura un lugar tan nodal como el trabajo o la reflexión. Volvamos al partido, que está emocionante. De pronto, uno de los participantes --hombre o mujer, lo mismo da-- recibe una asistencia, se acomoda y aplica un formidable disparo. Durante un instante eterno, jugadores, árbitro y testigos quedan absortos tras la trayectoria que dibuja el balón. Lo cierto es que, antes de que alguien tome conciencia de esa ex-sistencia, la pelota se introduce en el ángulo conformado por el travesaño y el poste. Nace un nuevo día, otra escena, estalla la euforia y ya no importa la pelota. Solo la alegría del juego. Que el recuerdo de Diego nos ayude a marcar ese gol que nos permita encontrar un camino menos tonto y cruel. Que nos ayude a entender eso de que... “la pelota no se mancha”.

Sergio Zabalza es psicoanalista. Licenciado en Psicología. Magíster en Clínica Psicoanalítica (Unsam). Actual doctorando en la Universidad de Buenos Aires. Profesor Nacional de Educación Física (INEF). Exentrenador de equipos deportivos.

[1] Freud, S. (1938). “Conclusiones, ideas, problemas”. En Obras Completas, tomo XXIII, Buenos Aires, 1978. P. 302.

[2] Johan Huizinga, Homo ludens, Alianza, Madrid, 1990.