El debate económico argentino actual presenta ciertas paradojas. Hay un reconocimiento de que las fuertes devaluaciones, como las de 2014 y de 2016, producen inflación y son recesivas al reducir el salario real. Al mismo tiempo se reclama por un “atraso” del tipo de cambio real que estaría afectando las importaciones, y la producción y el empleo industrial. Ante todo, es importante registrar que la devaluaciones de 2014 y de 2016 tuvieron un fuerte efecto contractivo sobre la propia actividad industrial. La producción fabril ingresó en una zona de contracción persistente en marzo de 2014 que perduró casi un año. La devaluación de fines de 2015 determinó una nueva fase contractiva industrial y aún no muestra síntomas de recuperación. La misma tendencia describió el empleo industrial.

 Es fácil comprobar que la producción industrial se correlaciona negativamente con el tipo de cambio real multilateral (TCRM), o lo que es equivalente: el crecimiento industrial está asociado positivamente con la apreciación del TCRM. Entiéndase bien: esta no es una propuesta de política. Simplemente es un hecho estilizado. 

 Las devaluaciones llevarían a la caída del salario real, y esto implicaría una contracción del mercado interno, reduciendo la demanda dirigida a la industria. Esto es cierto, aunque solo parcialmente. Es verdad que menores salarios reales suponen menor demanda de bienes industriales de consumo para los asalariados. Pero más que nada supone que el grado de utilización de los todos los sectores que (directa o indirectamente) atienden esa demanda se reduce. Este menor grado de utilización de la capacidad induce una caída mucho mayor de la inversión privada. Luego, el menor gasto en bienes de capital, equipos e insumos y bienes de capital implica una reducción de la demanda para el conjunto de industrias que los producen, lo que amplifica la contracción inicial. De allí la altísima correlación entre la formación de capital y la dinámica de la producción industrial.

Además, el desplome del nivel de actividad en 2016 no fue sólo por la devaluación y la caída salarial, sino también por el fuerte ajuste fiscal. Menores transferencias sociales y contracción real del gasto público (consumo e inversión) disminuyen la demanda agregada y el consumo, e inducen también el derrumbe de la inversión privada, llevando por el mismo mecanismo al estancamiento de la actividad industrial.

Roberto Frenkel y otros economistas (“Movimientos de capital y comportamiento de la inversión en Argentina”, 1997) mostraron hace años que “la inversión agregada depende exclusivamente de la demanda actual y del comportamiento pasado de la demanda y la inversión”, y no del TCRM o de las rentabilidades sectoriales (transables). Según estos autores, la inversión privada responde a un “modelo de acelerador flexible”, lo que indica que la demanda agregada tiene efectos perdurables sobre el producto potencial.

Otro aspecto del debate es que el “atraso” del TCRM estaría induciendo la suba de las importaciones, debido al encarecimiento doméstico frente a la competencia externa. Es cierto que existe un comportamiento “atípico” de las importaciones de bienes de consumo, las cuales históricamente muestran una correlación (alta y positiva) con el nivel de actividad. Pero en 2016, con el PIB cayendo, las importaciones de bienes de consumo aumentaron. Ciertos economistas adjudican esta suba “atípica” a la supuesta apreciación del TCRM. 

Pero este argumento tiene dos problemas. Primero, existe cuantiosa evidencia empírica mostrando que las importaciones son muy poco elásticas al cambio en los precios relativos y al revés, que están muy asociadas a las variaciones del PIB doméstico. Segundo, el TCRM en 2016 resultó en promedio un 13 por ciento mayor que en 2015 (datos del BCRA). Entonces, ¿cómo puede ser que el aumento de las importaciones se deba al “atraso” cambiario si el TCRM en 2016 es más “competitivo” que el de 2015? O ¿por qué ese “salto” no se produjo en 2015, con el TCRM más “atrasado”?Indudablemente este aumento no se debe a la apreciación del TCRM, sino a la política comercial, es decir, el recorte del sistema de licencias no automáticas y otros recursos de regulación del comercio exterior, lo que provocó la suba inusual de importaciones de bienes de consumo. Por eso esa suba no se verificó en 2015, cuando el TCRM tenía un nivel significativamente más bajo.

Por otro lado, el aumento de las importaciones de automóviles de alta gama se debe a la fuerte reducción de los impuestos internos dispuesta por del gobierno y al blanqueo de capitales. Dado que el 80 por ciento de estos autos no se producen en el país, su importación no supone una pérdida significativa de empleo, aunque insumen muchas divisas que no estarán disponibles para financiar insumos y bienes de capital en un (cada vez más incierto) escenario de crecimiento. 

 Algunos economistas sugieren que un nivel “adecuado” (más alto) del TCRM podría reemplazar eficazmente a la protección comercial. Sin embargo, dicho nivel (más “competitivo”) suele ser efímero: persistentemente, cada devaluación es seguida por una aceleración inflacionaria y una nueva apreciación cambiaria real. Además los mecanismos “no precio” se han revelado como más efectivos.

En general, la penetración de importaciones responde a causas más profundas. Por ejemplo, en los sectores más “sensibles” al cambio de precios relativos (como textiles, calzado, juguetes y muebles), tanto en el lapso 2002-2008 (cuando el TCRM era considerado convencionalmente como “competitivo”), como en la fase 2008-2012 (cuando el TCRM ya no era considerado competitivo y se apreciaba persistentemente) las importaciones crecían a tasas muy importantes, similares en los dos períodos, y más rápido que la producción doméstica.

Sin dudas, existen muchos factores sin relación con el TCRM que explican esa performance (diferencias de diseño, calidad, servicios post-venta, innovación tecnológica, generación de nuevos productos, logística, condiciones crediticias y financieras). Difícilmente este desafío pueda resolverse manipulando el TCRM o lamentándose por lo efímero de su nivel “competitivo”. Si se buscan resultados distintos, es preciso no hacer siempre lo mismo

* Economista. Director de Revista Circus. www.circusrevista.com

** Economista. Profesor de la Universidad  Nacional de Moreno.