“Diego me firmó la panza cuando yo estaba embarazada de nueve meses. Esa vez lo encontré en la Costanera, él estaba con Dalma y Giannina que eran chiquitas”, dice Patricia (46 años, foto) y la interrumpe una lágrima que le cae por la mejilla derecha. Se la seca y cuenta que fue una de las primeras personas en llegar a lo que ahora es el santuario que el pueblo del fútbol le levantó a Diego Armando Maradona a los pies de La Bombonera. Señala un ramo de flores marchitas y un rosario blanco que descansan sobre uno de los molinetes de la entrada que tiene el estadio sobre Brandsen 805. Los dejó ella el último miércoles. “Hoy le traje dos fotos”, cuenta la vecina de La Boca.

La Boca es ese histórico barrio de la clase obrera que identifica al potrero, con casas antiguas que aún tienen fachadas de chapa y también de madera. Hay conventillos y hasta alguna familia que almuerza con la puerta abierta como en los viejos tiempos. Aquellos tiempos en los que Diego Maradona extasió a todos en el arrabal del sur de la Ciudad de Buenos Aires. Esa barriada que él siempre reivindicó y que hoy lo despide con banderas y camisetas flameando en los balcones. También con un santuario emotivo en el que confluyen historias que buscan llenar un vacío.

"En la villa faltaban televisores para verte gambetear", dice un mensaje modesto escrito con tiza en las baldosas sobre las que descansa el altar a Maradona. Las pisadas lo van borrando de a poco. Se ven afiches, cartulinas, estampitas, rosarios, camisetas, velas consumidas y un Maradona tatuada en el brazo izquierdo de un hombre que camina sin remera bajo el sol del mediodía. “Me lo hice cuando internaron al Diego en Punta del Este. Ahí todos pensaban que había muerto y quise tatuarme. El día que yo me muera, el vendrá conmigo", cuenta Carlos. En su brazo, un joven Maradona grita un gol con la azul y oro.

De día y de noche. Foto: Kala Moreno Parra.

La Boca, pero también podría ser el césped del Estadio Azteca, la pasión que se respira en Nápoles, los picaditos en Fiorito o una madre con su hijo llamado Diego en alguna tribuna de La Paternal. Maradona hizo propio a los territorios que desandó y ahora, ya sin él en el mundo, los territorios se apropian de Maradona, porque él también es una vela encendida bajo el sol a los pies de La Bombonera o un grito de gol en cualquier punto del país. Él es el fútbol de Argentina, pero también del mundo y son los idiomas los que musicalizan su santuario. Un brasileño comenta sus emociones a un canal francés y un canal de Brasil le pregunta a un argentino el significado de Maradona en estas tierras. El dolor de un pueblo también se puede exportar.

Kevin y Leslie son de Perú y viven en el país desde hace pocos años. "Cada vez que jugábamos contra Argentina, nuestros padres hablaban de Maradona y nos contaban sobre su juego", recuerdan sobre la infancia en tierras andinas. Ahora les tocará a ellos contarle al pequeño Milo quién fue Maradona. Tal vez algún día también le muestren las fotos en las que siendo un bebé fue parte del adiós al astro.

Un hombre renguea con su muleta y se acerca a tomar una foto del altar. Alberto dice haber estado en el estadio cuando Diego regresó a Boca en 1995, en aquel 1-0 sobre Colón de Santa Fe que también es recordado por la pelea con el Huevo Toresani y la posterior frase del astro que pasó a la posteridad: "Te espero en Segurola y Habana". Maradona hacía jueguitos y gambeteaba con las palabras y ahora sus fieles intentan imitarlo. Un cartel en la pared dice lo que todas y todos saben: “nos cortaron las piernas”.

Dios, gracias, héroe, único, eternamente, llora. Son sólo algunas de las tantas palabras que se leen y se repiten. Recortes de diario pegados a la pared y hojas de cuadernos escolares arrancadas con algún mensaje escrito con lapicera le dan vida al collage popular en el que también hay latas de cervezas y el tetrabrik de algún vino a modo de ofrenda. Un auto de alta gama pasa tocando bocina y desde el interior alguien grita "¡Vamos, Diego!".

En el suelo, sobre una bandera argentina, un muchacho extiende una de esas clásicas bufandas del fútbol europeo. Es del FC Hansa Rostock, del ascenso germano. “Me la regaló un amigo alemán cuando yo le regalé la camiseta de Boca que usaba el Diego en los 80”, cuenta Gabriel. Al gesto lo hace en representación de su aquel que está a la distancia y también llora la pérdida. Niños, niñas, familias que dejan sus ofrendas. El tiempo pasa y el público se renueva constantemente, mientras el santuario le gana espacio a las paredes y a las baldosas. Un hombre se abre paso con su bicicleta entre las personas y, todavía vestido con su ropa de trabajo, se detiene a mirar en silencio. Él también busca su momento de conexión con Maradona.

La complejidad del ídolo se ve reflejada en la diversidad de los objetos y testimonios. Cada vínculo con Maradona es como una huella digital, única. "Revolucionó todo con el debate que abrió. No estoy de acuerdo con que no se pueda ser feminista y bancar a Diego", dice Daiana con sus 25 años mientras abraza su mochila en la que lleva atado un pañuelo verde. Llegó desde la provincia de Buenos Aires exclusivamente para visitar el altar. Su amigo Nicolás cuenta que le tembló todo el cuerpo cuando se enteró de la muerte del “10” y entonces decidió viajar desde Pergamino para darle su último adiós en la Casa Rosada.

"Duele mucho porque él representa lo popular", explica Santiago y Pilar, su compañera, enfatiza: "Representa nuestra idiosincrasia, nuestra identidad". Ambos son de Mar del Plata, él es hincha de River. Ninguno oculta lo feliz supo ser de la mano del astro.

El Chino tiene 58 años y dice que nació en Villa Fiorito. Habla a los gritos y todos giran para escuchar su historia. Cuenta que conoció al Diego siendo apenas un niño y que lo enfrentó en el potrero. "También conocí a sus hermanos, jugábamos en el barrio cuando éramos criaturas", recuerda y da precisiones de lo vivido. El Chino lleva una gorra de Independiente, club en el que Ricardo Bochini supo deslumbrar al pequeño Pelusa. Pasa un muchacho con la camiseta de River y saluda con un gesto al santuario. "¡Te quiero, Diego!", grita una joven y asusta a una señora que pasea a su perro con las bolsas de compras en sus manos. Ella también se acerca para tener su momento de conexión en el santuario y contar su historia con Diego Armando Maradona.