En la ciudad de Buenos Aires, el distrito con mayor proporción de muertes del país a causa de la covid-19, el jefe de gobierno, Horacio Rodriguez Larreta, que es la versión moderada y dialoguista de Juntos por el Cambio, se niega a abrir la inscripción para vacunarse para no contribuir a que el gobierno de Alberto Fernandez lo capitalice políticamente. Y se trata de un reclamo que, siendo de interés general, probablemente venga casi exclusivamente de referentes y simpatizantes del Frente de Todos.

El virus no distingue ideologías, pero tampoco perfora la grieta. Sin embargo, esa división no es monopolio argentino: hace tiempo me vengo preguntando por qué las ultraderechas de Bolsonaro, Trump, Boris Johnson, Orban en Hungría y Macri entre nosotros han coincido en subestimar la pandemia, negarse a tomar medidas de fondo para combatirla, promover marchas y descuidos e ignorar o denigrar prácticamente a la vacuna.

¿Por qué el rechazo a enfrentar la pandemia ha venido de esas derechas autoritarias cuando el daño es general? ¿Cuál es la explicación de que los Bolsonaros y Macris, a pesar de que no muestran interés en armar una internacional de derecha, parecen, sin embargo, haberse puesto de acuerdo en este tema?

Se puede entender --por supuesto que sin justificar--, la postura rebelde de los grandes grupos económicos y empresarios porque no quieren que se detenga la máquina de negocios, aun cuando la multiplicación de los contagios que ellos promovieron con los grandes medios que son sus voceros tumbó a las economías.

Pero, ¿por qué el mundo quedó atravesado por esa división? Trump, Bolsonaro, referentes y simpatizantes de Pro o UCR o Elisa Carrió en Juntos por el Cambio, se posicionan automáticamente en contra de los cuidados y hasta favorecen la multiplicación de contagios para lograr la inmunidad de rebaño. Esto lo sugirió en un momento el propio ministro de Salud de CABA, Fernando Quirós, que se mostraba favorable a un contagio de un 20% de la población. Aunque la inmunidad de rebaño no se consiguió aquí ni en ninguna parte.

Y Macri le dijo al presidente AF “que se mueran los que tienen que morir”.

Pregunté por esa relación de la ultraderecha con el boicot sanitario al sociólogo Daniel Feierstein en su charla sobre respuestas ante la pandemia del 20 de enero para los Vecinos Activos de Coghlan.

Y Feierstein señaló para explicarlo que convergen varios factores:

“Por un lado --dijo--, se instaló un mecanismo casi infantil de no aplazar la gratificación. Todo tiene que ser ya, mientras que la cuarentena y los cuidados piden limitar y postergar actividades, esperar a una baja de contagios para ir normalizando la vida. En la dinámica de este capitalismo no hay tolerancia a la espera".

Se suma que estas variantes neofascistas rechazan la noción de comunidad, tan importante para enfrentar la pandemia. Tampoco aceptan la noción de cooperación. “Si se enfatiza la vía solidaria, como lo hizo el gobierno de Alberto Fernandez, eso lleva fatalmente a la necesidad de combatir la desigualdad e impulsar la redistribución de la riqueza. Y ustedes vieron el escándalo que se armó contra un impuesto a la riqueza por única vez”.

Por otro lado, fue ganando espacio en las últimas décadas un relativismo moral que ha debilitado la noción de verdad. En este contexto, medidas rigurosas aconsejadas por los especialistas y tomadas al principio por el gobierno nacional para enfrentar con éxito la pandemia son cuestionadas por voces sin autoridad profesional alguna en materia sanitaria y son interpretadas por aquellos sectores y por los grandes medios como un pretexto para implantar un Estado de excepción”. Una infectadura.

Está claro, además de lo que señala Feierstein, que las derechas son enemigas de los subsidios a los sectores vulnerables que el gobierno de Alberto Fernandez concedió con amplitud en 2020 para atenuar los efectos devastadores de la pandemia.

Por si quedan dudas, hemos conocido las palabras despectivas y brutales que referentes de JxC usaron sobre el universo de la pobreza. Tenemos a mano miles de ejemplos, pero dos muy frescos. Uno, el del periodista Pablo Sirvén planteando en la famosa tribuna de doctrina de La Nación que el Conurbano es Africa y pidiéndole a la fuerza de Macri y Bullrich que impida que el peronismo vuelve a ganar elecciones.

Y hemos leído que el concejal radical Julio Carballo, de Capilla del Monte, Córdoba, deseó públicamente que la pandemia ejecute una limpieza étnica en La Matanza, en ese Conurbano que odia Sirvén.

Cuando estas ultraderechas gobiernan, lo que hacen es achicar los gastos y ayudas sociales bajo el argumento de que provoca inflación y de que malacostumbra a los sectores vulnerables a vivir de subsidios y “rascarse”. Ya hemos escuchado decirlo últimamente al exministro de Macri Luis Etchevehere.

Mucho menos quieren a un Estado que controle, que es lo que las voces realmente especializadas pedían y piden a las autoridades para frenar los contagios.

En la otra punta del continente, el intento de tomar el Capitolio por grupos que impulsó Trump con el cuento de que había fraude muestra a esas derechas no aceptando la autoridad del Estado y las reglas democráticas, como tampoco aceptan los fanáticos locales que Macri y JxC han sido derrotados en forma contundente en 2019. Y, como no lo aceptan, le niegan autoridad al gobierno de Alberto Fernández para fijarles límites dentro de la pandemia y para cualquier medida que decida tomar.

Por supuesto que hay otras derechas en el mundo, como la de la alemana Angela Merkel, que se han movido con mucho criterio frente a la pandemia. Pero hay que decir que ella fue una suerte de excepción entre los líderes europeos.

Los Estados, que cobraron un extraordinario protagonismo en la lucha contra el virus, desatando la reacción de los liberales y enfureciendo a las ultraderechas, no pudieron impedir que la pandemia multiplicara las desigualdades: mientras el número de pobres aumentaba en millones, los superricos vieron crecer su patrimonio, al menos en América Latina, en un 40 por ciento.

Es imposible saber en qué punto de la pandemia estamos: si cerca del final, por la mitad o sólo en los comienzos. Pero lo seguro es que tener un mundo gobernado por las derechas frente a la mayor epidemia planetaria en cien años es como convocar a Drácula para curar las heridas.