Hace pocos días, la prestigiosa revista Nature publicó un artículo dedicado al boom de investigaciones que se están produciendo en los últimos años acerca del uso de psicodélicos con fines terapéuticos, en particular para tratar la depresión refractaria, el trastorno por estrés postraumático, la anorexia e incluso el abuso de drogas, lo que podría sorprender a algunos, en función de la calificación histórica que han recibido de “drogas peligrosas”. En los últimos años, algunos equipos de investigación de vanguardia (Robin Carhart- Harris, David Nutt y en Argentina el físico argentino del Conicet Enzo Tagliazucchi, entre otros) han retomado la investigación del uso de drogas psicodélicas que se había detenido por las políticas prohibicionistas. Drogas como el LSD (dietilamida del ácido lisérgico), psilocibina, DMT (dimetiltriptalina), mescalina, MDMA (éxtasis) y la ketamina, forman parte de los estudios principales en curso. El caso de la ketamina es un ejemplo paradigmático del movimiento pendular de la ciencia, la política, el uso médico y la valoración social de las sustancias psicoactivas. En 1956, Parke Davis sintetizó la fenciclidina, un efectivo anestésico, pero que producía una serie de efectos adversos notables como el delirium postoperatorio, y por tal motivo se discontinuó su uso en humanos. El mismo laboratorio, buscando una alternativa que mantuviera el perfil anestésico pero con menos efectos adversos sintetizó un derivado de la misma (CI-581) que recibió con posterioridad el nombre de ketamina y fue aprobado como anestésico por la FDA (Food and Drug Administration) de los EE.UU., en 1970. La ketamina es un anestésico disociativo utilizado desde hace décadas en procedimientos quirúrgicos de corta duración, también en la terapéutica del dolor, así como en medicina veterinaria. Desde sus comienzos, un hecho llamó la atención de los investigadores; a dosis subanestésicas producía una mejoría rápida y notable de los síntomas depresivos, pero esa línea no fue explorada por el statu quo científico del momento. Curiosamente, en la Argentina un grupo de profesionales de la salud mental que utilizaba psicodélicos en sus tratamientos desde los años cincuenta, reportó el uso de ketamina como “antidepresivo”(Fontana y Loschi, 1974). Como señala Julio Loschi, médico psicoanalista y uno de los pioneros en el uso de psicodélicos en salud mental, en la Argentina el primer estudio del uso de psicodélicos fue llevado a cabo por una médica psicoanalista, Luisa Álvarez de Toledo. Aquellas experiencias tuvieron lugar inicialmente, y para sorpresa de muchos, en la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) aunque a los pocos meses se le solicitó a Álvarez de Toledo que detuviera sus exploraciones por no “ajustarse a las prácticas y costumbres de la institución”. Uno de sus discípulos, Alberto Fontana, continuó el trabajo de su analista, abandonó la APA y desarrolló una experiencia fructífera en ese campo en las siguientes tres décadas. Desde la década del 50, el creador del LSD (dietilamida del ácido lisérgico), Albert Hofmann, a cargo del Laboratorio Sandoz, enviaba ampollas de esa molécula a prácticamente cualquier grupo de investigación en el mundo que lo solicitase. Fue la década del nacimiento de la psicofarmacología y de los primeros estudios sobre la fisiopatología de la esquizofrenia. En la denominada “Clínica de Fontana”, ubicada en el barrio de Belgrano, un grupo de profesionales llevó a cabo tratamientos con drogas psicodélicas (LSD, mescalina y psilocibina) como coadyuvantes en los tratamientos psicoanalíticos. Un paciente en análisis regular con un profesional recibía una o dos veces en el año la propuesta-indicación de recibir “una sesión prolongada” con psicodélicos. Esas sesiones efectivamente podían durar entre 6 a 9 horas. Aquellos terapeutas habían sido formados y entrenados por el mismo Fontana y a su vez habían sido tratados ellos mismos con psicodélicos. Todo se desarrollaba en un encuadre preciso: la droga psicodélica (que altera la conciencia) era un auxiliar del proceso analítico, el esquema teórico era el psicoanálisis y el vínculo terapéutico con el analista --que permanecía en toda la sesión con el paciente-- era un elemento central del proceso. La sesión tenía lugar en la clínica, con la presencia permanente del terapeuta y toda una serie de cuidados: enfermeros, ayudantes y médicos de guardia. Luego de la experiencia, el paciente continuaba en análisis y elaboraba aquello de lo vivido. Estas exploraciones psicodélicas involucraban a pacientes en terapia individual y grupal y se convirtieron en un verdadero boom en Buenos Aires en la década del 60/70, en donde llegaron a atender a 600 pacientes por mes. En esos años no solo era un fenómeno local, sino que en muchos países se desarrollaban cientos de publicaciones e incluso se organizaron media docena de congresos internacionales sobre la temática. En esas décadas, un psicólogo norteamericano de Harvard, Timothy Leary, a través del uso de psilocibina y luego de LSD, protagonizó una revolución “psicodélica” y llegó a convertirse en el hombre más peligroso para las autoridades federales de ese país, que lo encarcelaron a lo largo de las décadas en cuarenta prisiones de máxima seguridad distintas. Leary no solo creía que podían ser efectivos para problemas de salud mental, también creía (y defendía radicalmente) el uso adulto responsable, en la medida que estas sustancias permitían en su óptica el acceso a realidades múltiples que enriquecían el desarrollo personal. En Chile, el psiquiatra Claudio Naranjo estudió por ese entonces la utilización de ayahuasca (la enredadera del río celestial) con fines terapéuticos, trabajo que recién público en el año 2012.

Muchos pasaron por “lo de Fontana”: pintores, actrices, músicos, intelectuales, poetas, directores de cine. De diversas maneras, esa modalidad de terapia impregnó la cultura de la época, y se convirtió en un fenómeno que excedió por mucho el abordaje específico de pacientes con problemáticas de salud mental. En 1971, con la declaración de Richard Nixon sobre la “Guerra contra las drogas”, gran parte de las drogas psicodélicas pasaron a integrar un listado de sustancias prohibidas con severas sanciones penales tanto para el uso como para el estudio de las mismas. La investigación para fines médicos se congeló por décadas. Por ese entonces, un médico anestesiólogo del Hospital Militar, Julio Parada, que formaba parte del equipo de Fontana, percibió que sus pacientes, al salir de la anestesia, experimentaban una serie de vivencias que podían ser útiles para aplicar en el encuadre analítico. Poco tiempo después, el equipo de Fontana comenzó a utilizar la ketamina, una droga sintética que usualmente se utilizaba en anestesia y que producía un fuerte efecto disociativo. La utilizaron como coadyuvante en sesiones prolongadas, pero también observaron que tenía un potente efecto antidepresivo (a dosis subanestésicas) en pacientes con cuadros serios, con la particularidad de que el efecto podía evidenciarse a las pocas horas o días, en contraposición a los antidepresivos tradicionales que requerían semanas. Desarrollaron un esquema de trabajo denominado TAD (Terapia Anti-depresiva), posiblemente el primer antecedente formal del uso de drogas psicodélicas para el tratamiento de cuadros depresivos, material que presentaron en el Mundial de Psiquiatría (México, 1971). Los pacientes recibían entre cinco a seis sesiones con ketamina y el resultado antidepresivo era notable. Julio Loschi y Alberto Fontana publicaron en 1974 su experiencia de trabajo con pacientes utilizando esa droga (Terapia antidepresiva con CI 581). En ese trabajo remarcan que lo específico de la ketamina es la disolución del esquema corporal, la pérdida de la individualidad, la sensación de unidad con el universo y una alteración en la percepción tiempo/ espacio. El paciente protagoniza un efecto de reordenamiento cognitivo, lo cual puede ser importante en pacientes con ideas rígidas, depresivas y suicidas. Se experimentan cambios en la dimensión del cuerpo, el espacio se torna bidimensional, hay una ausencia de la historia personal, una sensación de flotar, de hundirse y, como estas, muchas otras vivencias. Por estas características sensorioperceptivas también existían una lista de contraindicaciones. Estos autores creen que no solo se trata del efecto biológico, sino también que la experiencia de regresión en un contexto altamente específico y terapéutico produce un insight que resulta curativo. La ketamina, inicialmente utilizada como anestésico, devino en droga de abuso (tiene riesgo de dependencia) y actualmente, desde 2019, fue finalmente aprobada por la FDA como un fármaco para tratar la depresión resistente. La evidencia actual con la ketamina, tanto por la eficacia antidepresiva y antisuicida como por su rápida respuesta en apenas horas, plantea una revolución en el abordaje psicofarmacológico de algunas depresiones y ha sido catalogado por expertos de la comunidad científica como el “más importante hallazgo en psicofarmacología de los últimos 50 años”. El trabajo de Fontana tiene mucho que ver con todo esto y son varios los investigadores actuales que reconocen y citan las experiencias de este equipo hace medio siglo.

Julio Loschi, quien trabajó con Fontana desde 1966 hasta 1985 y aún se dedica a la asistencia terapéutica, se mostró sorprendido por el derrotero de la ketamina cuando nos encontramos en un café en plena pandemia. Me contó que él volvió a la APA, se sumergió en Lacan y ya no utilizó más los psicodélicos, aunque cada tanto algún paciente se lo propone.

Federico Pavlovsky es psiquiatra. Magister en Drogadependencias.