Fue en Rosario, en 2003, cuando se usaron por primera vez los pañuelos verdes. Nadie sabía que ese color sería símbolo y marea, aunque algunas tenían perfectamente claro el objetivo. En aquel Encuentro Nacional de Mujeres (entonces se llamaban así) las feministas habían decidido salir de la lógica del enfrentamiento con las mujeres que eran enviadas por las jerarquías eclesiásticas, y habían ideado el Taller de Estrategias por el Derecho al Aborto. A quienes querían decir sus discursos en contra, las mandaban a los talleres de anticoncepción y aborto. Allí sólo estarían mujeres de todo el país que quisieran avanzar con un derecho postergado. Recuerdo nítidamente a la psicóloga Liliana Pauluzzi alborotada, enojada, porque había antiderechos por todos lados. 

El domingo a la tarde, una mesa de Católicas por el Derecho a Decidir entregaba pañuelos con leyendas en letras amarillas: Despenalización del Aborto, Por el Derecho a Decidir, eran dos de las frases. También "Anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir". Imposible olvidar las columnas pintadas de verde, la transversalidad de un reclamo que los pañuelos habian hecho visibles. Marta Alanis y Susana Chiarotti cuentan que eligieron el verde porque estaba vinculado también a la lucha por el ambiente, a la esperanza, a la vida.  

La estrategia feminista se desplegó en varias direcciones: una Asamblea por el Derecho al Aborto, la primera en un Encuentro, copó el salón de actos de Ciencias Económicas el sábado a las 18. Allí se pudo escuchar a Dora Coledesky, a mujeres de las organizaciones populares --piqueteras se decía entonces-- y a la local Mabel Gabarra. Recordar sus nombres, con las omisiones que seguramente sobrevendrán porque las historias colectivas se tejen entre muchas manos, y es imposible recordarlas a todas, es también necesario para que quede claro que ninguna marea crece sin aquellas oleadas iniciales. Ni siquiera iniciales: en 1988 se hizo en el Encuentro de Mendoza el primer taller por el Derecho al Aborto. Gabarra, Coledesky y la pastora Alieda Verhoeven la coordinaron. También existía la Comisión por el Derecho al Aborto. Ponían una mesa frente al Congreso, ante el silencio y la hostilidad de la sociedad. 

En la madrugada del miércoles, fue inevitable pensar en cómo disfrutaría Dora al ver a miles de chicas y mujeres en las calles en todo el país, en más de 100 plazas desde La Quiaca hasta Ushuaia. Otras pioneras están acá para disfrutarlo. La despenalización social del aborto fue producto de una amalgama que confluyó en la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, creada en 2005, con un antecedente claro en aquel taller inicial de Estrategias para el Acceso al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

En 2004, Rima (Red Informativa de Mujeres de la Argentina) lanzó la campaña Yo aborté. Y pude contar allí mi propio aborto, a los 16 años. Era un tabú todavía, aunque fuimos decenas las que volcamos nuestras experiencias, aún estigmatizadas. Hoy, pensar que nadie deberá volver a avergonzarse, y eso no es sólo la ley sino el producto de miles de luchas, es una de las emociones más intensas. Fueron Irene Ocampo y Gabby De Cicco, dos activistas lesbianas y en ese momento coordinadoras de Rima, las que lanzaron aquella iniciativa potente. 

En todos estos años hubo historias para contar: chicas y mujeres muertas como consecuencias de abortos realizados en condiciones inseguras eran la cara más extrema de una desigualdad social flagrante. Imposible olvidar a Alejandra Soledad, de 19 años. A su mamá la entrevisté en Puerto General San Martín. Murió sin decirle a nadie que se había hecho un aborto. Carina y Perla murieron en el mismo fin de semana de febrero de 2009 en el hospital Provincial de Rosario. Carina tenía 30 años, tres hijos, sus hermanas sentían que era necesario justificarla, explicar que a veces cuando una se entera de que está embarazada, se quiere morir. No era posible que siguieran muriendo mujeres por abortos clandestinos existiendo el misoprostol.

La crueldad desplegada con Ana María Acevedo, en 2007, en el hospital Iturraspe de Santa Fe, desencadenó con mucha fuerza la lucha para que se cumpliera el artículo 86 del Código Penal, ese que luego, en 2012, aclaró el fallo FAL. El largo camino de la conquista de derechos fue resultado de miles de reuniones, estrategias, de muchas que eligieron poner la cara y el cuerpo para ampliar un horizonte que por entonces parecía imposible.

En Rosario, en 2004, una niña violada por su padrastro necesitaba acceder a un aborto. Mujeres Autoconvocadas Rosario se movió, insistió con la entonces secretaria de Salud, Mónica Fein, y generó un camino que convirtió a la ciudad en pionera de una ordenanza de aborto no punible. La despenalización del aborto fue primero social, y antes que nada fue producto de una voluntad férrea de combatir la crueldad. Cada vez que una niña es obligada a parir, es necesario renovar esa lucha. Lucía gritando que querían que le saquen lo que le había metido "el viejo" adentro, en Tucumán, fue para muchas un límite que no podía volver a cruzarse. Que nunca más exista una Lucía es una de las razones de esta ley. Pero no la única. 

Entre las pibas y las pioneras está la generación de las que empezaron a salir a la calle a partir de 2001, las feministas que sin desconocer legados, trazaron su propio camino. Hoy parecen el eslabón perdido, pero están en todas partes: en la Red de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir, en Socorristas en Red y todos los colectivos de acompañamientos que proliferan en todo el país, en los medios de comunicación. Son las que construyeron un nuevo sentido común a partir de sus activismos tan callejeros como micropolíticos.

El miércoles a la madrugada, cuando el tablero anunció 38 a 29, una andanada de emociones trajo eso y mucho más a la memoria del cuerpo. Se agolparon las veces que salimos a la calle, las notas que escribimos, las estrategias que compartimos. Las que estuvieron en la plaza se abrazaron, aunque la pandemia de covid-19 esté en pleno rebrote. Por fin era realidad la ley que empieza a asegurar un camino de autonomía soberana. Todas lloraban y ese sentimiento colectivo se hizo hashtag en las redes sociales: #EstoyLlorando fue la frase repetida. 

Llorar de alegría el 30 de diciembre de este (maldito) año es un regalo que sólo las militancias feministas pueden darnos. Cada vez que me acuerdo de que por fin tenemos ley vuelvo a llorar. Que nunca más una piba aborte sola y desamparada. Que siempre estemos ahí, para nosotras, para velar por nuestros deseos. Ya es ley.