Pocas horas atrás despidieron los restos de Micaela García, muerta tras un ataque sexual perpetrado por un violador beneficiado con la libertad condicional. Como si no fuera suficiente el horror que este episodio nos causa, los cobardes, infames o –según los casos– mezquinos comentarios en las redes sociales –algunos redactados por mujeres– prueban que la agresividad hacia lo femenino excede por largo el puntual crimen de algunos sujetos desvariados. En efecto, el control del cuerpo femenino es una pieza clave de la concepción fetichista de la vida. Dominar como un objeto a la dama ha sido, desde siempre, la cara oscura de la propiedad privada, el anhelo del macho patrón y de todo hombre o mujer identificado con esa concepción, por más que no tenga empresas ni dinero. Este delirio social que somete al costado femenino de la humanidad descansa en el carácter traumático que, para el ser hablante, supone el goce de la mujer. “Con la vieja no te metas”, parece una frase demasiado sencilla como para explicar todo un orden de jerarquías y equivalencias sociales, pero, sin embargo, conviene detenerse en ella. Es que dar por admitido que una mujer goza más allá de los afanes de la reproducción es aceptar el carácter contingente del vástago engendrado, condición cuyo carácter universal estimula la ilusión que, por excelencia, sostiene al individuo que se cree dueño de sí mismo: ser la excepción. En efecto, que la vida esté sometida al deseo imprevisible de una mujer es la herida narcisista por excelencia. El niño cree que lo quieren por lo que él es, cuando en realidad, “lo amado no es él sino cierta imagen”, dice Lacan 1. La condición deseante de la madre, entonces, es una realidad intolerable que explica la función de la represión en el aparato psíquico del neurótico. De esta forma, el goce de la mujer se torna escandaloso para el macho propietario y para todo hombre o mujer identificado con el patrón. Quizás por eso, el dueño/macho hace del goce una mercancía cuando le pone un precio al cuerpo de la mujer. En definitiva se trata de una suerte de condena social: un delirio que al reducir a la mujer a la mera condición de útero, obtura lo más delicado y singular de nosotros mismos. No en vano, durante su alocución en las Naciones Unidas, el psicoanalista catalán Miquel Bassols afirmó que “esta impotencia es correlativa de la imposibilidad de escuchar la palabra del sujeto femenino, pero también de escuchar lo femenino que hay en cada sujeto.”2                                          

* Psicoanalista. 

1. Jacques Lacan, El Seminario: Libro 4, “La Relación de Objeto”, Buenos Aires, Paidós, 1998, página 73. 

2. Contribución de la AMP en la 15° Sesión de la Comisión sobre la Condición de la Mujer de las Naciones Unidas. miquelbassols.blogspot.com.ar/2012/11/la-violencia-contra-las-mujeres.html