La última vez que se vio semejante pico de seguridad en los aeropuertos fue el doce de septiembre de 2001, cuando ya era demasiado tarde. A quien se le ocurra tomar un avión en Estados Unidos en estos días va a tener que aguantar que le revisen el equipaje con peine fino, lo huela un perro entrenado en detectar explosivos y lo mire fijo personal armado y de uniforme. Si, como tantos en ese país tan armado, se le ocurre mandar su pistola en el equipaje, algo que hay que declarar, tiene que saber que su nombre va a una base de datos especialmente creada en estos días. El cambio de mando del miércoles, en que Joe Biden asume la presidencia pero también hay nuevas legislaturas en los cincuenta estados de la unión, disparó operativos nunca vistos. Por primera vez en la historia, los norteamericanos se están tomando en serio a su derecha extremista.

En el vuelo, y sin que nadie lo sepa, habrá un pasajero especial, con cara de nada en especial pero armado. Es un marshall, el viejo cargo del Oeste, que ahora se aplica a oficiales que vuelan sin parar custodiando los aviones en caso de secuestro. Si el pasajero se dirige a Washington DC, la capital federal, se va encontrar con algo literalmente nunca visto, una Zona Verde como la de Bagdad o Kabul, con anillos concéntricos de tropas con armas largas y muros de barricadas portátiles. De hecho, el plan es que para el miércoles estén desplegados 25.000 efectivos de la Guardia Nacional, el triple de los que están sirviendo hoy en Irak, Afganistán, Siria y Somalía. Para entrar en esos varios kilómetros cuadrados de alta seguridad no sólo hay que llevar algún documento con foto -Estados Unidos no tiene un DNI- y aguantarse un chequeo como el de un aeropuerto. Literalmente como el de un aeropuerto, ya que el personal y las máquinas son de la misma autoridad federal que hace ese trabajo en los aeropuertos.

Todo esto es consecuencia del ataque al Congreso del seis de enero, que talvez no fue tan grave en sí pero dejó en shock a un país que, por alguna razón, no creía que algo así fuera posible. Una de las frases más escuchadas en estos días fue "no somos así", con una creciente respuesta de que tal vez, en una de esas, sí son así. Pese a los constantes ataques a iglesias negras o a individuos, pese al cada vez más alto perfil de las milicias y los grupos de derecha dura bajo el gobierno de Donald Trump, seguía la placidez sobre las posibilidades de inestabilidad política en Estados Unidos. Como dijeron tantos comentaristas desde el seis de enero, ese tipo de cosas pasan en el tercer mundo, no aquí.

La reacción fue, como suele suceder, una exageración hacia el otro lado. El campamento militar en el que se transformó la capital parece capaz de resistir el asalto a varios Palacios de Invierno. El FBI filtró un memo interno al diario The New York Times donde dice -o repite- que la principal amenaza política en el país es el terrorismo interno de derecha. Entre varias otras inanidades, el memo avisa que estos terroristas son particularmente peligrosos "por su capacidad de actuar sin ser detectados, de golpe" y porque usan armas no especializadas, fáciles de usar, "capaces de causar muchas bajas entre los civiles". Quien encuentre esto aplicable a cualquier grupo armado de cualquier signo, incluyendo una banda de asaltantes, tendrá razón.

Pero quienes se encargan de prevenir este tipo de amenazas están tomando medidas serias. La administración aérea avisó que detectaron un pico en el número de armas declaradas en equipajes, con lo que los aeropuertos se concentran en identificar con cuidado a esos pasajeros. Varias aerolíneas, por las dudas, anunciaron que ya no se pueden despachar armas en sus vuelos. Las muchas filmaciones y fotos de la toma del Congreso -el putsch con más selfies de la historia- está ayudando a crear una base de datos para prohibirle volar a cualquiera que haya participado. Y se está haciendo un esfuerzo coordinado de seguimiento de las redes sociales extremistas, como las de los Boogaloo y los Proud Boy, que estallaron en estos días. 

Este esquema de seguridad se repite en varios estados, en menor escala. La gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, movilizó a la Guardia Nacional local para proteger la legislatura durante la ceremonia de asunción del miércoles. Whitmer hace bien, porque hubo un reciente complot para secuestrarla, además de la famosa entrada de personas con armas a la vista en el palacio legislativo para protestar por la cuarentena. Michigan es uno de los estados con milicias más fuertes y numerosas.

Todo esto significa que no habrá concentraciones ni fiestas para recibir al nuevo gobierno. Todas las áreas comunes y parques del centro de la capital estarán cerradas al público hasta por lo menos el jueves, excepto dos pequeñas áreas para unas cien personas que acepten asistir en una suerte de corralito bajo custodia. El comité que organiza la fiesta de asunción pidió que el gobierno busque una manera de que los empleados estatales trabajen desde casa esta semana y le pidió al público que vea el evento por televisión o internet.

Y quien insista en ir en persona que se prepare a caminar, porque todas las estaciones de subte cercanas van a cerrar, los colectivos van a ser desviados y va a ser imposible acercarse siquiera en un auto. La última vez que se vio algo semejante fue en 1865, cuando la ciudad estaba en el frente de la guerra civil.