El vacío como una forma de epifanía. La expectativa y sus retumbos como el espacio capaz de articular lo posible. Sobre estas ideas, que son también formas del tiempo, Paula Shocron (piano, violocello y voz) y Pablo Díaz (batería, percusión y objetos varios) tensionan el momento y sus contingencias a través de la improvisación libre y la experimentación sonora. De ese trajín surgió Algo en un espacio vacío, un disco-libro recientemente editado por el sello Nendo Dango Records. “Buscábamos ‘algo’ que empezara a ocupar un espacio donde antes no había nada. De ahí el título de este disco, que es el fruto de esa divagación”, dice Shocron al comenzar la charla con Página/12. “Este nombre derivó de la urgencia, casi como en chiste. Hasta que después de varias vueltas descubrimos en ese ‘algo’ un universo poético amplio, que nació de esa idea de vacío, entre el vértigo, la acción y la carga del contexto”, agrega Díaz.

Algo en un espacio vacío es el registro de un momento en el amplio trabajo que Shocron y Díaz vienen desarrollando con la música improvisada en los últimos años. Lo que terminó siendo la obra, nació durante una residencia de performance que el dúo realizó en el Centro Cultural Sábato en 2019, llevada más tarde al estudio de grabación. “Acá se cruzaron los mundos de la danza, con el que vengo trabajando desde hace tiempo, y también la pintura, porque en la segunda etapa invitamos a Verónica Trigo para que trabaje en tiempo real con la música”, comenta Shocron. Así, cada uno de los momentos que articulan el trabajo se completa en las acuarelas de Trigo. “Lo elección no fue casual. Verónica es además pianista y la conocemos de un contexto musical. Nos imaginamos con ella que podía completarse naturalmente la trayectoria de una obra que surge de la escena y se proyecta hacia una correspondencia temporal entre música y pintura”, interviene Díaz.

“Obertura”, “Alterna” “Agua”, “Lejanía”, “Vaciarse” y “Ritmo” son algunas de las nueve piezas breves, de títulos breves, que más que disparadores son la consecuencia de una gama abierta de recursos sonoros puestos en juego con notable sentido del color y del tiempo. “Pusimos el foco en corrernos de ese rol tan activo del intérprete, para asumir una actitud más permeable ante lo que podía suceder. Para eso, partimos de otras preguntas: ¿Y si dejamos que los objetos nos suenen a nosotros? ¿Y si dejamos que los objetos por sí mismos digan lo que tiene que decir? Esto tiene que ver con vaciarnos de directivas, de alguna manera desconocer lo conocido. Los instrumentos, el ambiente, las resonancias, pueden decirnos más de lo que pensamos”, asegura Shocron. “Desde ese lugar fuimos descubriendo sonoridades, que a partir de relacionar el espacio con los objetos fueron delineando distintas escenas. Cuando fuimos a grabar en el estudio, tiempo después de la presentación en el Centro Cultural Sábato, no fuimos a repetir la obra, sino a recuperar lo que en ese tiempo, entre la performance y la grabación, se había decantado”, cuenta Díaz.

Formados en los ámbitos más formales de la cultura musical, tanto Shocron como Díaz supieron desestructurarse a partir de la experimentación sonora y la improvisación. “Yo tocaba rock hasta que adolescente empecé a estudiar jazz con Pipi Piazzolla. Más tarde conocí a Enrique Norris, con quien en doce años aprendí el lenguaje del jazz, pero también a ir más allá, hacia el Free Jazz y la música improvisada. Eso maduró”, resume Díaz. Shocron, por su parte, refleja la riqueza de sus inquietudes a través del tiempo en una discografía notable, que comienza en el recordado solopiano de La voz que te lleva (2005) y se prolonga en cantidad y variedad de proyectos que le permitieron mantener una personal agudeza artística para moverse de lugar continuamente.

La historia de mi vida es desestructurarme”, dice la pianista entre risas. “En su momento el jazz fue la posibilidad de desestructurar mi formación clásica, la relación con la escritura, y más tarde la música improvisada me permitió desestructurarme del jazz. Cuando algo comienza a cerrarse, escapo, busco por otro lado, me pregunto qué pasa adentro mío, qué relación puedo establecer con el contexto en el que vivo, más allá de las influencias musicales. Las temáticas de género y el transfeminismo hoy me movilizan y me tocan de cerca. Y también tienen que ver con eso de reconfigurarse”, asegura Shocron.

El “otro lado” que plantea Shocron puede ser también geográfico y en este sentido los viajes son parte sustancial de la aventura que se cifra en los encuentros del dúo con otros músicos. “En 2014 fuimos juntos por primera vez a Nueva York. Nos encontramos con muchos músicos, que nos mostraron que antes de la música hay algo más. Algo que tiene que ver con lo humano, con compartir la vida”, cuenta Díaz. “Eso nos puso en situación de entender el contexto de otros modo. Nos abrió la cabeza de cómo nutrirnos, de que no hay referencias musicales solamente”, agrega el baterista. Poco después de aquel viaje, Shocron y Díaz, junto al saxofonista Miguel Crozzoli, fundaron su propio sello para publicar el disco del SLD Trío, que la pianista y el baterista integraban junto al contrabajista Germán Lamonega. Así nació Nendo Dango Records, un catálogo que, más que una estética, contiene y refleja una manera de hacer música.

En ese catálogo, además de notables trabajos con el mismo Crozzoli, la violonchelista Cecilia Quinteros y la saxofonista Ada Rave, por ejemplo, están los registros de las colaboraciones de Shocron y Díaz con notables improvisadores de la escena neoyorquina, como el contrabajista William Parker, el saxofonista Daniel Carter, el trompetista Matt Lavelle y la formidable cantante lírica Kristin Nordeval, entre otros. “Hay artistas que te impresionan por lo que sabemos que hacen bien. Y hay otros que te sorprenden por lo que no sabíamos que podían hacer. Esa diferencia es sustancial”, señala Díaz, que comparte con Shocron la idea de que la experimentación sonora a partir de la improvisación supone una conversación sobre lo que todavía no se ha dicho. “Improvisar nos pone en una situación de franqueza absoluta. Somos lo que suena, no hay otra cosa”, asegura Shocron. Y concluye: “Cuando asumimos el riesgo de sacarnos las referencias y salir de los caminitos que sabemos que funcionan, estamos en situación de vulnerabilidad ante la cual, si no somos sinceros, se nota mucho”.