“Ser feminista para mí es un instrumento de pura supervivencia. Si no hubiera sido feminista, habría tenido una vida que no era la que quería”. La escritora catalana de origen marroquí Najat El Hachmi –que estuvo en Buenos Aires en 2019 con la delegación de escritores que trajo la ciudad de Barcelona a la Feria Internacional del Libro— ganó el Premio Nadal, dotado de 18.000 euros, con la novela El lunes nos querrán, la historia de dos jóvenes amigas de familias musulmanas que viven “en la periferia de la periferia” y están “marcadas por múltiples condicionantes, su procedencia, su sexo y su clase social”. Las dos amigas de la novela premiada –la primera obra de ficción que escribe en castellano-- se enfrentan, en lo doméstico, “al machismo y a la cerrazón asfixiante religiosa” y, en la calle, a la precariedad laboral y los estereotipos.

Las protagonistas de la novela premiada --que la editorial Destino publicará en España en febrero y un tiempo después llegará a las librerías argentinas-- buscan una vida propia independiente. “Empiezan creyendo que si nos las quieren ‘bien’, si no las aman como se debe es porque ellas tienen la culpa. Intentan cambiar, adaptarse, hacer dieta y perder peso, seguir las normas de las revistas de moda, las normas de sus familias tradicionales. Hay mucha contradicción. Pero el problema no son ellas”, explicó la escritora catalana, que dedicó el premio a las mujeres “valientes que se salieron del camino recto para poder ser libres”. Las jóvenes de la novela son las primeras que piensan en estudiar una carrera universitaria o conseguir un trabajo. El camino no será fácil porque tendrán que luchar contra roles de género muy arraigados.

La niña de ocho años --que había nacido en Nador, una zona rural al norte de Marruecos, en 1979— llegó a Vic (Barcelona), donde ya trabajaba su padre, y descubrió las infinitas posibilidades del mundo urbano. Apenas comenzó la escuela tuvo que aprender una lengua nueva. Su lengua materna es el amazigh o bereber, “una lengua oral que no tuvo escritura hasta hace poco”. Najat –que empezó a escribir en catalán a los once años— trabajó como empleada de limpieza, cocinera y mediadora cultural, y se licenció en Filología Árabe en la Universidad de Barcelona. En Yo también soy catalana (2004), el primer libro que publicó, emergen todas las contradicciones que veía (y sufría) su identidad partida en dos paisajes y dos formas de entender la vida muy distintas. “La escritura es el único medio en el que puedo hacer que esos dos mundos sean uno”, planteó El Hachmi a Página/12.

En El último patriarca (2008), novela con la que obtuvo el Premio Ramon Llull, puso el dedo en la llaga del machismo en las sociedades musulmanas. El papel de la mujer y el choque generacional entre madres e hijas lo exploró en La hija extranjera (2015) y en Madre de leche y miel (2018). La libertad individual y sexual de las mujeres es el tema que atraviesa La cazadora de cuerpos (2011). En Siempre han hablado por nosotras (2019), un manifiesto feminista, aborda la doble discriminación que sufren las mujeres musulmanas. “Es un tema que yo ya digerí hace años, pero hoy el panorama ha cambiado. Aquí se están imponiendo una serie de discursos muy reaccionarios vestidos de tonos progresistas, abiertos e inclusivos”, dijo El Hachmi en una entrevista con el diario La Vanguardia de España.

La escritora catalana se refirió al engaño del “feminismo blanco” y del “feminismo islámico” en la misma entrevista con La Vanguardia. “Alguien puede decir que no se siente representada por el feminismo blanco porque no es blanca. Y mi problema como mujer no es la representatividad, mi problema es el machismo. Mientras, nadie dice a los hombres musulmanes que ya no pueden ir más allá, que a mí tanto me da lo que diga un texto de hace 1.400 años. Dejemos la religión en casa de una vez por todas”. El Hachmi agregó que hay una obsesión por establecer las leyes que afectan a las mujeres a partir del Corán: “¿Acaso miramos la Biblia para establecer los actuales derechos de las mujeres?”. El machismo es una de sus mayores preocupaciones y por eso cuestiona el uso del “hiyab”, el pañuelo que usan las mujeres musulmanas: “Muchas chicas no se dan cuenta de que es un símbolo patriarcal, que el fundamentalismo islamista hace bandera del pañuelo porque tiene una obsesión por controlar el cuerpo de la mujer”.