El triunfo era imposible de imaginar. Germán Hass, un líder conservador de fuerte raigambre religiosa al frente de VIDA, un partido formado apenas cuatro años atrás, gana las elecciones presidenciales por escaso margen. “Cada año nuestro país vive un genocidio: medio millón de bebés inocentes son asesinados sin contemplaciones. Sin que a nadie se le mueva un pelo”, dice el presidente. La pesadilla anunciada por el nuevo gobierno no tiene límites: se reformarán las leyes para que el aborto se convierta en un delito grave, equiparable al asesinato, se perseguirá a “madres insensibles o profesionales de la muerte” que lo practiquen. Las mujeres ya no tenemos derecho a decidir; el Estado se encargará de vigilar que cada gestación que se produzca llegue obligatoriamente al nacimiento. Los huerfanitos (Aurelia Rivera Libros), de Martín Baintrub, es una distopía que extrema algunos argumentos “celestes” como el de la adopción, para desplegar un mundo aterrador.

Esta novela sobre religión, aborto e hipocresía es la tercera que publica Baintrub (Buenos Aires, 1960), arquitecto, publicista y escritor que dirige Persuasión, una agencia especializada en comunicación política. Su primera novela Descansar en paz (2018), sobre un hombre que acosado por sus acreedores arroja sus documentos sobre las ruinas de la AMIA y se escapa a Paraguay, la compró una productora para realizar una serie. Pagar, vas a pagar (2020) es una historia de amor, corrupción y muerte ambientada en una provincia del noroeste argentino. Cuando empezó a escribir Los huerfanitos, se produjo el golpe en Bolivia “y entraban con la Biblia a la casa de gobierno”, recuerda el escritor en la entrevista con Página/12. “Me pareció que se estaba gestando un movimiento religioso de derecha, con mucho cercenamiento de derechos sociales”, agrega Baintrub.

--¿Por qué elegiste un registro realista para “Los huerfanitos”?

--Mis tres novelas son sobre temas que podrían suceder y me gustan que sean verosímiles. El tema empezó con una columna de opinión que escribí en Clarín en 2018, durante el primer debate del aborto. Escuché a los que fueron a hablar a las comisiones y me parecía que había un aspecto que no se había desarrollado suficientemente y era la hipocresía implícita en el hecho de que la prohibición del aborto se puede mantener sobre la idea de que existe el aborto clandestino. Primero escribí un artículo de opinión y después me dieron ganas de explorarlo como una ficción y empecé a escribir la novela. Yo corrijo lo que escribo con Elsa Drucaroff, que además de escritora es una militante feminista.

--“Yo quiero saber una sola cosa. ¿Me vas a ayudar a sacármelo o no? El resto es verso”, le dice la hija del presidente a su madre, que además de Primera Dama está al frente del “Ministerio de la Vida”. El discurso público contra el aborto no lo puede sostener en el plano familiar, ¿no?

--Yo trabajo haciendo campañas políticas y en privado hablé con muchos que defienden posiciones celestes: ¿y si fuera tu hija la que necesita abortar? Los que están convencidos públicamente les resulta más difícil sostenerlo en el plano íntimo. En el desarrollo de la novela había otra línea posible y es que los padres se opusieran al aborto y la chica se suicidara. Aunque es algo que exploré, me pareció demasiado brutal y ante una disyuntiva de ese tipo a lo mejor un cruzado como Hass podría no haber cedido. El rol de la madre en la novela es lo que creo que pasaría. La violación es una situación muy extrema; también podría haber sido sexo compartido de una adolescente que igual no quiere tenerlo.

--La prohibición del aborto genera cada vez más huérfanos… hasta desde una perspectiva económica esta distopía muestra cómo prohibir es más caro.

--Claro. Si uno empieza a pensar los problemas sociales que se generarían a partir de impedir el aborto legal, si hay más de 400.000 abortos al año y algunas mujeres se cuidaran más ante la situación de saber que es imposible hacerse un aborto, nacerían una cantidad de chicos malqueridos y abandonados. Eso implicaría, en cualquiera de los dos casos, más escuelas, más hospitales, más planes sociales. Muchos de los argumentos economicistas de que el aborto es caro entrarían en crisis porque prohibir el aborto es más caro.

--¿La mujer con dinero puede burlar más fácilmente esa prohibición y viajar a hacerse un aborto?

--Sí, totalmente, una mujer rica ante una situación tan traumática como es el aborto tiene recursos para solucionarlo sin poner en juego su vida. En cambio las mujeres pobres, no. Entonces la percha, el perejil y todo ese tipo de cosas son recursos de mujeres pobres. Yo introduje en la novela esas entrevistas en la cárcel de Ezeiza a “presas por el delito de aborto”. Esos testimonios ayudaban a generar credibilidad.

--¿Qué chances hay de que pueda ganar por primera vez un gobierno de derecha y teocrático, como sucede en la novela?

--La posibilidad de que gane un Germán Hass está presente; no lo veo imposible. Desde el punto de vista del aborto, la aprobación de la ley va a llevar a que se naturalice el aborto, como ha pasado con el divorcio en el gobierno de (Raúl) Alfonsín o con el matrimonio igualitario en el gobierno de (Cristina) Kirchner. En su momento hubo movilizaciones en contra y la Iglesia dijo cosas durísimas. Hoy a todo el mundo le parece que divorciarse es algo natural y el matrimonio igualitario está muy aceptado. Me imagino una primera etapa tormentosa, con médicos que se opongan a realizar abortos y acciones judiciales. Pero transcurridos uno o dos años, el aborto se va a naturalizar. Igual el riesgo de que haya este tipo de gobiernos es posible, quizá no tanto en el aspecto religioso. La novela está muy centrada en el aborto, pero el ministro de Economía es un pastor que lleva adelante medidas económicas que no son tan distintas de las de (Javier) Milei o de (José Luis) Espert. La novela tiene un montón de citas textuales de políticos o personalidades que están puestas en boca de los personajes. La entrevista en televisión a la mujer de Hass es casi textual de una entrevista que le hizo La Nación a Gabriela Michetti. Hay textuales del Papa y de algunos obispos. El Papa llamó “sicarios” a los médicos que hacen abortos.

--En la novela los hogares donde están los huerfanitos parecen campos de concentración, ¿no?

--Sí, yo usé dos imágenes: la de los campos de concentración porque los chicos tienen un número de identificación (no tienen nombre ni apellido ni DNI), y la de los criaderos de pollos, que son como corrales donde los meten a engordar hasta que lleguen a un tamaño. Los orfanatos son lugares con un objetivo muy humano, que es preservar a los chicos que han sido abandonados. Pero miles de chicos creciendo en orfanatos se vuelve algo inhumano. En la novela está explorado el argumento que usaban los celestes: “esto se resuelve con la adopción”. Yo estoy muy a favor de facilitar los trámites de adopción, pero la adopción tiene un límite. Cuando son miles de chicos, saturás el mercado. La cantidad de solicitudes de adopción al año en Argentina es de 25 mil. El primer año podrías ubicar 25 mil chicos, ¿y el segundo año? ¿y el tercero? En un diálogo entre Hass y su mujer discuten si los huerfanitos son el resultado del éxito o del fracaso de la política de combatir el aborto. Fue exitosa la política de combatir el aborto al punto de que se llenó de huerfanitos. Pero eso también es el fracaso, porque nacieron miles de chicos que nadie quería.