Media hora luego de comenzar a ensayar sobre el escenario de Niceto Club, algo pasa con un amplificador de Diego Frenkel, por lo que los integrantes de La Portuaria se distienden. Mientras espera a que se lo reemplacen, el frontman, el bajista Christian Basso y el tecladista Sebastián Schachtel se internan en el camarín y piden algo para comer, en tanto que Axel Krygier y Alejandro Terán se quedan en sus posiciones, y aprovechan el hiato para repasar algunos arreglos. Si bien su último recital juntos se produjo en diciembre de 2018, tanto fueron y vinieron que en el imaginario colectivo siempre están. Al igual que sus canciones, remojadas en el tamiz de lo impoluto, de la alegría e incluso de la eternidad. Sin embargo, esta nueva resurrección del grupo, que se podrá disfrutar por streaming y también de forma presencial este jueves a las 21 en la sala instalada en Niceto Vega 5510, sucede en un momento extraño. No tanto por la pandemia, radiografía de lo cotidiano, sino por ese arrebato anárquico que se palpa en las calles de la ciudad apenas amaneció diciembre.

“Es una sensación rara”, comparte Schachtel. “La cuarentena fue algo parecido a clavar el freno de mano y que todo quede en suspensión. Los primeros meses fueron muy shockeantes. Al principio reflexionás acerca de los proyectos que tenías para el año, luego la cosa se vuelca hacia las enfermedades y otros asuntos universales. Pensé mucho en mí, en lo que no iba a poder hacer, y luego en lo que sí podía”. Entonces Basso agrega: “No sé si esto que estamos haciendo sea lo correcto. Tengo un tema pulmonar, por haber sido fumador toda la vida, y me cuidé mucho estos meses. La verdad es que fue un ímpetu que tiene que ver más con lo musical, con la necesidad de tocar, y con las ganas de compartir esa experiencia. Me las arreglé para llevar adelante proyectos y terminar de grabarlos. No vi a otros músicos ni tampoco a amigos. Esta es una oportunidad para encontrarnos”. Ahí el tecladista retoma: “La dinámica de La Portuaria siempre fue medio caótica. Estamos en el medio del caos general y todo pasa más seguido. Estamos en consonancia con el resto”.

Frenkel explica que la idea inicial de este recital apuntaba únicamente al streaming. “Pero después, cuando se abrió esto, se pusieron a la venta muy poquitas entradas para verlo de forma presencial y bajo un protocolo súper estricto”, subraya. “Siento que si tengo los cuidados suficientes, no hay riego. Ahora, la necesidad de estar con amigos, de encontrarse con gente a la que querés tanto y con la que tenés una historia tan profunda, y de generar música con ellos, creo que fue lo que nos llevó a hacerlo. Y eso también es salud: vital y espiritual. Nosotros estamos reunidos porque nos encontramos primero por Zoom. Fue ahí, mientras mirábamos el show que hicimos en Obras en 1994, con De La Guarda, luego de que se rescatara ese material audiovisual, que volvimos a ver la potencia de esta súper banda. Al toque, y coincidencialmente, vino la propuesta de Niceto, nos arengamos y sumamos a (Fernando) Samalea, que es el único miembro que no es de La Portuaria. Pero forma parte de nuestra historia. Toca con el Sexteto Irreal, conmigo grabó tres discos y además coincidimos en Clap, de donde salió todo esto”.

Ese Obras al que se refiere el cantante y guitarrista se trató de la presentación del tercer álbum del grupo, Devorador de corazones (1993), que significó la consagración de La Portuaria. De esa formación fue parte Krygier, quien retorna a la banda tras 24 años. “Si bien no volvió a tocar con nosotros, sí lo hizo con Christian y Alejandro en el Sexteto Irreal”, ilustra Frenkel. “A pesar de que fue el único de los músicos de La Portuaria con el que no toqué en otro proyecto, nunca dejamos de estar en contacto. Borges dijo que la pareja afectiva necesita continuidad, pero la amistad no. Nos juntamos a ensayar en su casa y a los 20 minutos éramos los mismos. Con toda la trayectoria y la vida recorrida, te puedo asegurar que estábamos tocando conectadísimos. Si tengo que encontrarle una explicación a eso, seguramente será que hay una química que armamos juntos. Y también porque ninguno de nosotros se diversificó hacia un lado totalmente diferente del otro”. Basso agrega: “Es como un ADN. No se da mucho que haya grupos cuyos músicos tengan proyectos paralelos y a estos les vaya igual de bien”.

Amén de ese espíritu colectivo, que nutre a los integrantes de la banda tal cual dínamo creativo y entusiasta, otro de los rasgos que atraviesa a esta quinta encarnación de La Portuaria es que no reniega de su pasado. Ni tampoco intentó reinventarlo. “Estamos orgullosos de lo que hicimos”, despacha Schachtel, quien asimismo es miembro de Las Pelotas. Basso desmenuza: “Tiene que ver con cierta promiscuidad. Hay músicas de base que nos unen, como el jazz, por la improvisación y la transgresión que ofrece. De hecho, arrancamos así y eso se mantuvo en los proyectos de cada uno. Cuando empezamos a tocar, Sebas debió haber sido el primer acordeonista del rock argentino”. Y Frenkel, que en octubre presentó por streaming en Niceto su nuevo disco solista, Frenkeltronic, remata: “Aunque somos músicos, siempre fuimos un grupo de artistas. Con Christian, desde el comienzo imaginamos a La Portuaria más como una compañía artística o de teatro que como un grupo de rock. Pero no podemos negar que somos una banda de rock en muchos aspectos”.

Posiblemente, lo más rockero que tenga el sexteto en la actualidad sea aceptar las canciones tal cual como las concibieron. “Cuando empezamos a tocar ‘El bar de la calle Rodney’, Axel entendió el ADN del tema y por dónde no tenía que ir. Y sugirió que no hiciéramos un cover de La Portuaria. A veces, destrozás una canción para hacerla de nuevo y luego te das cuenta de que lo perdió todo. El tiempo y el espacio le da una dimensión a la música que es única”. Eso da pie para que el frontman reconozca: “Nos pasó haber tomado muchos cafés en los que nos preguntamos: ‘¿Qué hacemos? ‘¿Volvemos o vamos?’. Siempre me dio miedo la melancolía. La Portuaria tiene el espíritu de una banda de jazz porque todas las reuniones tienen que ver con eso, y ésta ha sido la más espontánea. Siempre fuimos un grupo libre, desde muy chicos. Pero, por supuesto, eso tiene su precio. Y para mí el resultado es maravilloso. Vuelvo a destacar el placer que me da compartir un proyecto con gente a la que quiero. No sé si acá existen tantos grupos que deseen comer juntos, luego de ensayar. Esto es como una familia”.

Justo en ese momento, entran en escena Terán y Krygier, quien también explicita que lo más notable de esta reunión es su vuelta al grupo, tras un cuarto de siglo. “Me parece divertido”, plantea quien pronto lanzará su nuevo disco solista. “No volvería a asumir el rol de instrumentista útil a una causa, si no fuera por estos muchachos a los que quiero tanto”. El multiinstrumentista y cantante, que en La Portuaria se encarga del piano y el saxo barítono, se remonta a ese preciso instante en el que se alinearon los planetas. “Me encontré con Diego en la plaza, tuvimos una linda charla y me preguntó si me animaría a sumarme a esta reunión, donde el foco estaría puesto en esos años que compartimos juntos. Todo esto a propósito del video de Obras. Es gente con la que tengo una conexión afectiva importante. Con Terán, ni hablar, al igual que con Christian, Fernando y Adi (Azicri, ex guitarrista de Clap y Lions in Love). Es una formación que me parece atractiva y este show es una reconciliación con el pasado. Es darle al público que nos seguía en ese entonces la foto de estos viejitos tocando”.

-¿Qué etapa de la banda recorrerá el repertorio?

Diego Frenkel: -Hay dos temas de Huija (1995) que para nosotros son relevantes. Uno es “Donde hubo fuego” y el otro es “Sofía”, que forman parte del mundo de hip hop de vanguardia de los '90, así como del acid jazz, del trip hop y de la spoken word. No ampliamos mucho más de ese disco porque es un show acotado a cosas específicas. Fuimos selectivos con los temas. De Escenas de la vida amorosa (1991) tomamos el universo más cancionero, además de “El bar de la calle Rodney”, y de Devorador de corazones (1993) incluimos los famosos “Selva” y “Nada es igual”, para poder transitar por distintos climas y darle mucho espacio a lo instrumental, dado que tenemos una especie de orquesta.

-Esto también podría ser una excusa perfecta para celebrar las tres décadas de su disco debut, Rosas rojas, que se cumplieron el año pasado.

D.F.: -Esa cuestión de las efemérides son aprovechables en términos de prensa, pero los móviles que nos juntan a nosotros son bastante extraños, porque tienen que ver con esto de la atracción amistosa y musical.

Alejandro Terán: -La mamá de Borges murió a los 99 años. En el velorio, una señora mayor se le acercó a él y le dijo: “Qué pena que no haya durado un año más, así cumplía cien”. Y él respondió: “Veo que usted es muy afecta a los números redondos”.

-¿Cómo nació la idea de esas primeras canciones?

Christian Basso: -En 1989, estuve en Europa, en casa de Los Jaivas en París, y me mostraron lo que era el auge de la world music. Al volver, le propuse a Diego hacer una banda que apuntara a tratar esos estilos. Así nació Rosas rojas, que no tenía mucho anclaje con lo que estaba pasando en Buenos Aires en esa época. No había nada parecido. El grupo nació de los dos, y luego convocamos a un baterista y a un percusionista. En el segundo disco se sumó Sebastián y a partir de ahí hubo un núcleo unido de los tres.

-¿Qué pasó con el percusionista brasileño de su primera formación?

C.B.: -Eliezer Freitas Santos, nuestro percusionista baiano, además de tener hijos por un montón de lugares en el mundo, ahora vive en los Estados Unidos. Y sigue tocando. No sé qué tipo de música toca.

-Fue en Escenas de la vida moderna donde se definió la línea compositiva y conceptual de la banda. ¿A quién se le ocurrió esa dinámica?

C.B.: -Ahí me di cuenta de que lo que más me gustaba era componer, por el feedback que iba teniendo. Muchos de los temas están firmados por Diego y por mí, de los que “Selva” y “El bar de la calle Rodney” son los más conocidos.

-¿Les costó lidiar con las etiquetas?

Axel Krygier: -Diego, con sus buenas canciones, y Christian, gracias a su concepto tímbrico, armaron algo poderoso. Nos marcó a muchos y fue un honor tocar en esos tiempos. Pero el devenir del grupo lo fue llevando hacia otros lugares. Hay algo fuerte de lo viajero, lo marino o lo portuario que me gusta. El hecho de tocar el saxo barítono fue lo que me abrió las puertas a La Portuaria. Soy un elemento netamente tímbrico.

-Ustedes supieron manejar el equilibrio entre lo popular y lo vanguardista, lo que quizás a comienzos de los '90 era entendido sólo por una elite. ¿Creen que hoy ese diálogo está más naturalizado?

A.T.: -Creo que al público actual le es más fácil decodificar esa información. Cuando apareció La Portuaria, era mucho más innovador, sorprendente e inusual. Una de las características de la vanguardia es que llegue tarde a lo popular, que sea comprendida a posteriori. Como pasa hoy con Tyler, the Creator, por ejemplo.

Sebastián Schachtel: -No creo en los purismos del rock. Tampoco sé de dónde vienen. lo más importante para nosotros es lo impuro. No me considero un acordeonista sino un tecladista que juega con eso. No es fortuito que “Selva” sea nuestro tema más popular. Se llamaba originalmente “El Michael Jackson” porque intentábamos imitar un groove de música funk, y luego vimos que lo innovador es toda la mezcla que trae. Pienso que los hits surgen porque tienen un componente de innovación.

-Aunque ese ejercicio dialéctico ya lo habían demostrado en el homónimo disco de Clap, una genialidad del post punk argentino.

D.F.: -A Clap no lo considerábamos un artista de post punk sino de new wave, y luego se amplió con toda la influencia de Talking Heads. Teníamos bagaje de jazz, folklore y rock de los '70, mientras que eso que llamás post punk fue una respuesta de un movimiento porteño tras el fin de la dictadura. Para a fines de los '80, estábamos agobiados de esa especie de oscuridad y de anglofilia como vector único. Abrimos el juego a algo universal y a reconectarnos con nuestras raíces migratorias. Con La Portuaria no abandonamos el rupturismo y cierta actitud new wave, pero lo mezclamos con otro mundo sin intelectualizarlo demasiado.

C.B.: -Ese disco no quedó muy bien grabado porque no sabíamos producir, pero de alguna forma se gestó esa semilla de rebeldía.

-Mientras los hijos de Christian Basso y Alejandro Terán, Vasso y BB Asul, despegan con sus respectivas carreras, Louta, sobrino de Diego Frenkel, ya se consolidó como uno de los iconos de esta época. ¿Qué opinión les merece lo que hace?

D.F.: -Jaime, mi sobrino del alma, me llamaba “Yeye” cuando era más chico porque era muy fan del tema “Ruta (el apodo lo tomó de la onomatopeya del coro). Durante su crecimiento fue muy melómano y con cabeza de productor. Todos mis discos solistas se los mostré antes de sacarlos, y fue oyente y ayudante de la grabación de uno ellos. Siempre estaba cerca. Me han comentado que hay un parecido genético y algo más. El último single que sacó me encantó, no paré de bailarlo. Mis hijos también están abocados al arte y León es un creador de canciones increíbles. Ya se dará a conocer.

-Luego de este show, ¿sigue La Portuaria?

D.F.: -Esto nos agarró en plena cuarentena, de manera espontánea y con estas ganas de reinterpretar este repertorio, pero paralelamente nos comenzamos a conectar con la posibilidad de hacer algo nuevo. Yo empecé a componer. Tengo un par de ideas que estoy esperando a que las tomen los muchachos y estoy receptivo a las que vengan de parte del resto de la banda en pos detener material nuevo. No tenemos planes estrictos.

S.S.: -Tenemos muchos temas de la etapa de 2018, y previamente hubo juntadas con Christian y con Diego para componer, pero no nos gustó mucho. Quedaron un montón de ideas y canciones en los discos rígidos. Me parece que estábamos autoexigentes.

 

C.B.: -Me he replanteado el lugar que tiene el artista en esta época. También hubo mucho tiempo para pensar cómo evolucionó mi carrera y hacía dónde voy. Esta es una mancomunión de corazones grooveando y de volver a ver las cosas con otro cariño. Este encuentro tiene que ver con eso: es un recordatorio de que estuvo bueno lo que hicimos.