Las miradas nunca son inocentes

Querida, me atrevo a tocarte otra vez como herramienta, compartiendo el rescate de algunas “fragancias de la historia”. Sos más que una compañera, sos un indicio de libertad, un alivio en medio del disturbio digital.

Las caretas de la realidad cambian según el mercado del descarte, el amor permanece.

Nos volvimos a encontrar en el tiempo menos pensado, estabas apoyada sobre una cómoda antigua a la entrada de un compra-venta de materiales de construcción. Fuera de lugar: algo sano y entero en medio de tantos rastros mutilados. Parecías una cachorra perdida entre celosías, puertas, depósitos de fundición para inodoros, chapas y griferías usadas: todo lo recuperable a mitad de precio en el barrio Covid.

Las máquinas siempre son/ fueron/ serán hembras.

Parecías una cachorra inquieta, tenías más de medio siglo y una hoja sucia montada en el rodillo. Una página A4, el reverso de una factura impresa. No la pantallita disciplinante de una tablet. Una hoja mostrando una línea mecanografiada con casi todas las letras de tu teclado. Te vi y en el mismo instante, me sentí mirado por vos. Alegría recíproca, como si en algún pasado por venir nos esperaran muchos abrazos de gol.

Hay que aprender el pase de la “u” en el baile entre casualidad y causalidad.

Es un goce, no puedo dejar de visitar las compra-ventas, espiar los volquetes. Alma de ciruja, haciendo adobe urbano siempre encontré algo útil y funcional para alguna obra. No puedo dejar de imaginar situaciones acontecidas en esas casas desconocidas. Fueron construidas con plomadas de piolín y niveles de gota de agua con la habilidad y esfuerzo de albañiles, peones y carpinteros usados y estafados por arquitectos de la primera mitad del siglo pasado. Detalles de la injusticia social “romántica”. Ft. Dante Taparelli.

Ya saliendo, me acerqué más, quería saber si eras vos, la misma que la mañana de un cumpleaños mi viejo me dejó sobre la mesa del comedor. Eras vos, la misma con la que aprendí a escribir a máquina en el mismo mes que le daba besos a una chica en un banco de la plaza San Martín.

Los besos siguen siendo, la palabra ya no es lo que era.

Nunca Pitman (las academias no tienen aliento), empecé a descubrir tus secretos con atropello: la palanquita del color de la cinta, el seguro del carro, la campanilla del fin de línea. Toda vos, máquina “en sí”, fui acariciando tus teclas con torpeza y cariño para mecanografiar hojas en papel manifold. ¿En qué se habrán transformado esas palabras que nadie leyó? Vos, querida Lettera sos la que más sabe de mí esos días vertiginosos donde lo imposible parecía resolverse a la vuelta de la esquina. Ninguna chica me dio un beso después de leer mis poemas, pero. La agilidad conseguida por mis dedos en tus teclados me ayudó a desprender breteles en la última fila del cine Urquiza.

El silencio no es la ausencia de palabras, sino el espacio donde bailan los sentimientos que se reproducen sin la necesidad de ninguna escritura/lectura disciplinada por satélites.

Y así, entre nuestras roces fuimos dejando el “Amor y Paz” del manifold a picar esténciles para imprimir volantes en un viajo mimeógrafo. Así fue, con virtudes y defectos, acciones y omisiones humanas.

Toda ausencia puede ser una puerta o una ventana, como esos rectángulos donde falta un pedazo de pared. Ft. Ezra Pound.

Una tarde de febrero del ´77 te “llevaron” en un desfile a domicilio, desde entonces no nos vimos. ¿Dónde estuviste estos años? ¿Te “llevaron” o pudiste escapar para volver en el instante necesario? Estás intacta, tenés la misma cinta rojinegra, como si te hubieran guardado en algún embute descubierto sin querer en la demolición.

Sos como esas semillas de maíz capaces de germinar después de cientos de años.

Querida Lettera, el relato de tu ser no es contaminante, naciste en la agonía del fordismo. En cada una de tus piezas todavía respira algo de la inocencia natural que los metales tenían antes de ser tornillos, resortes o tipografía, algo de las sentimientos de les obreres que te armaron en un taller de San Pablo.

Todo se transforma, la palabra y el oficio, también. Siempre somos los mismos en la esencia de los cambios. Y en medio de las falsas “redes sociales” auspiciadas por el capitalismo terminal nos encontramos en un desarmadero vecinal. Las mentiras de la sociedad de la alineación asfixian a los mismos que las repiten: el copy past suicida de la basura del “Big Data”.

Querida Lettera, con algunes posibles lectores ya somos una banda circunstancial, intentamos apartarnos del consumismo suicida y desafiamos el abismo de la página en blanco. Estas palabras que estamos escribiendo en el pasado, elles las están leyendo.

Cada letra es esa semilla que ya es fruta. Y de todos nosotros podrían ir surgiendo esas vibras que desnudan la realidad de las mierdas de las fakenews.

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