Apenas comienza el documental Silencio = Muerte (1989), la segunda parte de la Trilogía del Sida del cineasta alemán Rosa von Praunheim, vemos a un hombre contar a cámara que hace poco recibió su diagnóstico VIH positivo y que, de alguna manera, está convencido de que la pandemia fue causada por alguien (“alguna guerra bacteriológica, quizá la CIA”, dice). Cuenta que hace poco, un grupo de activistas pacíficos se reunió frente al Congreso para pedir más fondos para la atención de los enfermos de sida en Estados Unidos, pero sólo se encontraron con el rechazo de un grupo de jóvenes republicanos y fanáticos religiosos que les gritaron que merecían el sida. Entonces toma un arma y declara que no quiere ser “otra víctima gay” de la sociedad. Y como cree que hay que morir como se vivió y confiesa que siempre fue un asshole (lo que significa idiota en inglés, pero también ano), se baja los pantalones y se pega un tiro en ese orificio, que sangra en cámara.

Pronto queda claro que el suicidio filmado no fue real, sino una performance del artista neoyorquino Emilio Cubeiro. La aclaración no vuelve a la escena menos conmocionante. Sin embargo, es la síntesis perfecta del cine de Von Praunheim. Una herramienta de acción política que se vale de todo tipo de recursos –impacto, humor, juego e ironía, pero sobre todo un afán conmovedor de encontrar respuestas -, para crear conciencia en el espectador. Su Trilogía del Sida, filmada entre fines de los 80 y principios de los 90 en Nueva York y Berlín, cuando esa pandemia castigaba duramente a la comunidad LGBTIQ+, es el grito desesperado de un artista que observaba cómo sus amigos caían como moscas a su alrededor. Pero sobre todo, un registro documental valiosísimo de cómo los activistas y artistas VIH positivos de Nueva York lucharon contra el abandono del Gobierno y su sistema de salud –encabezado en ese entonces por Ronald Reagan- con una creatividad y una valentía admirables. Mientras que Silencio=Muerte (1989) y Positivo (1990) fueron filmadas en la Gran Manzana, Fuego bajo el culo (1990), el epílogo berlinés, reflejó la desesperación del director, quien observaba incrédulo como muchos miembros de la comunidad gay en Alemania hacían oídos sordos a la amenaza del sida.

La trilogía que este director de 78 años filmó hace 30 se podrá ver por primera vez en Argentina en la tercera edición del Festival de Arte Queer (FAQ), producido por Brandon Asociación Civil y Cultural, en una actividad co-organizada con el Goethe-Institut. El festival, que cuenta con presentaciones de literatura, música, cine y teatro, se celebrará en modalidad online y con algunas actividades presenciales desde el próximo martes 15 hasta el 19 de diciembre (para más información: faqfestival.com.ar). La trilogía estará disponible desde el próximo miércoles 16 a las 19:00 horas en el canal de Youtube de FAQ. Por el mismo medio, se podrá ver a las 20 horas una entrevista exclusiva con Von Praunheim. Al finalizar la charla, se continuará proyectando la trilogía, que seguirá disponible en el canal de YouTube hasta el 19 de diciembre.

Más que por su cine, la mayoría de los alemanes conoce a Von Praunheim por sus asiduas visitas a los sets de televisión, donde se divierte planteándole preguntas sobre su sexualidad a un cura, por ejemplo, pero también alza la voz por los derechos de la comunidad LGBTIQ+ cada vez que puede. En 1991, en una de sus intervenciones más polémicas frente a cámara, reveló en un talkshow que dos famosos cómicos alemanes, Hape Kerkeling y Alfred Biolek, eran homosexuales, pero sin el consentimiento de los involucrados. La acción le valió una lluvia de críticas, tanto desde fuera como dentro de la comunidad. Sin embargo, Von Praunheim sigue defendiendo este outing forzado hasta el día de hoy, convencido de que era imperioso que cada vez más famosos gays se unieran a la lucha en el peor momento de la pandemia del sida.

Está claro que Von Praunheim no tiene pelos en la lengua. Cuando Página/12 le preguntó sobre Rainer Werner Fassbinder, otro icono queer del cine alemán que filmaba al mismo tiempo que él y sobre quien rodó el documental Para mí sólo quedaba Fassbinder (2000), disparó desde Berlín: “No soportaba a Fassbinder. Era un cerdo, un explotador, un sádico. Trataba horriblemente a las mujeres que lo rodeaban”.

David Wojnarowicz en

-Usted vivía Nueva York cuando filmó su Trilogía del Sida, una ciudad en la que filmó mucho (Ejército de amantes, Sobrevivir en Nueva York). ¿Qué lo llevó a vivir ahí?

-Llegué a Nueva York por primera vez en 1971 con mi película No es perverso ser homosexual, perverso es el contexto, y quedé impresionado inmediatamente por la diversidad cultural, por el hecho de que hubiera personas de lo más distintas, con distintos colores de piel, de todas partes del mundo, y en especial por la energía positiva de los estadounidenses, que no son de quejarse y tratan de encarar la vida de forma constructiva y optimista. Por supuesto, también me entusiasmó el movimiento de gays y lesbianas. Filmé la segunda marcha del Christopher Street Day en junio de 1971, con miles de homosexuales felices. Fue como un sueño, estaba en éxtasis. También me cautivó el movimiento underground de cineastas experimentales y gente de teatro. El sida en los años 80 cambió muchas cosas. Muchas personas murieron. Pero a la vez me fascinaba lo combativos de que eran muchos de los afectados, cómo se organizaron y no se quedaron ahí tirados, sumidos en la vergüenza. Hoy en día Nueva York es muy distinta. Los comerciantes son ricos y los pobres artistas están desplazados. Hay demasiados cafés y tiendas de moda. 

-¿Sabía desde el principio que iba a rodar una trilogía y que ésta iba a tener un epílogo en Berlín, o se fue dando en el proceso?

-En Alemania la gente era muy escéptica respecto a los estadounidenses. Consideraban que eran ingenuos y exagerados con sus campañas de sexo seguro y no se creía tanto en el peligro del virus, lo que me enojaba mucho. Quise educar sexualmente a la gente en Alemania con mis películas rodadas en Estados Unidos. Pero luego trataron de bloquear el estreno acá. Quise documentar esa lucha en Fuego bajo el culo. Todo este activismo tuvo su punto culminante cuando forcé el outing de gays famosos en televisión. Ese fue el clímax de mis actividades. Fue tal escándalo que tuve que retirarme un poco después.

-¿Qué lo atrajo especialmente de la escena artística de Nueva York?

-Estaba muy conectado a la escena artística de Nueva York, conocía a muchos artistas underground y los veneraba. Ya los había documentado en Underground and Emigrants y Tally Brown en los años 70. Muchos de ellos murieron y fui testigo de escenas terriblemente tristes, como una reunión de personas VIH positivas en la que algunos se propusieron aprender Braille porque corrían el riesgo de quedarse ciegos. En un momento no soporté más emocionalmente estar en Nueva York.

-¿Le costó mucho trabajo convencer a los artistas y activistas para que participaran en su trilogía? Pienso en el periodista Phil Zwickler, quien dijo a cámara que no confiaba en usted y que no sabía si quería aparecer en sus “películas pesadillescas y voyeuristas”.

-Sí, algunos de ellos, como Phil Zwickler, mi codirector en Silencio=Muerte y Positivo, ya estaban enfermos, pero seguían siendo combativos, no querían morir en silencio. Eso me impresionó mucho. Phil era un periodista audaz, ruidoso y astuto y me inspiró mucho. Estoy muy agradecido por su ayuda, porque como neoyorquino estaba mejor conectado que yo. También era fascinante el artista David Wojnarowicz. Sus pinturas se venden hasta el día de hoy. Era genial y admiraba su imaginación radical. También tuve la suerte de contar con Allen Ginsberg y Keith Haring, a quienes no conocía pero admiraba a la distancia.

-Esa no fue la única vez en que alguien lo criticó abiertamente frente a cámara. En Fuego bajo el culo, un poeta lo acusó de actuar como un profesor que se dedica a otorgarle buenas o malas notas al comportamiento de otros gays. ¿Por qué incluyó estas críticas?

-Usted se refiere al poeta Mario Wirz, cuya crítica incluí en mi película porque al principio formaba parte del típico grupo de gays que veían al sida como un asunto privado y no querían hacerlo público. Lo conocí cuando sincronizó mi película Silencio = Muerte al alemán y me confesó que era positivo. Traté de convencerlo de que lo hiciera público y ayudara a educar a otros en el sexo seguro. Nos escribimos cartas durante cuatro años, desde Berlín Neukölln a Berlín Wilmersdorf, y pude convencerlo. Luego escribió un libro muy conmovedor sobre su enfermedad, se hizo famoso y pudo generar conciencia en otros con sus presentaciones. Nuestra correspondencia también se convirtió en un libro. Hasta su muerte en 2013 fui muy amigo de Mario.

-Usted dijo que no busca divertir al público, sino ponerlo nervioso. Por otro lado, como cualquier cineasta, habrá querido que sus películas se vean lo más posible. ¿Cómo equilibró estas dos cosas?

-No se puede prever qué recepción tendrá una película, una canción o una obra de arte. En mi experiencia sólo se puede ser auténtico y no especular. Cada vez que traté de adaptarme a lo comercial me salió mal, por lo que me mantuve fiel a mí mismo hasta hoy. Por supuesto que uno se alegra cuando tiene éxito, pero para mí el mayor éxito es poder ser creativo, ejercer mi profesión, pintar, escribir poesía, hacer películas y teatro. Mi consejo para los jóvenes cineastas es que se mantengan fieles a sí mismos, que pongan la creatividad en primer plano y no la carrera, el dinero y la fama. Es una alegría tener un talento y contemplar la vida como un poema que debe ser escrito.

-En su autobiografía (Schroeter, editada en Argentina por Mardulce), el cineasta Werner Schroeter, con quien trabajaron juntos, fueron amantes y luego grandes amigos, dijo de usted que “sabía motivar, sabía dar fuerzas, dicho vulgarmente, sabía cómo dar una buena patada en el culo”. ¿Se siente identificado con esa descripción?

-Por supuesto. Soy muy bueno motivando a otros. Algunos de mis alumnos que ahora son famosos hicieron una película sobre mí para mis 70 años titulada Los hijos de Rosa. Ayer mismo un actor me agradeció porque lo animé a escribir sobre su vida. Tuve un proyecto llamado Primeros Pasos - Últimos Pasos para darle clases a personas mayores y jóvenes a la vez. Aún está pendiente hacerlos filmar juntos.

-Luchó mucho por generar imágenes audiovisuales que no fueran heteronormativas. ¿Hay suficiente diversidad en el cine de hoy?

-Cambiaron muchas cosas. En las series aparecen gays y lesbianas, hay festivales gays. Pero, lamentablemente, como consumidores los gays no están tan interesados en las películas y guiones políticos serios, sino solo en lo erótico. No es muy distinto a lo que pasa con los heterosexuales.

-Usted es una figura muy importante para la comunidad LGBTIQ+ alemana. Su película No es perverso ser homosexual, perverso es el contexto, alentó la creación del movimiento en Alemania. También fue muy activo con su campaña de sexo seguro en pleno auge del sida. ¿Se siente suficientemente reconocido en su país?

 

- He recibido premios tarde en mi vida. No me consideraban cinematográfico, formalmente no me encontraban interés, les parecía demasiado político…pero de todas formas logré llamar la atención sobre mi trabajo. Me alegra haber podido vivir de una profesión independiente durante 50 años, haber rodado 150 largos y cortometrajes, escrito muchos libros y poesías y hecho miles de dibujos. Puedo vivir hasta el día de hoy de mi profesión, aunque siempre -¡todavía!- estoy temblando por miedo a terminar pobre y no poder pagar el alquiler. 

Un auténtico agitador cultural

La obra cinematográfica de Rosa von Praunheim, quien también escribe poesía, teatro y dibuja, es tan amplia como prolífica y se compone de más de un centenar de cortos y largometrajes, tanto documentales como de ficción. Algunas de sus películas, como No es perverso ser homosexual, perverso es el contexto (1971), Los virus no saben de moral (1985) o Can I Be Your Bratwurst, Please? (1999) se vieron por primera vez en el país hace 20 años en un ciclo de la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín.

La primera de ellas supuso una revolución en Alemania y terminó de dar impulso al movimiento LGBTIQ+ en ese país. En su falso documental, Von Praunheim se preguntaba si tenía sentido que los hombres homosexuales copiaran el estilo de vida burgués en su deseo de ser aceptados por la sociedad. En Los virus no saben de moral, abordó por primera vez el tema del sida a través de una comedia desopilante, en la que también actuó, y uno de cuyos personajes afirmaba con ironía: “Los hippies se convirtieron en junkies, la generación del ‘68 en terroristas y los homosexuales en un movimiento por el sida”. En tanto, su comedia caníbal Can I Be Your Bratwurst, Please?, rodada en Estados Unidos, contó con la actuación de la estrella porno Jeff Stryker.

 

Praunheim también dedicó gran parte de su filmografía a la forma en que el nazismo trastocó la vida de la comunidad LGBTIQ+. De hecho, Rosa von Praunheim es un nombre artístico y lo adoptó por el triángulo rosa que debían llevar las personas homosexuales en los campos de concentración nazis y por el barrio de Fráncfort en el que se crió. En Yo soy mi propia mujer (1992) contó la historia de Charlotte von Mahlsdorf, una persona trans de la ex RDA criada durante el nazismo por un padre violento que quería convertirla en soldado; mientras que en el documental Hombres, héroes y nazis gays (2005) retrató a jóvenes neonazis gays y se preguntó acerca de la sexualidad de algunos jerarcas del pasado.