Por esas simetrías de la historia, por acontecimientos que tuvieron lugar en diferentes años, el 30 de noviembre es una fecha destacada para el teatro nacional. Si en 1783 se fundó La Ranchería, la primera sala del Buenos Aires colonial ubicada en las actuales Perú y Alsina, en 1930, Leónidas Barletta fundaba el Teatro del Pueblo en un local que funcionaba como lechería, situado en la avenida Corrientes, cercana a Leandro Alem. Es por ambas coincidencias que hay doble festejo este lunes 30: al ya instituido Día Nacional del Teatro en homenaje a la primera Casa de Comedias criolla, desde 2010 también se festeja el Día del Teatro Independiente, en conmemoración a la apertura de la primera sala de esas características en el país y en América Latina.

Otra coincidencia llama la atención: el dramaturgo Roberto “Tito” Cossa, desde hace años ligado al Teatro del Pueblo, cumple años ese mismo día. Sólo que, si el teatro de Barletta cumple 90, el autor de La nona cumple sólo 86. “Cuando se es joven no hay otra posibilidad de comenzar en el teatro que hacerlo en el circuito independiente”, afirma el dramaturgo en una entrevista con Página/12. Y agrega: “Más todavía en aquella época, cuando hacer teatro comercial era un pecado imperdonable”. Es así como en 1964 el estreno de Nuestro fin de semana, su primera obra, se produjo en una sala de Riobamba y Sarmiento, la que eligió la cooperativa que llevaba adelante el proyecto.

Es que el teatro independiente que Cossa conoció en sus inicios ya era el de los actores, directores y autores nucleados en cooperativas. En cambio, el que había inaugurado Barletta dos meses después del golpe de Uriburu, era un teatro que se hacía en forma gratuita, un aspecto que también subraya el testimonio que la actriz y directora Paula Rubinsztein, quien perteneció al elenco estable del Teatro del Pueblo en su adolescencia, brinda a pedido de este diario (ver aparte). Tras la muerte del director en 1975, el teatro quedó a cargo de su esposa y dos de sus actrices pero no se usó más como sala teatral sino de tanto en tanto como sala de exposiciones de pintura.

Tomando a modo de disparador esa historia final del Teatro del Pueblo, en 1994 el dramaturgo valenciano José Sanchís Sinisterra estrenó El cerco de Leningrado. En la obra, Priscila y Natalia, mujer y amante respectivamente de un célebre director teatral de izquierda presumiblemente asesinado, viven en una sala abandonada, el Teatro del Fantasma, local a punto de ser demolido y expropiado. Las dos mujeres, personajes que habían sido interpretados en 2001 por María Rosa Gallo y Alejandra Boero bajo la dirección de Osvaldo Bonet, permanecen unidas por el amor y el recuerdo de un mismo hombre y a sus ideales de un mundo mejor.

Ya con Barletta como personaje, en 2013, Alberto Ajaka estrenó El director, la obra, los actores y el amor, obra de su propia autoría y dirección en la que también participó como actor. En ese montaje, Ajaka aparece en el rol de un director que, mientras intenta ensayar un espectáculo junto a su grupo, recibe la visita del fantasma de Barletta, con el cual entabla un diálogo signado por los desacuerdos, tomando algunas ideas extraídas del Manual del director, obra de Barletta publicada en 1969. Años antes había dado a conocer el Manual del actor, libro que comienza de este modo: “Joven principiante, yo puedo hacer de usted un actor, pero sólo de usted depende llegar a ser un artista”.

Aparte del capítulo que el historiador Gabriel Di Meglio realizó para el ciclo Bio.ar, de Canal Encuentro, en cine también apareció la figura del hombre de teatro, periodista y narrador. El director salteño Miguel Colombo estrenó el año pasado el documental Leónidas, basándose en cartas, fotos y artículos de diarios que le acercó una de las hermanas de Barletta. Enmarcado en un arranque ficcional de corte detectivesco, Colombo reconstruye la historia del personaje a partir de entrevistas a Mauricio Kartun y al mismo Cossa. Y también incluye imágenes de puestas de las mencionadas obras de Sinisterra y Ajaka. Para esta nota, una vez más, Cossa vuelve sobre la figura del iniciador del teatro independiente, con quien nunca tuvo la oportunidad de hablar.

-¿Cómo era el funcionamiento de aquel primer teatro independiente?

- Aquel teatro tenía elencos estables y salas propias pero no cobraban nada. Era una militancia absoluta. Incluso, el teatro Fray Mocho tenía la costumbre de eliminar del programa de mano los nombres de los actores para no fomentar el divismo. Era otra época, la izquierda era muy fuerte, el Partido Comunista era un referente. Y se tenía la idea de que hacer teatro comercial era un pecado imperdonable. Hoy esa grieta, para usar una palabra en boga, ya se superó y actores, directores y autores pasan de un circuito al otro sin problemas.

-¿Cuándo conoció a Barletta?

-No lo conocí personalmente, Por supuesto que sabía quién era…pero nunca lo crucé. Eran famosos los debates que hacía después de sus obras. Pero nunca fui. Hoy pienso que fue una lástima no haber ido.

-¿Recuerda las razones?

-Es que para los jóvenes de fines de los años 50 el Teatro del Pueblo era muy antiguo. Muy basado en la palabra. Y la sala tenía unas butacas altas, no había declive, así que no se veía bien el escenario. Sí se escuchaba, porque eso era lo más importante. No nos interesaba. Pero a él lo respetábamos por ser antifascista, principalmente. Cuando yo era joven leía con mucho respeto Propósitos, un diarito que él había fundado, apenas 4 páginas, pero que tenía muy buenas firmas, muy leído por gente de izquierda. Creo que salía todos los miércoles. Hasta que se lo cerraron. Pero lo volvió a sacar con otro nombre y así todo el tiempo.

-Se dice que el primer Teatro del Pueblo funcionó en una lechería.

-Sí, era un lugar muy así nomás…incluso Roberto Arlt en un texto suyo se burló del teatro. Pero después la municipalidad le da un antiguo teatro en Corrientes al 1500, muy lindo edificio, pero con el golpe del 43 se lo saca de allí. Después se instala en la sede de Diagonal Norte al 900, donde en 1955 sufrió un atentado.

-Entre los textos de Barletta había un Manual para el actor. ¿Lo leyó?

-¡Mejor olvidarlo! Para actuar determinado estado hay que levantar la ceja izquierda…ese tipo de cosas.

-¿Qué aspectos rescata de aquel hombre de teatro?

-De Barletta hay que rescatar su lucha, su estrategia. Y haber creado un pequeño reducto donde se podía resistir. Encima dos meses después de la primera dictadura militar del siglo. Porque el teatro también funcionaba como galería. Ahí expuso Castagnino, entre otros muchos. Y se hacían recitales de poesía. Fue un tipo que entendió que la cultura era un acto de lucha. Ese era su mérito. Además, lo estimuló a Arlt a escribir teatro. Y también a González Tuñón y a Nicolás Olivari.

-¿Cómo siguió la historia del teatro una vez desaparecido Barletta, en 1975?

-Josefa Goldar, su mujer, y dos hermanas –Rosa y Celia Eresky- que habían sido sus actrices, quedaron a cargo del teatro. Lo tenían limpito pero cerrado. Mucho después, ya estábamos nucleados en la fundación SOMI, no me acuerdo de quién era el cumpleaños pero estábamos todos, directores y autores reunidos y llegó Raúl Serrano diciendo que el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, que eran los dueños, le había ofrecido el Teatro del Pueblo.

-¿Qué pasó entonces?

-Fuimos a ver la sala. En los camarines estaban los potes de maquillaje abierto, como si fuera a entrar un actor a utilizarlos. Estaba todo como cuando vivía Barletta. Nosotros le dijimos a su viuda que queríamos seguir llamándolo Teatro del Pueblo pero ella dijo que no, que muerto Barletta no podía seguir llamándose así. De modo que le pusimos Teatro de la Campana, porque él tenía la costumbre ya desde el tiempo de la lechería, de tocar una campana cuando estaba por comenzar una función. Lo llamaban “el hombre de la campana”.

-Le habrán cambiado las butacas…

-Sí, claro, lo remodelamos todo. El escenógrafo Tito Egurza trabajó mucho en eso. Y recibimos un fuerte apoyo económico de Pacho O'Donnell, que era Secretario de Cultura. Y cuando se murió Josefa, las hermanas nos dijeron que podíamos llamarlo nuevamente Teatro del Pueblo. Le dimos una línea a la programación que se mantuvo siempre: obras de autor nacional, de cualquier época y estilo. Y nos fue muy bien con todos los aciertos y errores de todo emprendimiento teatral. Hasta volvimos al espíritu de Barletta porque ninguno de nosotros cobró nada.

-¿Y cómo llegó el Teatro del Pueblo a su actual sede, en Lavalle 3636?

-Un día nos dijeron del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos que el Centro de la Cooperación estaba quedándoles chico y que querían compartir la sala. Y nosotros ya estábamos muy acostumbrados a nuestra forma de organizarnos. La idea de comprar en otro lado fue de Raúl Brambilla. Así que con mucho esfuerzo y apoyo lo pudimos hacer. Bueno, yo no estaba entre los muy activos porque sentí que me llegaba el tiempo de las pantuflas (risas). Después de la apertura empezó a ir muy bien. Hasta que llegó el 19 de marzo…

Después de años de teatro independiente, Tito Cossa no mira para atrás con nostalgia: “Ya no tengo interés por escribir como antes. Antes se me ocurría una situación y me gustaba seguirla, ver cómo iba creciendo. Ahora también se me ocurren, pero no prosperan. Es que ya se me pasó el entusiasmo. Ya está. No es que crea que no queda camino por delante. Ruta hay y puede ser larga. Pero ya pagué el último peaje”.

Semblanza de un pionero

Leonidas Agelasio Barletta nació en 1902 en “una casa pobre de un barrio de ricos”, como él mismo decía, como disculpándose de haber vivido su infancia en Barrio Norte. Criado por su abuela materna, ya a los 11 años encabezó una huelga estudiantil. Pero pronto cambió la educación formal por la atmósfera intelectual de los cafés, lo cual lo llevó a introducirse en el ambiente periodístico y literario. Aunque antes sacó partido de su buena mano para el dibujo ganándose la vida pintando carteles y tarjetas postales y escribiendo coplas en abanicos y espejos. En su adolescencia, la lectura de los 10 tomos de Juan Cristóbal, la novela del idealista francés Romain Rolland lo marcó para siempre. De allí su militancia a favor de la función social de la literatura y el teatro. De allí también su pasión por la difusión de todas las manifestaciones del arte. Barletta fue un empecinado fundador de revistas, muchas de las cuales fueron discontinuadas por la censura. La primera, Domingo, la fundó cuando tenía 13 años. Más tarde editó Propósitos, a la que siguieron Conducta y Principios. Antes de la creación del Teatro del Pueblo y ya formando parte del Grupo Boedo que se enfrentaba a los Martinfierristas del Grupo Florida, Barletta colaboró en a la creación del Teatro Libre, de fines no comerciales, que tuvo muy corta duración. Luego sería el turno del Teatro Experimental de Arte (TEA), para luego emprender, con el apoyo de Facio Hebequer y un grupo de jóvenes actores, la aventura del Teatro del Pueblo, donde a lo largo de casi medio siglo se estrenaron más de 300 obras de, entre otros autores, Raúl González Tuñón, Nicolás Olivari y Roberto Arlt; Shakespeare, Gogol y Eugene O'Neil.

Encuentro virtual

Con motivo de celebrarse este lunes el Día Nacional del Teatro, el Ministerio de Cultura de la Nación y el Instituto Nacional del Teatro convocan al encuentro virtual a realizarse en vivo, a partir de las 19hs, por la plataforma www.interactuar.gob.ar Al ingresar a ella, lxs participantes podrán geolocalizarse en la Plaza San Martín de Santa Rosa, La Pampa, ciudad donde el año próximo se desarrollará la 35° edición de la Fiesta Nacional del Teatro. Por esta razón, la transmisión se realizará desde el Teatro Español de esta localidad: estarán presentes —de manera virtual— trabajadoras/es de las comunidades teatrales de todas las regiones culturales del país, quienes compartirán reflexiones, deseos y nuevas definiciones sobre la actividad teatral en un año tan complejo.

Mi paso por el Teatro del Pueblo

Por Paula Rubinsztein (actriz y directora)

Quería ser actriz, pero alguien, cuyo nombre prefiero callar, me había dicho que yo no podía estudiar teatro porque era de muy baja estatura. ¿Qué opina Ud. Sr. Barletta?

Me recibió en una pequeña pero coqueta y ordenada oficina, era un hombre corpulento, de impecablemente traje gris, muy serio, estaba sentado porque ya había sufrido la amputación de una de sus piernas. Me habló del hombre, de la conducta humana, de la rectitud, la sinceridad, los principios morales. Muchas cosas no entendí y a otras no les pude prestar atención. Mi admiración era tan grande que superaba mi capacidad de escucha.

¿Es mayor de edad Ud? me preguntó.

Sí, le contesté, acabo de cumplir 18 años.

Venga el jueves, me dijo.

Me llevaron a los impecables camarines, Josefa Goldar, su esposa y actriz, me probó algunos vestuarios, todos me quedaban grandes, tras unos improvisados arreglos me dijo: “El “dire” está en la sala”. Parada en el medio del escenario, no podía ver a Barletta sentado a oscuras en la platea.

¿Ud. Sabe como hacen las gallinas?

Sí, cacarean, respondí.

Bueno, cacaree, me ordenó.

Empecé tímidamente a cacarear y una y otra vez escuchaba el vozarrón de Barletta diciendo, “no oigo”, “más fuerte”, “no oigo”; hasta que logró sacar mi voz, mi miedo, mi bronca en un profuso y fuerte cacareo.

Formé parte del elenco estable del Teatro del Pueblo por dos años, hicimos Las mujeres sabias, de Moliére y Salvese quién pueda!, del mismo Barletta. Terminaba la obra, se cerraba el telón, el público aplaudía y los actores se retiraban a sus camarines sin saludar y en silencio. El teatro debe desterrar los divismos, debemos ser humildes, pulcros, puntuales, cada uno debe poder arreglarse sólo en el camarín, no hacen falta valets. El teatro independiente es un sacerdocio, el arte debe ser un instrumento para educar.

Eran años de golpes de estado, de represión, la política era el centro de la escena. Barletta le dio oportunidades a artístas plásticos, poetas, escritores, músicos, políticos nacionales y exiliados. Hasta Roberto Arlt comenzó a escribir teatro a instancias de Don Leónidas. Todos podían tener un espacio allí y en su periódico “Propósitos” que salía todas las semanas.

Barletta fue muy discutido por los teatristas de la época y enfrentado hasta con la misma Asociación Argentina de Actores; el concepto de “profesionalismo” era una de las diferencias. Hacíamos teatro porque queríamos, todos teníamos nuestras ocupaciones: trabajo, estudio, etc. No obstante lo cual dos veces al año, frente al espejo del camarín encontrábamos un sobre con nuestro nombre y dentro una módica remuneración.

Las reuniones con el “dire”, eran los jueves, allí, sentados a su alrededor, lo escuchábamos.

Mi insolencia de neófita, mis veinte años, mi ignorancia, y mi sed de más, me alejaron del Teatro del Pueblo. Le agradezco a Don Leónidas Barletta haberme alentado a no bajar los brazos ante el primer fracaso, a ser consecuente con mis ideas y por ello haber podido transitar, hasta el día de hoy, esta profesión que amo profundamente y que continúo desde hace cuarenta y siete años.