Desde Barcelona

UNO Una vez, cuando era chico, Rodríguez montó en camello. Todavía le duele. Fue en verano. En unas vacaciones con sus abuelos, en Almería. En ese desierto por el que no hacía tanto había disparado Clint Eastwood a las órdenes de Sergio Leone. Allí, un árabe o un gitano (no se acuerda bien) los alquilaba por horas. El pequeño Rodríguez (quien se había empeñado en subir ahí alentado por el espíritu de Lawrence de Arabia, que también se había filmado en parte por esas partes) aguantó apenas unos diez minutos y esa noche tuvo que dormir boca abajo y con los ojos abiertos.

De ahí que, desde entonces, Rodríguez piensa en por qué los Reyes Magos --tan sabios y prodigiosos-- llegan en camello pudiendo hacerlo en mullidas alfombras mágicas. O mejor aún: quedarse en casa, autoconfinados, y enviar a alguien en su nombre a ese pesebre superpoblado donde no se respeta el distanciamiento social y, seguro, anidan los murciélagos.

DOS Y más o menos así viene la cosa este año recién estrenado (de nuevo: a Rodríguez le inquieta la correlación seguidilla 20-21 en el mismo número y ruega por que la cosa sea reboot refundante y no remake con peores/mejores efectos especiales; de ahí que se haya acostumbrado a desear Feliz Año Mejor, porque lo de la novedad no viene resultando en algo feliz últimamente). Y no habiendo salvado el verano ni las Navidades (al Año Nuevo no había que salvarlo; porque el paso del tiempo no depende del ser humano y es una suerte de virus incurable en sí mismo) el desafío es salvar a los Reyes Magos. De ahí, cabalgatas vía streaming o estáticas con cita previa o en globo o auto cerrado a saludar desde balcones (aunque no se descarta variante rave-ilegal); el cósmico e infrecuente consuelo de conjunción planetaria encendiendo supuesta estrella de Belén (en sincro con el encenderse de nuevas mutaciones de virus); y adiós a la postal de todo enero en que un niño lleno de ilusión pierde un ojo por culpa de un caramelo arrojado con fuerza desde esas alturas en las que los monarcas contemplan más o menos amorosamente a sus súbditos. En cualquier caso, los Reyes se las van a arreglar por las suyas y saldrán reforzados de esta pausa. Suele ocurrir cuando alguien o algo se hace de rogar.

Los que no la tienen tan clara son los otros reyes: los de aquí, los de todo el año, los de España. Las andanzas del emérito campechano más con truco que con magia (y quien finalmente, como en el clásico spot de tv de turrón --porque crece el número de personas que lo consideran un turro-- no ha vuelto a casa por Navidades) no le han hecho ningún bien a su preparado hijo quien se quiere meritorio y necesario y quiere que lo quieran. Así, pronunció elíptico discurso navideño de costumbre al que siempre se le buscan propiedades oraculares y en el que (contrario a lo que se esperaba, pero también siendo esperable) no dijo mucho acerca de las cargadas de su antecesor en el cargo. Desde parte del gobierno (el PSOE y resto del establishment político) se lo continuó defendiendo y se insiste en que "una cosa es la persona de Juan Carlos I y otra la institución". Lo que para Rodríguez es discutible ya que, en toda monarquía, la persona es la institución: porque está allí por sanguíneo y dinástico derecho divino y no por voluntad popular sino, en este caso, de dictador agonizante (si de Rodríguez dependiera, él coronaría sin demora a Rafa Nadal). Mientras que desde la otra parte, la de Podemos, se llama a encender los motores de la República e incinerar a Felipe como a esa versión suya en ninot de 4,5 metros incinerado el pasado 12 de octubre por sus creadores por el performático "placer de quemar la pieza" (y porque nadie pagó los 200.000 euros que pidieron por ella en Arco). La ciudadanía toda no se queja mucho y en su mayoría --con ascendente buena imagen de Felipe casi compadecido por ser pseudo-shakesperiana víctima de los pecados del padre-- parece pensar en que no son tiempos para cambiar de modelo teniendo en cuenta la escasa calidad de piezas y repuestos de la poca clase política.

El futuro es otra cosa y lo cierto es que Rodríguez ve un tanto dudoso el que jóvenes que hoy no sólo no encuentran sino que además pierden trabajo se avengan a por venir mantenimiento a cuerpo de princesa/reina e infanta de estas dos niñas que este año engalanan la postal findeañera de la empresa familiar y que, por el momento, no hacen más que sonreír mucho, leer en voz alta a la espera de un mañana colmado de actos simbólicos (y, en el caso de Sofía, predice Rodríguez, titulares dignos de aquel party animal que fue Margaret y a quien, desde The Crown, Rodríguez quiere y respeta mucho). Por lo pronto, ya se discute futura ley de "control y regulación" de una Corona para dotar de "mas transparencia" a las actividades de la Familia Real. Según el Gobierno (nuevo lema: Cumpliendo), Felipe VI estaría "plenamente dispuesto" a "modernizar y adaptar la monarquía al siglo XXI". Y Rodríguez piensa: "¿Monarquía? ¿Siglo XXI? ¿Modernizar?" Y prefiere dedicarse a cuestiones que lo hagan sentirse más regio.

TRES Así que Rodríguez (después de todo los estudiosos dicen que fueron cuatro y no tres; el que no llegó a Belén fue Artabán y, por su mala estrella, se perdió por el camino cuando la Luna cubrió a su luz guía) se dice que no hay mejor regalo que un autorregalo para sentirse rey y mago de uno mismo. Así que Rodríguez pide que le envuelvan bonito lo que va a regalarse. Y cuenta las horas que faltan para recibir lo que se compró para darse. A saber: en tiempos de confinamientos solitarios y aforos limitados nada mejor que libro festivo y rebosante de invitados ocurrentes. Allí --ya un subgénero literario en sí mismas-- las legendarias entrevistas a escritores en la legendaria revista The Paris Review. Desde 1953 las preguntas y respuestas allí formuladas vienen constituyendo la pièce de résistance de la publicación. Y, de acuerdo, en las casi 3000 páginas en dos voluminosos volúmenes de entrevistas de The Paris Review escogidas por la editorial Acantilado no están todos y se extrañará a algún favorito. Pero están muchos entre estos cien reyes y reinas magas que aquí revelan sus trucos y dones. Todos juntos ahora bajo el tan preciso como ambiguo título comunal de "Writers at Work / The Art of Fiction". Porque Rodríguez no se engaña: mucho de lo que aquí se asegura sobre el oficio no son sino muy inspiradas ficciones y parte imprescindible más en la obra que en la vida de creadores. Como bien pudo haberle dicho Rick a Ilsa en esa irreal pero más que cierta Casablanca: "Siempre tendremos The Paris Review". Esa ciudad de letras mucho mejores que las de los más infectos que contagiosos villancicos que ahora, por suerte, comienzan a apagarse para que vuelvan los blues...

CUATRO ...o medios tiempos como la melancólica "It's Good to Be a King", de Tom Petty, donde se despide con un "Discúlpame si tengo un lugar en mi mente / Al que me voy de tanto en tanto". Y allí se van los tres Reyes. Alejándose de un mundo en el que pronto nacerán cientos de miles de niños del confinamiento, amados boom-covid-babies cuyo futuro suena más al de esclavos con virus que al de amos con corona. Y quienes, de vuelta, se encuentran con Artabán. Y son cuatro otra vez. Y, ya rumbo al horizonte, a Rodríguez le cuesta poco y nada confundirlos con los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.

Y --no es bueno, pero sí malo y feo-- le duele el que así sea.