En la noche del 19 al 20 de abril del 2000, el Senado se aprestaba a dar tratamiento a un proyecto de ley que era una nueva vuelta de tuerca de flexibilización laboral –ley que después adquirió el nombre popular de Ley Banelco–; y frente al Congreso una nutrida concurrencia de trabajadores y sus organizaciones sindicales manifestaba su oposición a la sanción de esa norma contraria al interés de los trabajadores.

Los manifestantes se avinieron al requerimiento de despejar dos carriles de la Avenida Entre Ríos para facilitar la circulación vehicular (de por sí muy escasa atendiendo a que era ya de madrugada). No obstante, el gobierno de Fernando de la Rúa, que había aceptado la instrucción del FMI de profundizar la flexibilización, reprimió violentamente la manifestación dejando alrededor de 15 heridos, incluso un dirigente sindical herido de bala, mientras el secretario de Seguridad, Enrique Mathov, seguía los acontecimientos a través de los monitores del Departamento Central de Policía.

Fue, además de un hecho criminal, una sobreactuación del poder represivo del Estado, que pretendía mostrar (hacia adentro y hacia el exterior) una autoridad de la que indudablemente carecía. Dime de que alardeas y te diré de lo que careces.

Una semana después, el Senado sancionó la ley Banelco. Pero el programa económico y social (la exclusión de las mayorías y la concentración del ingreso en las minorías) no cerraba ni a palos ni con palos. Y llegó el 19/20 de diciembre de 2001, la nueva sobreactuación al declarar el Estado de Sitio frente a las manifestaciones populares, y el brutal asesinato de 39 compatriotas. 

Diecisiete años después, los meses de marzo y abril son el marco de masivas manifestaciones populares, pacíficas, sectoriales (docentes), transversales (mujeres) y generales (7 de marzo y 6 de abril) que expresaron con claridad la disconformidad y oposición de vastos sectores de la población al modelo de exclusión del actual Gobierno. Las autoridades gubernamentales las ningunearon públicamente, denostaron a sus participantes tildándolos de choriceros y de poner palos en la rueda, y buscaron desacreditar a los dirigentes de los distintos sectores que integran ese colectivo.

El 1 de abril se produjo una marcha metropolitana de apoyo al Gobierno, numerosa aunque no tanto como las anteriores. Fue enaltecida inmediatamente por el Presidente en un video que reflejó sus mas recónditas convicciones: la parte “sana” de la sociedad lo apoyaba... y “se agrandó Chacarita”.

Pero el apoyo de los manifestantes del 1 de abril también desguarneció al Presidente, el rey quedó desnudo; le quitó inhibiciones, sacó lo mas primitivo de sus metodologías, y reprimió salvajemente a los trabajadores docentes que el domingo 9 estaban instalando pacíficamente un aula itinerante frente al Congreso Nacional.

El mismo lugar, la misma sobreactuación de la autoridad, la misma metodología represiva, para implementar a la fuerza la misma política económica y social.

Sorprendentemente, el Presidente había citado el mismo domingo la frase que se le atribuye a Einstein –aunque existen dudas de que la haya pronunciado, el Presidente lo dio por cierto– de que locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes.

Sería conveniente que el Presidente reflexionara seriamente sobre la aplicación de esa frase a su política económica y a su metodología represiva: no cierra ni a palos ni con palos. El pueblo argentino ya se dio cuenta.

* Presidente del bloque de diputados FpV.