Durante más de tres décadas, al actor Ralph Macchio —hoy de 59 años— nunca dejaron de lloverle ofertas para volver a encarnar al personaje que marcó su juventud y la de una generación entera. Hablamos de Daniel LaRusso, el protagonista de Karate Kid, la película deportiva emblema de los años ochenta.

Después de él, y de las tres películas que protagonizó, la historia del adolescente que aprende el arte del karate en una soleada ciudad de Los Angeles junto a su sensei Mr. Miyagi, tuvo varias reinterpretaciones en el cine. Una película con Hillary Swank en los noventa, que intentó continuar con la saga, una remake con Jaden Smith —el hijo de Will— y Jackie Chan a principios de siglo. Pero ninguna logró igualar la fiebre que Daniel LaRusso hizo estallar en los chicos de la generación de los ochenta.

Ralph Macchio se había pasado más de la mitad de su vida leyendo guiones que buscaban involucrarlo en proyectos para resucitar la trilogía original. Algunos, lo suficientemente descabellados como para sugerirle un spin off donde Daniel era un pariente lejano de Rocky Balboa. Pero él los rechazó todos. Hasta ahora.

Karate Kid (1984)

En 2017, el triplete de guionistas y mega fans de la saga Jon Hurwitz, Hayden Schlossberg y Josh Heald le propusieron reinventar Karate Kid con una apuesta original, casi nietzscheana. La cosa sería así: no existen hechos morales, sólo interpretaciones morales de los hechos. Y por eso, el villano de la película original ahora sería el héroe de la nueva encarnación. El protagonismo de Karate Kid ya no estaría acaparado por el buenísimo Daniel LaRusso —el chico noble que vence al bully del colegio y se queda con la chica—, sino por el mismísimo bully, Johnny Lawrence, el villano a quien los espectadores pasaron tres décadas odiando.

Esta serie que el primer día de 2021 estrenó su tercera temporada en Netflix, es la producción que logró volver a encender la llama de la saga para un público nostálgico y también para uno nuevo y desentendido del culto. La serie presenta a Daniel y Johnny en sus muchísimo menos emocionantes vidas adultas. Pero ahora, Karate Kid es narrada desde la perspectiva del antagonista, o al menos, de quien creíamos que lo era: Johnny Lawrence, el motociclista rubio, el maltratador, el chico rico que tiene que perder al final para que el héroe ascienda, y la estrella de Cobra Kai, el dojo enemigo de LaRusso, con su inolvidable grito de guerra: "Golpea primero, golpea fuerte, sin compasión".

Hace unos años, los creadores de Cobra Kai sentaron a William Zabka, el actor que interpretaba a Johnny Lawrence, en un café de Los Angeles, igual que muchos otros productores han sentado en muchos otros cafés de Los Angeles a los actores originales de Karate Kid que escuchan sus ideas nuevas dando vuelta los ojos. William Zabka, que ya había trabajado con estos guionistas en la película Hot Tube Time Machine, aceptó la reunión escéptico, casi por cortesía, pero resultó que el proyecto no era nada de lo que él esperaba. “Habían creado todo un mundo a través de los ojos de Johnny Lawrence, no sólo una película o una temporada, sino toda una línea narrativa, un universo paralelo y personal”, dice Zabka, que no solo aceptó la propuesta, sino que convenció a Macchio y ambos se convirtieron en productores ejecutivos de la serie. “En los setenta y ochenta estaba el bueno y el malo. Lo obvio. Todo era blanco o negro. Supongo que ahora hay más grises y más inteligencia en el entretenimiento en general, pero sobretodo en la televisión contemporánea. Mi preocupación principal era no redoblar la apuesta en el personaje maligno. Era importante que hubiese capas de personalidad en Johnny Lawrence y que uno pudiera entenderlo”, explicó Zabka.

Ahora que presenciamos el fin del siglo XX y las franquicias le han permitido a un par de generaciones ver a sus héroes de infancia envejecer en las mismas pantallas que los concibieron, Cobra Kai hace su operación con mucha inteligencia: desactiva el pop de los años ochenta, sus peinados, su épica ridícula, su moralina sentimentaloide, a la vez que los celebra con un candidísimo amor de fan, con gran sentido del humor (básicamente, por eso funciona) y con un cariño adulto capaz de revisitar lúdicamente un pasado juvenil, que reconoce a la vez bobo y formador.

Un famoso chiste de la muy popular —aunque para nada relacionada— comedia de televisión How I Met Your Mother ya había plantado una pequeña semilla en esta posible reinvención de Karate Kid y por supuesto forma parte de la mitología de su resurrección. Al parecer, la idea base de Cobra Kai no es tan nueva como parece, y varios espectadores alguna vez lo habían pensado mirando la película original. En ese episodio de How I Met Your Mother, Ralph Macchio y William Zabka hicieron un flamante cameo —y por primera vez, se reencontraron en pantalla en su vida adulta—, a propósito de la teoría que discuten los personajes de esa comedia: Johnny Lawrence no sería el villano en Karate Kid sino la víctima. A él le robaron el torneo y a su novia Ali. Lo maltrató su entrenador y su padrastro. Sufrió mucho más de lo que golpeó.

Ahora, Cobra Kai parece haber hecho carne esa teoría revisionista de su propia época. Y por supuesto que la serie tenía todo para fracasar, pero —juegos de playstation y cargamento de merchandising mediante— se convirtió en un éxito que tendrá una cuarta temporada si la Covid lo permite. Quizás se deba a su diseño de una nueva generación de espectadores sin nostalgia y con el vibrato de su propia época: hay una nueva camada de artistas marciales adolescentes que la protagonizan, hay diversidad racial y de género, hay condena al bullying. Pero para los viejos fanáticos de la saga original también hay más comedia que drama épico —acaso lo que se necesita a los 40 años— y suficientes referencias, escenarios y personajes clásicos para gritar de emoción de pie frente al televisor. En esta tercera temporada reaparece Ali —la preciosa reina de los ochenta Elisabeth Shue—, el viejo interés amoroso de ambos, que vuelve para confirmarles esa máxima obvia pero que nunca envejece: que los héroes y los villanos son mucho más parecidos de lo que creen.