Al célebre Perry Mason no le habrían caído nada bien las tácticas de Jason Bull, los tiburones de Law & Order se habrían cuidado de su persona, y los de Suits directamente habrían querido tener todos sus chiches. Se trata del protagonista de Bull (su estreno será el jueves 20 de abril a las 22 por A&E), un psicólogo al frente de una corporación que asiste a clientes con la etiqueta de culpables en la frente. “Un juicio es más que leyes, es psicología neurolingüística y demografía. ¿La forma de ganar? Conocer al jurado hasta las neuronas”, dice una de las asistentes del doctor, alguien que trabaja dentro del sistema judicial y que asegura odiar a los abogados. 

La entrega original de la CBS, paradójicamente, se aferra al género del drama legal quitándole el lastre del trabajo de los hombres de ley. De hecho, lo más logrado está en la actuación de Michael Weatherly  (NCIS) como un intuitivo, seductor y maquiavélico experto en comportamiento humano. ¿Su frase de cabecera? “No es suficiente decir la verdad, es fundamental decirla eficazmente”. Con Bull se asiste al trabajo de marketing sobre el acusado, la ciencia estadística y de comportamiento, desentrañar lo que piensan los miembros del tribunal (lo cual también se vio en la muy popular American Crime Story sobre el caso de O.J. Simpson). La ética y la búsqueda de justicia es lo menos importante; Bull y su equipo tocan los botones necesarios para ganar. “El 93 por ciento de la comunicación es no verbal, has testificado desde el primer día”, le asegura Bull a un cliente. Y no solo se trata de preparar la oratoria del acusado o de mejorar su corte de pelo: Jason Bull cuenta con la tecnología para predecir los patrones de quienes deciden una sentencia. “Sabemos cómo votarán antes de que ellos lo hagan”, cancherea otro de sus ayudantes. 

El primer caso es uno de los que implican retos complejos. El hijo de un millonario, malcriado y soberbio, que ha sido acusado del crimen de una chica durante una fiesta en un yate. Salvo tres miembros de jurado, el resto se inclinaría por el “guilty” sin dudarlo. Bull y su equipo (compuesto por un expolicía, una experta en seguridad, una millennial y un estilista) deberán pergeñar estrategias y acciones tan minúsculas como manipuladoras para inclinar la balanza de la justicia a su favor. En los siguientes episodios, se sumaran a su portfolio una piloto de avión acusada por negligente, un deportista estrella sobre el que pesa un cargo de violación, un genio que habría infringido una patente, casos de mala praxis y más homicidios. 

Si, como dicen en la serie, todo caso empieza con una preconcepción de la verdad, Bull también debe sortear ciertos prejuicios. Entre ellos, su estructura episódica algo anacrónica, la semejanza en el protagónico con los personajes de propuestas como Lie to Me y The Mentalist pero llevado a un estrado judicial y, algo no menor, el dilema en términos narrativos sobre los defendidos. Menos importante que presentar una empresa inescrupulosa, su propia estructura narrativa podría jugarle una encerrona. ¿Tendrá siempre Bull una carta ganadora para salvar a un “acusado por error”? ¿Qué sucederá cuando éste sea uno sumamente despreciable? ¿Es necesario esperar hasta el último momento para informarle a la audiencia quién fue el verdadero culpable?  

La propuesta se vuelve más jugosa cuando Bull hace su trabajo de manera artesanal leyendo las caras de los jurados en silencio. “Deben encerrar a ese imbécil”, “no me agrada ese abogado”, “tengo una gran resaca”. El recurso visual, con los personajes que le “hablan” a la cámara, es tan simple como efectivo. Weatherly señaló que la influencia para su criatura no fue ningún abogado televisivo sino el protagonista de 8 ½ (Federico Fellini, 1963). “Este es un tipo que se supone que tiene el control, es el director, el hombre de la idea. Me encantó el concepto de que Bull tiene este exterior tranquilo, fresco, con anteojos, suéter y peinado, pero por debajo es un flujo de lava (...). El mecanismo para toda la serie es que Bull necesita encontrar la respuesta a una pregunta que aún no ha descubierto. No es sólo que es bueno leyendo a la gente: necesita hacerlo. Trabaja con personas muy talentosas, pero al final del día todos se van a casa y tienen existencias normales, mientras que él es un personaje mucho más obsesivo. Eso es lo más interesante para mí”, señaló.