Aunque apareció traducida en agosto del año pasado y ganó un premio súper prestigioso, no es muy sencillo encontrar reseñas sobre La inquietud de la noche. Las notas, que sí son muchas, se concentran en el perfil de su autxr, Marieke Lucas Rijneveld quien como Paul B. Preciado lleva –por opción- dos nombres, uno femenino y otro masculino. “La primera vez que hice alusión a que a mí me habría gustado ser un chico, mi familia reaccionó con pena y con bronca. No entendieron y pensaron que perderían a la niña que habían tenido. Con el tiempo entendieron que no es tan radical el asunto, simplemente quiero expresarme en el mundo en el modo en que lo siento. Creo que están más abiertos... aunque nunca volvimos a hablar del asunto”.

El combo de joven con aspecto andrógino que no se define como mujer ni hombre, que escribe desde su experiencia de vida en una granja en Holanda a kilómetros de Ámsterdam, actúa como publicidad pero a su vez como destilador de prejuicios. Parecería que no es necesario leer el libro que en Europa se distribuye con una faja que lo considera la sensación del año. Y si se lee, se presume que la autobiografía lo ha inundado todo. Aunque no se hable del tema específicamente. Que la delicadeza sin pausa con la que describe fantasías y prácticas sexuales propias de la infancia, se puede reducir a una caída en lo escatológico, típica de quienes están pensando siempre en “eso”.

Aún estamos en un momento en que en nombre de la inclusión se presenta las diferencias como gancho, como excusa o como cupo. Y este es una de las razones del éxito de Marieke Lucas, y también marcará el destino de lo que escriba de aquí en más.

Toda esta situación entre progresista y marketinera alienta el espejo entre vida y ficción: si en las fotos que las editoriales distribuyen como promoción no aparece con una biblioteca detrás sino rodeadx de paisaje rural, arreando ganado y embarradx hasta las rodillas, es porque efectivamente no hay biblioteca en su formación más que y nada menos que la lectura obligatoria de la Biblia. Mientras tanto en el Instagram súper activo, se va perfilando otra autobiografía.

La novela, que en inglés se tradujo como The Discomfort of Evening, transcurre en ese espacio fuera de la ciudad y fuera de lo que se supone que es el siglo XXI. Y es con esos materiales rurales, y nada más que eso, que aquí se intenta descifrar el mundo. Un desafío que por momentos parece de taller y por momentos abruma. Todas las metáforas provienen de las vacas, los conejos, las heladas y las siembras en esta narración que lleva el intenso, detallista y candoroso punto de vista de una niña de 10 años, hija de calvinistas devotos que la persiguen con la biblia en la mano. En esa noche opresiva que puede ser la niñez siempre está dios, el primer adulto voyeur y vengativo. Hay palabras en la tele que ruborizan, hay un pecado cometido siempre antes de haberlo planificado y mucho menos gozado. La narradora, que corre el riesgo de abrumar y hasta de llegar a su propia caricatura, intenta narrarlo todo como quien se confiesa sin estar muy segura de qué parte de todo lo ocurrido es lo que debería escuchar el confesor. Que juzguen otros.

Y los otros siempre juzgan. Los chistes y alusiones a Hitler que hace la pequeña narradora cuando luego de estudiar los detalles de la Segunda Guerra Mundial teme encontrar entre ella y el monstruo alguna similitud fueron desechadas de la versión inglesa para “no herir susceptibilidades”. ¿Acaso la literatura no es una de las grandes lastimaduras de la sensibilidad? Mientras tanto, gran parte de la prensa en español, a pesar de las declaraciones y alusiones, suele desoír la definición no binaria y así como insistieron con “el travesti” hasta hace poco, nombran “a la autora” en femenino, como si nada...

-Pero yo no me considero no-binarie, más bien me pienso como una “interpersona”.

¿Y cómo definirías interpersona?

Estoy en el lugar intermedio entre ser un chico y una chica, aunque me inclino más hacia el lado masculino. Prefiero no definirme con una terminología determinada, eso me quita libertad, y justamente quiero sentirme libre.

¿Qué no te termina de convencer del concepto no binario?

Es que el concepto de persona no binaria como tal nunca existió en mi vida. Desde la infancia me comporté y me sentí cada vez más como un varón. Después pasé por un periodo, en la secundaria, en que me comporté y vestí más como una chica, más que todo, para sentirme integrada. Pero a los veinte empecé a darme cuenta de que eso no funcionaba. Se me fue desdibujando el límite entre chico y chica, y me permití ese desdibujamiento. En este momento esto es lo que mejor me hace sentir, ser una “interpersona” y no tener que tomar ninguna decisión definitiva.

En tu curriculum de lecturas aparece muy destacada la saga de Harry Potter. ¿Lo considerás una influencia?

Creo que aprendí a escribir en quinto grado, cuando me quería quedar con el primer libro de Harry Potter y, como tuve que devolverlo a la biblioteca, lo transcribí. Incorporé la fantasía y la magia en mi modo de pensar.

¿Qué te atrajo en su momento, qué te sigue interesando?

Solía imaginarme que vivía en Hogwarts. Y creo que es eso lo que queda de Harry Potter en mis libros: la imaginación desenfrenada, la libertad de escribir lo que tenés ganas de escribir. Me atrajo muchísimo el mundo de la magia y la fantasía. Era un mundo completamente diferente del de la Biblia, un mundo en el que todo era posible, y que pese a las brujerías a veces me parecía más humano, y también más seguro, que el mundo real. Llegaba a perderme en él. Los libros siguen gustándome, por su fantasía infinita.

¿Hasta qué punto la educación religiosa ha marcado tu vida, tu literatura y la relación con tu familia?

Para mí fue muy significativo crecer en una familia en que Dios siempre estaba presente, y en mi imaginación Dios vivía en el altillo. Por supuesto que a veces me sentía agobiadx, sobre todo, porque crecí con un Dios que castiga. Pero ahora también veo el lado positivo de ello. Gracias a la lengua de la Biblia soy capaz de escribir, aprendí la lengua más hermosa, llena de simbología y metáforas. Y estoy muy agradecidx por ello. Claro que sigue habiendo cosas difíciles. Como escritxr puedo enfrentarlas, como persona, me cuesta más. Es habitual sentir cierta vergüenza acerca de quien sos, de tus deseos, de cómo te pronunciás y cómo permitís que el silencio sea silencio. Eso todavía me suele costar bastante.

¿Cómo vivís las declaraciones de J.K. Rowling sobre la transexualidad? ¿Qué opinás de la polémica que generó?

HAY UN AMIGO EN MI NOMBRE

Es una extraordinaria novela sobre las formas estrafalarias y tortuosas que la culpa sabe adoptar. Y sobre la exploración de los orificios, entendidos como metáfora de la escapatoria y como pozos de placer. La muerte de un hermano mayor que se ahoga en un de los tantos lagos congelados que enfrían ese paisaje rural, justo el mismo día en que ella le ha deseado la muerte, es el disparador de una perspectiva que aún sin este suceso, era inevitable. La vida encuadrada según los mandatos confusos que ha dado dios se vuelve una coreografía a veces graciosa, a veces cruel. No el tono pero sí el ambiente y sus consecuencias nos lleva directamente a la ya clásica historia de la británica Jeanette Winterson y su novela Las naranjas no son la única fruta. En los años 90 la aparición de este libro que narraba la subjetividad de una niña lesbiana e hija adoptiva creciendo bajo la sombra de una familia de fanáticos luteranos fue leída como una contra biblia de la visibilidad lésbica. En La inquietud de la noche no aparecen las alusiones literarias que Winterson desplegaba con maestría, profusión y estilo. Aquí, repetimos, los materiales son menos variados aunque aparecen más brutales y más orgánicos. Dos escrituras que descienden de un mismo tormento, dos autorxs que han sabido tomar distancia pueden ser leídas como dos perspectivas generacionales de una misma noche. En la vida real, los padres de ambxs autorxs no cambiaron un ápice su perspectiva: en ambos casos se negaron a leer o se indignaron por lo que consideraron un retrato poco encubierto y una afrenta a los cielos.

Elegiste tu segundo nombre, Lucas, a partir de un amigo tuyo imaginario de la infancia. ¿Qué cosas ha traído a tu vida al integrarse con tu nombre?

Lucas apareció en mi vida cuando iba a primer grado. Era un buen amigo, alguien a quien le podía contar todo, y en quien a veces también solía convertirme. Lucas era rudo, seguro de sí mismo, gracioso, y un varón; es decir, todo lo que yo también quería ser. Me daba cierta sensación de seguridad, era alguien a quien acudir en situaciones difíciles. Durante la secundaria, cuando empecé a tener amigues, amigues de verdad, Lucas desapareció. Y como un homenaje, y porque me gustaba su nombre y era parte de mí, después agregué su nombre al mío. Me gustó y me pareció adecuado. Y me dio la libertad de poder convertirme por completo en Lucas, o de volver a ser Marieke.

Y más adelante… quién sabe…

Por ahora sigo siendo Marieke Lucas.

¿Qué experiencias de tu vida como niña recordás que habrían sido mejor si hubieras podido ser percibidx como te percibís vos y como te percibe el mundo?

En la primaria no fue problemático ser más un varón, o algo intermedio. Les niñes son más libres, y los adultos no lo veían como un problema. Más tarde eso cambió. Esa parte es la difícil. Pero si no hay lucha tampoco se llega a ninguna parte, no se sabe por qué se lucha, así que de alguna manera estoy contentx con que se haya dado así, aunque hubo momentos en que sí me hubiera gustado tener más apoyo. Ahora me siento mucho más libre de hacer y ser quien soy.

¿Qué odiás y qué amás de la vida rural?

A excepción de una única cosa, amo todo lo que tiene que ver con la vida rural, y esa cosa es el domingo. De niñx los domingos me parecían terribles. Era el día en que todo se detenía y no tenías permiso de hacer mucho y había que ir a la iglesia. Era como si el mundo se detuviera, y eso no me gustó nunca. Quería que todo continuara, que siguiera habiendo vida. Además, me encantan los perfumes del campo, la bosta de vaca, el olor a pastos ensilados. Adoro andar con las botas por el barro. De niñx construía muchas chozas y me trepaba a lo alto de los árboles.

Y desde allá arriba… ¿qué?

¡Y desde allí arriba … después no me animaba a bajar!