Solanas en filmación        7 puntos

Argentina, 1993.

Dirección y guion: Dolly Pussi y Enrique Muzzio.

Textos: Horacio González.

Fotografía: Marcos López.

Duración: 51 minutos.

Estreno en Puentes de Cine.

“Sé que todo está al borde del fracaso”, dice Pino Solanas en un alto del rodaje, como un equilibrista sobre una cuerda tendida. Junto con Leonardo Favio, el realizador de La hora de los hornos fue posiblemente el cineasta argentino que más fuerte apostó en cada proyecto, en cada idea, en cada plano. También el que más resueltamente lo hizo en el campo político y personal. No por nada en las últimas décadas de su vida la Cámara de Diputados y el Senado lo convocaron tanto como las rutas argentinas, que recorrió incansablemente en casi todas sus últimas películas, desde Memorias del saqueo (2004) hasta Viaje a los pueblos fumigados (2018). Making of de poco menos de una hora de duración, Solanas en filmación documenta momentos del rodaje de El viaje (1990), su penúltima película de ficción. Todo un film-testimonio, tanto de la ambición creativa del autor como de su valentía personal y política, que lo llevó a satirizar en tiempo real el proyecto de entrega nacional que Carlos Menem había comenzado a poner en marcha apenas un año antes. El viaje anticipaba, así, la urgencia documental con que Pino filmaría siete películas con la Argentina por tema de fondo, desde el estallido mismo de diciembre de 2001. Solanas, Menem: alguien queda en la memoria, alguien se va.

“Me pareció oportuno filmar esta película cuando están por cumplirse 500 años de la Conquista de América”, dice Pino, que si a algo no le escapó jamás fue a los grandes proyectos. Casi al mismo tiempo que Favio encaraba su ópera fílmica Perón, sinfonía del sentimiento, Solanas filmaba el viaje iniciático de un pibe joven llamado Martín Nunca (Walter Quiroz), desde Ushuaia hasta el golfo de México. El tiempo pasó y el Imperio sigue siendo el mismo, pero ya no da para llamar a la revolución, que estaba ahí, a la vuelta de la esquina. Ahora es tiempo de reflexión, de recuento de los daños, de reescribir una esperanza posible. Como el pueblo argentino dos décadas antes, Martín se quedó sin padre y ahora lo busca, a lo largo de Latinoamérica. Lo hace en bici, como el Che cuarenta años atrás en moto. Encuentra explotación del nativo, circo neoliberal, caída de la Historia de la región. Pero el autor de Los hijos de Fierro no era un llorón sino un optimista. El viaje no es una tragedia (ni siquiera una tanguedia, como El exilio de Gardelsino una sátira, porque Solanas comprende que lo que en ese momento está viviendo la Argentina está más cerca de la farsa que de la Historia. Por eso el Dr. Rana, la inundación de soretes, la Organización de Países Arrodillados.

El senador que reivindicó el goce en pleno Congreso, de traje y corbata, durante los debates por la Ley de Aborto Libre, goza filmando, como todo cineasta auténtico. Se ríe ante la invención de sus actores, actúa gestos cómicos para ellos, improvisa la cárcel de Ushuaia como decorado para un colegio secundario, abraza al mítico Carlos Carella en una de sus últimas actuaciones. Habla de ideas tanto como de imágenes, despliega rieles para el desplazamiento del carro de travellings: no es un mero ideólogo con el cine como vehículo, es un cineasta en acción. Como para Favio, el cine y la vida son para él un continuo: después de hacer hablar al cómico Atilio Veronelli con acento de Anillaco, denuncia al Presidente Rana (perdón, al Presidente Menem) por corrupción. La cámara lo filma ahora saliendo del Congreso, querellado por el muerto reciente por una denuncia de corrupción. Una placa recuerda que al día siguiente, Fernando Ezequiel Solanas recibió varios disparos en las piernas, a la salida del laboratorio cinematográfico. Congreso-laboratorio-disparos. A esa secuencia responde Solanas en silla de ruedas, en las inmediaciones del Obelisco, recordando que en plena ola neoliberal todavía queda lugar para las utopías. Poco más tarde estrenaría esa utopía en imágenes llamada El viaje.