“¿Qué querés ser de grande, mamita?”, le preguntan a Nicole Mollo, la pequeña gran pensadora boliviana que alegró a su país en estos últimos días del año metiéndose en las etapas finales del Mundial Online de Ajedrez Infanto-Juvenil. Y es que Nicole, la única latinoamericana que clasificó entre las mejores ajedrecistas del mundo menores de diez años, tiene sólo nueve y la voz finita, aunque haya enfrentado y vencido en partidas a muchos de esos que tienen la edad por la que le pregunta su abuela Mary. Pero Nicole no responde con la idea fija en un tablero sino con el desparpajo de su niñez, y le dice a su abuela, la que le regaló su primer juego de ajedrez cuando cumplió tres años, que ella quiere ser la científica que encuentre la cura para la covid-19.

“¿Qué me gusta del ajedrez? Me encantan las piezas: cómo se mueven, cómo son sus formas”, le dice a Página/12 la pequeña Nicole desde Yacuiba, Bolivia, donde vive con su familia. “A cinco minutos de Argentina”, dirá su papá Osmar, en referencia al paso fronterizo que une la localidad boliviana con la salteña Salvador Mazza. A la casa de los Mollo, desde donde la pequeña preparó la recta final de su Mundial, llegó incluso el presidente boliviano, ávido de felicitar y agasajar a la ajedrecista. Así como hace un año lo comprobó el ex mandatario Evo Morales en una partida con la niña, ahora fue el propio Luis Arce quien descubrió la intimidad de esa familia que, junto a Nicole, respira ajedrez cada día.

Nicole y la bandera del Estado Plurinacional de Bolivia, en el Mundial de China. (Foto Gentileza Familia Mollo)

Jhoan -maestro e instructor FIDE de sólo 17 años- es uno de los tíos y entrenadores de Nicole y, además, el responsable de haber puesto el ajedrez en el centro de la escena familiar, tras enamorarse del deporte cuando tenía cinco años, la misma edad que tenía su pupila y sobrina cuando aprendió a jugar. La sobrina le debe al tío esa pasión por el llamado deporte ciencia: de chiquita, acompañaba a su papá, hermano mayor de Jhoan, cuando lo llevaba a los torneos nacionales en Santa Cruz de la Sierra. Osmar todavía recuerda una vez en la que, mientras él miraba la partida de su hermano en plena competencia, su hija observaba embelesada, por primera vez, a esos peones, caballos, alfiles, reyes y reinas desperdigados encima de un tablero vacío.


No faltó mucho para que las piezas se metieran enseguida en el corazón y en la mente de la niña.
Tanto su papá como su mamá Ruth se quedaban afuera de esos diálogos que su única hija tenía con las figuritas que cobraban vida ante sus ojos. “Se ponía a jugar con las piezas como si estuviera con otros niños, charlaba, se reía”, se acuerda Osmar, que evoca un libro que leyeron juntos cuando ella tenía siete y en donde un jugador le preguntaba a las piezas cómo se sentían en el tablero. “Después de leer ese libro, Nicole empezó a preguntarles también. ‘Papá -me decía, señalándome la pieza en el tablero-, le pregunté al caballo: ¿estás bien aquí? Y él me dijo que sí’. Yo al principio me reía, pero ella lo comentaba como algo real. En su imaginación, lo vivía así. Creo que en ese momento fue cuando empezó a disfrutar realmente del ajedrez”.

La materialidad dejó de ser esencial para la niña poco después, cuando su tío Jhoan le recomendó que empezara a usar su memoria para guardar jugadas y movimientos. En la pared de su cuarto, en el techo, se desplegaba su imaginación perfecta con tableros donde, de la noche a la mañana, analizaba sus actuaciones y, sobre todo, sus errores en alguna partida fallida. “Anoche vi dónde me equivoqué”, solía decirle a su papá.

En plena práctica, feliz, junto a su papá Osmar.

Persiguiendo su sueño de ser Gran Maestra a una edad temprana -ella quiere serlo a los 15 años-, Nicole encontró la combinación entre eso de vivir mágicamente el ajedrez como un juego y el plus del esfuerzo, porque para el Mundial llegó a entrenar hasta seis horas por día. La pasión es tal que, pese a su corta edad, puede estar dos o tres horas entrenando en soledad al máximo nivel. Ese combo la llevó a meterse entre las 16 mejores jugadoras de su edad de todo el mundo, más allá de la derrota ante la rusa Diana Preobrazhenskaya, quien la dejó afuera en octavos de final. “Es una jugadora que puede pensar por sí misma como alguien que ya es mayor edad -explica su tío y entrenador-. Eso quiere decir que tiene una visión más a largo plazo: sabe distinguir lo bueno y lo malo desde la apertura y es capaz de reconocer los momentos críticos de la partida para dedicarles tiempo de su reloj”.

Jhoan habla de su pupila como si no fuera su sobrina. O como si él no tuviera sólo 17 años. El amor que los hace familia no es obstáculo para esas lecturas rigurosas que a ella la ayudan a crecer como ajedrecista. “Sus principales virtudes son su creatividad y su memorización”, dice sobre su discípula, dueña de 1141 puntos de Elo FIDE, el número que calcula su habilidad relativa en el juego. “Es una jugadora bastante creativa, hábil para abrirse caminos aún en las peores circunstancias -agrega-. Cuando otro ya daría la partida por perdida, Nicole no tira la toalla. Hasta que le den jaque mate, ella busca todos los caminos. Y si quizás comete algún error grave, se toma un vaso de agua o se echa un poco de agua fría en la cara, respira cinco segundos y vuelve a la partida con otra cara, como diciendo: ‘estamos en desventaja, ¿cómo arreglamos esto?'”.

Nicole junto a su tío y entrenador, Jhoan.

Además de su segunda incursión mundialista, la pequeña Mollo tendrá otro recuerdo especial del torneo que cerró su 2020. Así como el año pasado se la vio jugando una partida con el presidente Evo Morales, cuando el Gobierno boliviano la recibió tras su título panamericano y aportó fondos para el viaje a su primer Mundial, en China, este año la ajedrecista volvió a tener otro encuentro presidencial cercano: en la previa de su debut en las finales, el primer mandatario Luis Arce la fue a visitar a su casa y le regaló una laptop. Desde su voz finita, Nicole le cuenta a Página/12 que se sintió “muy feliz” con la visita, mientras detalla con entusiasmo “el regalo que me hizo: una compu con mouse, cargador y mochila”.


“Está encantada con la computadora que le regaló el presidente, no quiere que nadie la toque”, detalla Osmar, que es ingeniero electrónico y sólo tardó unas horas en cargar todo el software especializado y dejarle la máquina lista para competir a su hija.
Para el papá de la campeona panamericana y sudamericana Sub-8, el regalo no pudo haber llegado en mejor momento: luego de que en plena pandemia lo despidieran de su trabajo en Perú, la vuelta a su Yacuiba natal lo encontró haciendo números junto a Ruth para intentar regalarle a Nicole una mejor computadora para Navidad. “Ha sido un regalo excelente -explica-. Los ajedrecistas necesitan una computadora de alta gama por el software que se requiere para entrenar y esta máquina es tal cual la que yo quería comprarle a Nicole. Sus logros los ha acompañado siempre el esfuerzo de la familia y el año pasado tuvimos ayuda para ir al Mundial; por eso, que ahora el presidente Luis Arce haya venido a nuestra casa nos llena de orgullo y es un detalle muy lindo de su parte. Nos asombró porque fue de la noche a la mañana: quedamos todos muy contentos y felices, con gratitud y con Nicole muy contenta y con ganas de seguir adelante representando a nuestro país”.

La campeona panamericana Sub-8 junto a su papá Osmar, su mamá Ruth y el presidente Luis Arce.

Ahora que terminó el Mundial, seguramente puedan volver a los días de Nicole las partidas más relajadas. Como esas que juega con su tío para definir quién se queda con la última porción de salchipapas, plato que cotiza a lo grande en el hogar de los Mollo. O quizás el ajedrez quede a un costado por unos días, mientras esta pequeña gran pensadora boliviana que también sueña con curar el coronavirus, se distrae bailando con alguna de sus primas, o gozando a pura alegría mientras come el kilo de helado que pidió para celebrar su paso por un nuevo Mundial.