¿Cómo pude ser tan necia? ¿Cómo acepté con naturalidad tanto menosprecio, maltrato y humillación? Para mí, estar siempre un escalón más abajo que los varones era inamovible, como lo había sido para mi madre, mis tías y mis abuelas que primero fueron víctimas del machismo y luego lo aplicaron sobre las nuevas generaciones de niñas. Estábamos (continuamos) metidas en esa maquinaria. No conocíamos ni concebíamos otra posibilidad. A tal punto que, en lugar de intentar revertir las injusticias, sólo pensaba “¡ojalá hubiese nacido varón!”.

El orbe entero se estructura sobre el dominio patriarcal. La historia de la cultura refleja -como en juego de espejo amplificado- el drama privado, público e inmenso de cada mujer o femineidad. Fui descubriendo que, por haber nacido marcada por eso que los machos decían “tajo”, había colegios a los que no podía asistir -como el Nacional Buenos Aires-, lugares que no podía frecuentar -como terrenitos para jugar al fútbol o patios para jugar a las bolitas, y otras cosas que no podía hacer: salir a la vereda después de almorzar (como hacían mis vecinos) o estudiar bandoneón (las nenas no andan abriendo las piernas) o usar jeans (solo polleras y por debajo de la rodilla). Tenía, en cambio, que aprender a cocer y bordar -a mano y a máquina- sacar la tierra de los muebles y ayudar a lavar los platos. Ese era el insulto preferido para agredir a las primeras mujeres que se atrevieron a manejar autos en la Argentina: “¡Andá a lavar los platos!” El tiempo pasó en vano. En 1994 un ministro de economía neoliberal mandó a lavar los platos a una científica del Conicet.

Aunque no sólo los poderosos ningunean a más de la mitad de la población mundial. Hasta el hombre más oprimido encuentra otro ser para oprimir: su mujer, la proletaria de los proletarios, resume Flora Tristán, a comienzos del siglo XIX. Se la cita como antecedente de lo expresado por Marx, unos años después, cuando advierte sobre la necesidad de terminar con la situación de la mujer como mero instrumento de producción. Esta precursora feminista, hija de un embajador cuyo hogar, en Perú, era frecuentado por Simón Bolívar y su maestro Simón Rodríguez, no logró recibir la herencia de su padre, le dieron una escueta pensión. Con gran capital intelectual, trabajó como criada, luego como obrera, también escribía y militaba. Luchó durante doce años por la tenencia de sus hijos. Era acechada por su exmarido que la baleó en una calle de París dejándola semiviva. Murió a los cuarenta y un años.

En ciento diecinueve años que existe el Premio Nobel en ciencia lo recibieron, en esa categoría, solo quince mujeres, el 5% de las premiaciones, dice la científica franco-argentina Christine Pascualini. Agrega que Marie Curie lo ganó dos veces, la primera compartió con su marido y, entre las demás científicas, hay otro premio compartido por dos investigadoras. Por otra parte, en el proyecto genoma humano solo el diez por ciento eran mujeres.

¿Y en filosofía? No es que no hayan existido mujeres filósofas, dice Umberto Eco, es que los filósofos han preferido olvidarlas, tal vez después de haberse apropiado de sus ideas. Esta disciplina reafirma el tabú: hombre racional, fuerte y autosuficiente; mujer emotiva, débil y dependiente. Desde los inicios la mujer y las femineidades debieron bajar la cerviz bajo el yugo machista.

La primera mujer filósofa de la que tenemos noticias fue Hiparquía de Maronea, siglo IV a. de C. Se unió a los filósofos nómades llamados cínicos. Cuando murió, sus colegas declararon una fiesta anual en su honor. Se celebraba en el Pórtico Dorado, en Atenas. La Kynogamia o día de la incorporación de la mujer al mundo de la filosofía cínica.

Otra filósofa -y científica- Hipatía, finalizando la antigüedad, encabezaba el movimiento neoplatónico de Alejandría, escribió obras célebres que fueron destruidas por una banda fanatizada de cristianos. La descuartizaron. Furiosos con una mujer independiente que se atrevió a estudiar. Casi mil años de historia de la filosofía antigua con solo dos filósofas que trascendieron.

Ni hablar de la Edad Media ni de la primera modernidad, época de caza de brujas. El 75% de las personas ejecutadas eran mujeres. Recién en el siglo XX se volverán a escuchar voces agudas: Hanna Arendt, Simone Weil, Simone de Beauvoir, María Zambrano, Judith Butler, Donna Haraway, entre otras.

¿Y el aborto? Es una práctica contra-hegemónica que cambia la gestión y regulación de la reproducción familiar y heterosexuada; interrumpe el mandato preestablecido y resignifica el deseo de la mujer, dice Martha Rosenberg. A partir de esta reflexión, se ilumina más la trama del poder para frenar una Ley que pone en cuestión los privilegios patriarcales. ¡Y hay mujeres que se oponen! Servidumbres voluntarias. Largo fue el camino recorrido por las mujeres. Pero se va logrando. La mayoría de los países europeos y norteamericanos legalizó el aborto y cinco latinoamericanos también. En Rusia hace cien años que existe, lo legalizó incluso la católica Irlanda.

* * *

Las mujeres deben hacer lo mismo que los hombres, recibir las mismas enseñanzas (música, gimnasia, guerra) y no quedarse en casa imposibilitadas por el parto y la crianza de los hijos, dice Platón en la República. Las que estén dotadas deben gobernar con los varones y dedicarse únicamente a la política. La única diferencia es que ellas, en general, son más débiles físicamente, por lo demás, son iguales. Por el contrario, su más destacado discípulo, Aristóteles, colocó a la mujer bajo la tutela masculina por tratarse de un ser inferior. Tomás de Aquino y otros filósofos reforzaron esas consignas excluyentes y fundamentaron el patriarcado durante siglos. Hasta aquí llegamos. Ahora, damos un salto en el tiempo y aterrizamos en la Revolución Francesa y el comienzo de la conciencia de sí de las mujeres, devenido con el tiempo sublevación feminista. Sufragio, anticonceptivos, derechos laborales, educación universitaria, visibilidad jurídica, legalización del aborto. Algunos de esos derechos aún están chuecos. ¿Hasta cuándo? Simone de Beauvoir responde: hasta el día que una mujer pueda amar no con su debilidad sino con su fuerza; no escapar de sí misma, sino encontrarse; no humillarse, sino afirmarse; ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal.