Boca acaba de cerrar una temporada esplendorosa desde el punto de vista de los resultados. Ganó de arremetida la última Superliga, la Copa Diego Armando Maradona y llegó a las semifinales de la Copa Libertadores. En el nivel local, su dominio es abrumador: logró cuatro de los últimos cinco torneos disputados y la serie triunfal promete extenderse mucho más.

River, en cambio, no consiguió nada en el ciclo 2019/2020 que se cerró en la madrugada del lunes. No pudo sostener la punta de la Superliga y terminó perdiéndola a manos de Boca en la última fecha. Quedó lejos de la definición de la Copa Maradona y tampoco pudo pasar las semifinales de la Libertadores. Lleva seis años sin lograr un campeonato local (el último fue el Torneo Final 2014 bajo la dirección técnica de Ramón Díaz). Aunque las tres Copas Argentina (2016/17 y 19) y la Supercopa de 2017 levantadas con la conducción de Marcelo Gallardo ayudan a disimular la sequía.

Si los resultados, tal como dicen, fueran la medida de todas las cosas del fútbol, en Boca reinaría la tranquilidad y en River, la inquietud. Pero lo que sucede es exactamente a la inversa. Los títulos locales tienen gusto a poco en la Boca y no contribuyen a calmar la ansiedad generalizada por no poder ganar la Copa Libertadores desde 2007. En cambio, nadie en River parece preocupado por la falta de campeonatos en el plano interno. La imborrable final copera de 2018 ganada a Boca en Madrid le ha ensanchado tanto la espalda a Marcelo Gallardo que nadie se atreve a cuestionarle nada. Ni siquiera la final de la Libertadores de 2019 perdida ante Flamengo en Lima y en los últimos cuatro minutos. Y mucho menos las oportunidades que se dejaron pasar de largo en 2020 y lo poco que va de 2021. Ya vendrán tiempos mejores.

River se fue de la Copa con la frente en alto. Es cierto que tuvo una noche horrible ante Palmeiras en Avellaneda que le costó la eliminación. Pero el carácter, el orgullo y el fútbol que mostró en el desquite en San Pablo lo dejaron a salvo y al filo de una epopeya que se frustró en las pantallas del VAR. En River hay una idea clara de juego, un proyecto y sobre todo un conductor como Gallardo, creíble, confiable y capaz. Que sabe perfectamente que cuerdas emocionales debe hacer vibrar en sus jugadores para conseguir lo que quiere.

En cambio, el rotundo 0-3 ante Santos, lo dejó a Boca envuelto en una nube de dudas. Luego del parate por la pandemia, la calidad del juego del equipo de Miguel Angel Russo retrocedió varios casilleros y algunos hasta dudaron de mala manera de la motivación con la que se encararon las semifinales. Hace rato que Boca aún ganando, deja a conformes a muy pocos. La consagración por penales ante Banfield en San Juan acaso haya sofocado las llamas de un incendio que se veía venir. Pero todos le reclaman bastante más a Russo y a los jugadores. Porque lo único que verdaderamente importa no son los resultados, es jugar bien. Y el Boca campeón de casi todo está en deuda con eso.