No hay modo de contar sobre lo visto sin atender al contexto. Lo que sucede seguramente sea de lo más sensible que el cine ha vivido a lo largo de su poco más de un siglo de vida. La pandemia agudizó cuestiones inmanentes, que si bien ya se perfilaban, quedaba un rato largo para su consolidación. En síntesis: el streaming se ratificó, las salas continúan cerradas, y la vuelta a la actividad en paréntesis. Películas siempre habrá. ¿Pero en qué condiciones son vistas?

En este sentido, hay que pensar la dinámica del streaming de manera acorde, por consecuente, con la establecida por la televisión sobre mediados del siglo pasado. La pantalla chica contra la pantalla grande nunca fue un juego de palabras, sino una confrontación de proyectos sociales y políticos. Quedarse en casa o salir al encuentro de la muchedumbre. El presumible confort del hogar surgió ahora como elección forzada por supeditada a políticas sanitarias (e indiscutiblemente necesarias). Y las plataformas streaming sumaron adeptos y dinero como nunca antes.

"La muerte no existe y el amor tampoco", de Fernando Salem. Una puesta meticulosa.

En el caso televisivo, el cine pasó a estar condicionado por variables de la programación, supeditado a las posibilidades técnicas del medio. Pero hoy la tecnología es apabullante, y las plataformas streaming encandilan con sus posibilidades. Lo que parecía de ciencia ficción ya no lo es, y las películas sucumben al encanto de las luces digitales. Calidad técnica y del servicio, una buena pantalla y un buen sonido, antes que de hablar de calidad y variedad de contenidos. Lo que ahora priman son otros factores, como mucha cantidad para ver mucho. Y si bien no existe espectador capaz de retener para el análisis mental una dosis de diez horas ininterrumpidas de cualquier serie, nada le impide llevarlo adelante. Antes bien, lo que surge es la espera histérica por otra temporada.

Hay una comparación válida, y está bueno tenerla presente: cine y música ocurren en el tiempo. No se les puede interrumpir. Si se lo hace, ¿es música?, ¿es cine?, ¿qué es?

Lo que a continuación se practica no es más que una elección sobre lo que se pudo ver, que no es todo y tampoco demasiado. Lo bueno de esto, en medio de tantos días inclementes, es que el cine continúa del lado de quien lo elije.

Algunas películas

Parece tierra lejana, pero el año que pasó dejo ver algunas películas en sala. Así fue cómo el más reciente film de Clint Eastwood tuvo lugar: El caso de Richard Jewell, síntesis magistral sobre cómo contar una historia y molestar los cimientos sobre los que ésta es dicha; Eastwood mira crítico a la sociedad norteamericana y busca héroes ciertos, escondidos en quienes suelen ser carne de cañón de esa misma sociedad esquizoide. También estuvo en la pantalla grande el palestino Elia Suleiman con De repente, el paraíso, en donde el director se interpreta a sí mismo mientras observa la ironía de un mundo cada vez más extraño, con una poesía personal y ligada a la pantomima. También llegaron a verse los ecos del ¿último? premio Oscar, con títulos inflados como 1917 -¿alguien la recuerda todavía?- o Judy, en donde destaca la caracterización de Renée Zellweger como la Garland, aun cuando la película no pase de ser una adecuada revisión de vida de la artista genial. En este sentido, mejor fue (re)ver la oscarizada y coreana Parasite, de Bong Joon-ho, con una dosis de cine en las venas que hace olvidar, al menos por un rato, la corrección política que circunda.

"Better Call Saul", una serie de gran éxito.

Por las plataformas continuó el camino, pero en detrimento de un cine más independiente y alternativo. En todo caso, estas oportunidades hay que buscarlas lejos de Netflix y similares, en ámbitos más cinéfilos como QubitTV, Mubi, Puentes de Cine y Comunidad Cinéfila. Dos películas recientes de Werner Herzog tuvieron esta posibilidad. Una de ellas es Family Romance, LLC (Mubi), con su extraordinaria confusión entre realidad y ficción, documental y recreación, en pleno Japón; así como el documental Fireball, visitantes de mundos oscuros (Apple TV +), dedicado a los meteoritos por el mundo y sus atentos seguidores. Catorce (Puentes de Cine), del norteamericano Dan Sallitt, retrató la vida de dos amigas desde una narrativa inteligente, sensible, en un film de una confección enteramente independiente.

Entre los estrenos más “sonados” hay que señalar Mank (Netflix), de David Fincher, destinada al guionista Herman Mankiewicz durante su trabajo en el rodaje de El ciudadano, de Orson Welles; y Soul (Disney+), de Pete Docter, primer largometraje de Pixar estrenado de esta manera. En síntesis, si hay una película que elegir, ésta es Pienso en el final / I'm Thinking of Ending Things (Netflix), de Charlie Kaufman; porque es una pieza maestra, porque organiza su relato mientras lo fragmenta como esquirlas de una memoria más o menos confusa, y porque se trata de uno de los artistas más lúcidos del cine contemporáneo.

El cine argentino

En cuanto al cine argentino, el streaming se asentó durante el año como una ventana de valía enorme. Cine.ar Play –junto a Cine.ar TV- se consolidó como el lugar donde ver estrenos todos los jueves. Habrá que ver cómo se articulará esta opción una vez recuperado el uso de la sala presencial, porque es éste el lugar que no hay que perder. En esas condiciones pudo verse La muerte no existe y el amor tampoco, de Fernando Salem, y apreciar lo hermoso y meticuloso de su puesta en escena.

El Cazador, de Marco Berger, ofreció un suspenso meditado, de buen pulso narrativo; un rasgo que puede destacarse también en películas como Al acecho, de Francisco D’Eufemia, con Rodrigo de la Serna como un guardaparque en una historia de matices sombríos a cielo abierto; y La dosis, de Martín Kraut, en donde una sala de cuidados intensivos agudiza la mirada críptica que ofrece el gran protagónico de Carlos Portaluppi. Un film notable es Las mil y una, de la correntina Clarisa Navas, sumido en un ámbito barrial que nadie conoce mejor que su directora, entre los dilemas de su protagonista y momentos que laten raro y hay que resolver; con Planta permanente, el director Ezequiel Radusky logró un retrato dilemático sobre la clase obrera a la vez que dio a Rosario Bléfari su último y hermoso rol fílmico; en Emilia, el realizador César Sodero, oriundo de Sierra Grande, filmó allí el dilema personal que de manera intensa personifica Sofía Palomino; en Tiempo perdido, los directores Francisco Novick y Natalio Pagés lograron una historia de reencuentro personal, y de manera sutil, en la vida del personaje que interpreta Martín Slipak; y en Los que vuelven, Laura Casabé se introdujo con precisión narradora en la explotación sufrida en la selva misionera a través de un relato de terror.

Por su parte, el gran José Celestino Campusano dejó constancia en Bajo mi piel morena de la relación asumida entre el cine y la diversidad sexual: no necesita de discursos para hacerlo, sino de una puesta en escena en donde los roles protagónicos y sus problemas pasen a estar enfocados en quienes fueron habitualmente silenciados por el cine local. En esta misma línea vale incluir a Canela (Puentes de Cine), de la rosarina Cecilia Del Valle, y su retrato íntimo de la arquitecta trans Canela Grandi.

Hay que destacar también a Bernarda es la patria, de Diego Schipani, por su acompañamiento sensible y atento sobre la figura enorme de Willy Lemos; de manera similar hace lo propio Miguel Zeballos con La herida y el cuchillo, a partir de la tarea teatral de Emilio García Wehbi. En otro orden, Eduardo Montes-Bradley recuperó la figura de uno de los superlativos directores de fotografía del cine argentino con Buscando a Tabernero. Vale sumar al rosarino Cristina Arriaga con Abuelas, documental que es una declaración de admiración y cariño a las Abuelas de Plaza de Mayo. Y distinguir a Niña madre, de Andrea Testa, como uno de los mejores documentales del año, al recopilar testimonios, palabras, de mujeres niñas y adolescentes, cuando la interrupción del embarazo no era ley.

Siempre las series

Hay series para todo. Se nota que la gran época ya no es tal, pero nunca faltan producciones estupendas. Como The Outsider (HBO), en donde Stephen King vuelve a ser fuente de inspiración para una serie que logra equilibrar suspenso policíaco con moderadas dosis de terror. También con el terror bajo la manga se presentó Lovecraft Country (HBO): la serie que produce Jordan Peele (Get Out, Us) no recurre al típico esquema que hoy predomina –volver “negro” lo que antes era “blanco”-, sino que se inmiscuye en los vericuetos de la mitología lovecraftiana a partir de las problemáticas raciales, dadas por la época pero también por el reconocido racismo del escritor, a quien, dicho sea de paso, la serie evidentemente admira.

La que tal vez quedó a medio camino es The Plot Against America (HBO), con Philip Roth como mención literaria que anima a un Estados Unidos ¿distópico?, en manos fascistas, con Charles Lindbergh presidente. La que no dejó ningún cabo suelto, y fue capaz de repensar su personaje conforme a su mitología, es Perry Mason (HBO), cada uno de sus capítulos es un disfrute por sus referencias al cine de detectives malogrados, con una recreación impecable. El noir continuó de la mano de Better Call Saul, temporada 5 (Netflix) así como de Fargo, temporada 4 (Directv). La ciencia ficción tuvo su momento relevante con Raised by Wolves (Amazon), con Ridley Scott al mando; seguramente, algunos de los capítulos trastabillen, pero el plot que articula todo se conecta de modo íntimo con el cine del realizador. En otro orden, el universo Star Wars continúa en expansión, y la segunda temporada de The Mandalorian (Disney+) ya abre puertas a una nueva serie de Bobba Fett: acción a la manera western-spaghetti no falta, y algunos episodios son brillantes.

La producción local

El Festival de Cine Latinoamericano que organiza el Centro Audiovisual Rosario tuvo por primera vez una edición virtual. De ella, hay que resaltar dos paneles fundamentales, dedicados respectivamente a la producción y exhibición. Tales aspectos son inherentes a la realización, y es menester que sean discutidos, tal como se lo hizo en estas oportunidades junto a representantes de distintas áreas del sector.

"Rockambole", de Claudio Perrin.

La web apareció como lugar desde el cual hacer circular propuestas con mayor o menor previsión, conforme a cómo la pandemia tomó por asalto a cada cual. En este sentido, se elige destacar la serie web Quién pudiera, de Hipólita Films, con una circulación de episodios que surgió meditada; Rockambole, de Claudio Perrin, cuyos episodios aparecen de manera acorde al estado de ánimo social y personal del grupo realizador: a este ritmo, la serie continuaría indefinidamente, ¿por qué no? Y las cartas audiovisuales que la Asociación de Realizadores Experimentales Audiovisuales Rosario compartió a través de su cuenta en Facebook, cada una de ellas, un mundo a explorar, en interacción con los demás.

Diego Rolle y Pablo Rodríguez Jáuregui recrearon El Danubio Azul, del maestro Luis Bras, con Reimaginando el Danubio Azul, una puesta a prueba del talento de ambos puestos a cumplir tamaña tarea: lo logran, el espíritu de Bras vive en ellos. Junto con el de José María Beccaría, BK&Basta, a quien también homenajearon con Yo soy ese gran cohete. De igual manera, Mariana Wenger completó su tríptico sobre Eduardo Galeano con Infancias perdidas.

Párrafo aparte a Refutación de Troya, donde Carolina Rímini y Gustavo Galuppo continúan un sendero que parece descubrirse a medida que avanzan, entre película y película. Al hacerlo, revisan la historia del cine y la genealogía de las imágenes, a la vez que las discuten y piden sean reinventadas. Asumen el desafío y logran algo diferente, que toca desde la fibra sensible de ellos dos, y siempre completa en quienes miran.