El Toto Caputo pone una sonrisa amplia pero no muestra los dientes: le brillan los ojitos. Es de noche, acaba de renunciar a la presidencia del Banco Central, procura escabullirse por la puerta trasera del edificio y subirse a un auto con vidrios polarizados cuando lo pesca un fotógrafo: a su cámara le sonríe, y acaso por extensión, a la posteridad. Fernando de la Orden, el fotógrafo, que lleva ahí cuatro horas cuando se confirma su intuición, abarca en su retrato el ámbar de dos lámparas públicas que en la oscuridad refuerzan el aire clandestino de la escena y un par de afiches que invitaban al paro general de ese día, un martillo con la palabra ajuste que golpea sobre otras, salario, salud, educación, trabajo, economía. 25 de septiembre de 2018: cuarto paro de la CGT durante el gobierno de Macri, que allá en Nueva York teje detalles de la vuelta del país al FMI, se hace unas fotos espeluznantes junto a Christine Lagarde y apuesta a que todos los argentinos, dice, se enamoren de ella. Con las reservas en caída estrepitosa, fuga de capitales de 4.000 millones de dólares mensuales, inflación galopante y dólar a 40 pesos, cotización duplicada en tres meses de gestión, la luz del cometa Caputo deja de brillar en el gobierno. Lo habían presentado como “el Messi de las finanzas”, al Toto, y su creatividad consistió en endeudamientos hasta las verijas con tasas astronómicas, bailes inflables con Lebacs y Lelics, créditos insólitos a pagar en cien años. Junto a dos pizzas Prat Gay estuvo al frente, bien al comienzo del macrismo, de las negociaciones con los fondos buitre, aquello del juez Thomas Griesa, del capobonista Paul Singer. Tras larga trifulca con el kirchnerismo consiguieron ganancias siderales gracias al gobierno del cambio, que acabó pagando más de lo que reclamaban estas aves carroñeras.

Las estampas del Toto Caputo vienen a cuento por Buitres, el documental que se estrenó hace unos días en la plataforma Cine.ar y tiene como investigador, guionista y narrador al periodista estadounidense Joe Goldman, que vive desde hace muchos años en la Argentina. Así como los mercados y las finanzas en temporadas neoliberales se caracterizan por zonas veladas donde radican las claves secretas de los negocios (y los futuros tendales), este documental se distingue por la claridad expositiva y un sesgo hasta pedagógico para desmenuzar unas operatorias que desembocarían en el desfalco legal de los fondos buitre. Ante una asombrada audiencia de turistas extranjeros, Goldman consigna, por ejemplo y para poner en contexto, que entre 1996 y 1991 a la moneda nacional se le extirparon, vía inflación y devaluaciones, diecisiete ceros. La descomunal deuda que Alfonsín heredó de la última dictadura y la decisión de no revisar su legalidad, entre otras cosas, derivaron en una bola de nieve más grande, híper inflación intergaláctica, entrega anticipada del poder. Luego Menem acató al pie de la letra cada mandato del FMI, desguazó el Estado, se abrazó a la película de un peso / un dólar que le dirigió Cavallo y mandó el estallido hacia una estratósfera futura en la que se hallaba De la Rúa, ¡junto a Cavallo! El ex ministro de Economía, que ya durante el Proceso había convertido deudas privadas en deudas públicas, también fue clave durante el menemismo en la adscripción de la Argentina al Plan Brady. Plan que con el tiempo habilitó la entrada de los buitres. Lo explica Alfredo Zaiat, uno de los entrevistados a los que apela Goldman para componer su trabajo: “Para salvar a los bancos del riesgo de sus deudores aparece el secretario del Tesoro de los Estados Unidos e introduce un cambio de esquema. Los acreedores cambian el formato de emisión y en lugar de un crédito directo se emitieron bonos representativos. Pero esos bonos no quedaban en los balances de los bancos, porque a su vez pasaron a distribuirse entre miles de acreedores. Y el deudor pasó a desconocer quién era el acreedor”.

Y así, cuando los países pobres colapsan, los buitres compran los bonos por centavos. El documental muestra cómo pasó en el Congo, por ejemplo: gracias a tribunales internacionales favorables, Singer consiguió que por una inversión de diez millones de dólares lo indemnizaran con 400. Aquí fue De la Rúa 2001: corralito, saqueos, pobreza del 56 por ciento, 39 asesinatos en dos días. Después los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner cancelaron la deuda y la dependencia del FMI, consiguieron una quita histórica en la renegociación con el 93 por ciento de los bonistas, pero los buitres apelaron a Griesa y sostuvieron la querella. Cada tanto aparecen en la narración protagonistas o especialistas, Axel Kicillof y el empeño de no dar el brazo a torcer, Adrián Paenza y los cálculos del negocio, el actual ministro Martín Guzmán, el Nobel Joseph Stiglitz. Una voz clave es la de Greg Palast, un periodista que lleva treinta años investigando a los buitres, que va desgranando mecánicas, pormenores, personajes: Palast asevera que Singer aportó a la campaña presidencial de Macri.

Había prometido hambre cero, una inflación anual menor a dos dígitos, no retornar al FMI, negociar con los buitres defendiendo los intereses del país, pero Macri aumentó fuertemente la pobreza, alcanzó la mayor inflación en 30 años, endeudó al país con el préstamo más grande de la historia del Fondo. Con los buitres arregló de movida: para abril de 2016 la Argentina pagaba 9.300 millones de dólares y Singer conseguía un 392 por ciento por sobre el valor inicial de los bonos. Ahí jugaron los buenos oficios del Messi de las finanzas, que por entonces les hacía caer las babas a Pagni y a Bonelli, lejana aún la escena en la puerta trasera del Central. Está visto que los sacudones en la historia argentina generan grandes oportunidades de negocios, y con tanta deuda en el horizonte, ¿quién puede descartar otra convocatoria en algún próximo gobierno? Lo plantea Goldman en su documental: los buitres seguirán al acecho. A fin de cuentas sus vuelos, como los de ciertas ruinas, tienen formas circulares.