Cuarenteñeros; camarades de hastíe, cansancie y aburrimiente; excedides en el peso, en el deseo, en la libido; emuladores de Chaplin en esa escena de La Quimera del Oro donde imagina que su compañero de encierro es un gran pollo; repetidores una y otra vez de tooodos los diálogos de alguna serie (hablando de eso, recomiendo calurosamente Supongamos que es una ciudad, de y con Martin Scorsese y Fran Lebowitz; está en Nefli); amantes, amados, amandas y demás vinculades por un lazo efectivo o supuesto, real o literario; jóvenes que se la bancan, se cuidan y nos cuidan, honrando la memoria colectiva que les recuerda que alguna vez ellos también serán septuagenarios. 

Niños y niñas que quieren una escuela que no contagie; obsesives, fóbiques e histériques que día a día descubren nuevas maneras de cuidarse del Covid y desechan viejas formas que devinieron supersticiones sin efecto epidemiológico; gentes esenciales que se encargan de que conservemos la salud a pesar nuestro (socialmente hablando) y de sus propios salarios nanoscópicos: es con todos ustedes, es con todas ustedes.

Y después están los negacionistas. ¿O debo llamarlos negocionistas? Nunca entendí el sentido de usar la palabra “negacionista”, dado que el castellano (al que no sé por qué llaman “español”) cuenta con “negadores”, un término bastante claro para referirse a los que niegan algo. Quizás "negacionismo” sería la negación llevada a nivel de corriente filosófica, cultural o política, o psicótica, diría Freud (perdonen, me encanta decir “Freud” aunque sea una vez en cada columna).

Porque no se trata de negar algo, sino de negar algo que sí ocurre. Porque si a un grupo de personas se le ocurre negar que “los seres humanos tenemos alas”, llamarlos "negacionistas" por negar la biología es un disparate digno de ser estudiado por Freud (uy, perdón, ya lo nombré dos veces, prometo no volver a hacerlo hasta el sábado que viene).

Pero, hoy en día, "negacionista" es quien niega la dictadura o la Shoá (mal llamada "Holocausto") o el genocidio del que fueron víctimas los armenios hace ya más de un siglo y que aún es poco reconocido.

Y también es negacionista quien niega el Covid; quien llama “gripecinha” a una enfermedad que produjo 2 millones de muertos en el mundo y 45 mil en nuestro país. Quien quiere que “abran todo y que se mueran los que tengan que morir”. Quien se crea con “impunidad biológica” y se emborrache o, peor aún, recomiende que otres se emborrachen con lavandina varietal cosecha 2020.

Cuando Freud nació (uy, lo dije de nuevo), en 1856, la gente no iba al cine, porque no había,. Lo único que tenían para entretenerse era el sexo. Cuando murió, en septiembre de 1939, tampoco iba nadie al cine, pero porque estaban en el estreno de la Segunda Guerra Mundial, una pandemia de violencia asesina que se cargó a 60 millones de personas en seis años.

Ahora tenemos un virus que, cual fantasma anunciado por Marx, recorre el mundo, y cual James Bond, vive dos veces. ¿Estamos en guerra contra el virus? Sí. ¿Podemos ganarle? Sí, siempre que entendamos que los abuelos vamos a ser nosotros mismos dentro de un tiempo y nos cuidemos. Sí, siempre que podamos entender la diferencia entre la Resistencia clandestina, herramienta fundamental en la lucha contra el nazismo, y las “fiestas clandestinas”, donde todos parecen termos sin necesidad de disfraz. Sí, siempre que no actuemos contra nosotros mismos en nombre del negocionismo.

A continuación el video de La segunda ola (tsunami), de RS Positivo (Rudy-Sanz) y amigos (Testani-Lasala), que se puede ver en el canal de YouTube de los autores: