Desde Río de Janeiro

La ciudad de Río de Janeiro tiene vacunas solamente hasta este martes. La provincia de Bahía ya se quedó sin ningún frasco. Crece la perspectiva de que la inmunización sea suspendida en muchas partes de Brasil a lo largo de al menos dos semanas por la falta de vacunas.

Ese es el cuadro más elocuente del caos y la tragedia que el país presidido por Jair Bolsonaro enfrenta.

El general Eduardo Pazuello, instalado en el ministerio de Salud, fue anunciado por el mandatario como un alto especialista en logística. En la práctica se reveló un desastre olímpico.

La tragedia vivida en Manaos, capital de Amazonas, es la prueba más concreta de la ineficacia sin vuelta del gobierno: docenas de pacientes murieron sofocados por falta de oxígeno. Pese a haber sido advertido anticipadamente de que las reservas se agotaban, Pazuello optó por recomendar un inexistente “tratamiento precoz”.

Acorde a estimaciones de las más respetadas instituciones de investigación científica brasileñas, de mantenerse el actual ritmo solo en marzo de 2024 el país habrá logrado vacunar toda su población con más de 18 años de edad. Ya murieron al menos 240 mil brasileños, y desde hace dos semanas se mantiene la media de mil muertes diarias.

Pese a los datos concretos y a la lentitud de la vacunación, Pazuello afirmó que de aquí a fin de año toda la población brasileña habrá sido inmunizada. La realidad, una vez más, revela lo contrario de lo que dice el general.

Brasil tiene, o tenía, un sistema de vacunación considerado referencia mundial. La capacidad del sistema público de salud es de inmunizar a un millón de personas a cada día. No lo hace porque no tiene con qué.

Sus dos principales instituciones científicas dedicadas a pesquisar y producir inmunizantes, el Butantan, en San Pablo, y la Fundación Osvaldo Cruz, en Rio, nada pueden hacer frente a la criminal demora de parte del gobierno federal en adquirir tanto vacunas como insumos para producirlas.

A todo eso hay que sumar la irresponsabilidad de alcaldes y gobernadores que se niegan a imponer un aislamiento social riguroso. Por estos días de carnaval, lo que se ve en Río es enloquecedor: inmensas aglomeraciones de gente sin mascarilla, sin mantener distancia, sin nada.

Es lo mismo que se vio en las fiestas de fin de año por casi todas las ciudades brasileñas, y que tuvo como consecuencia un nuevo brote de covid-19. Hay razones sobradas para prever que la tragedia se repetirá.

A todo eso, Jair Bolsonaro sigue dando el peor ejemplo: en lugar de adoptar medidas urgentes de combate a la pandemia, sigue provocando aglomeraciones populares, despreciando los peligros del coronavirus y criticando con furia los que defienden el aislamiento social.