La folklorista y quenista Micaela Chauque y su madre Cornelia Yurquina decidieron emprender un viaje en busca de su abuela Felipa Zerpa, última moradora coya del olvidado, duro pero extraordinario paisaje andino de Cerro Quemado en el noroeste argentino. El trayecto se convirtió no sólo en el retrato poético de un mundo a punto de desaparecer, sino también en el encuentro íntimo, espiritual, de tres mujeres de generaciones distintas unidas por un mismo linaje ancestral. Ese viaje quedó registrado en el documental Cerro Quemado, del realizador Juan Pablo Ruiz. El film se encamina fundamentalmente al encuentro de estas tres mujeres en lo alto del cerro, donde vive en completa soledad la más anciana del clan familiar. Y retrata a esas mujeres y su encuentro en el Cerro Quemado, en un viaje interior a su más profunda identidad. El documental está disponible en la plataforma Cine.ar hasta el jueves 11.

Micaela Chauque forma parte de la nueva generación de la música popular. Es licenciada en Folklore Argentino. Actualmente reside y produce su música en Tilcara (Jujuy). Integra diversos proyectos musicales: Jallalla, Encuentro Nacional de Mujeres Artistas Jallalla Warmi, Red de músicos Tilcara, entre otros. Propone un repertorio enfocado en revalorizar compositores jujeños y de otras regiones andinas con arreglos originales profundizando los recursos tímbricos, armónicos e interpretativos manteniendo la esencia de la música jujeña y de los Andes. Ruiz estudió realización de cine en el Centro de Investigación Cinematográfica (CIEVYC) y realizó numerosos cortometrajes en 16 mm. En 2008 escribió y realizó el largometraje documental La palabra empeñada, que recupera la figura del desaparecido periodista argentino Jorge Ricardo Masetti.

El film sigue a Chauque y su madre.

"Soy amigo de Micaela desde hace bastantes años. La conocí en un viaje que hice por la Quebrada de Humahuaca", cuenta Ruiz a Página/12. Muchos años después de la amistad que fueron cultivando, cuando ella solía venir a Buenos Aires para tocar, ambos tenían la costumbre de almorzar juntos. En determinado momento, Micaela le contó a Ruiz un sueño que la tenía angustiada. "Ella soñaba con la casa donde nació, con su abuela, sus ancestros. Me dijo que tenía ganas de viajar, de volver a ir y yo le propuse acompañarla. Le propuse llevar una cámara. Ella aceptó y con el paso del tiempo le empecé a dar más seriedad al proyecto y me propuse hacer una película", cuenta Ruiz. Cuando estaban a punto de viajar, Micaela planteó que sería interesante hablar con su madre para que los acompañara, entre otras razones porque era la que mejor conocía el recorrido. "Era una experiencia que ella quería compartir con la mamá", asegura el director.

-¿Cómo pensaste el tema de la transmisión generacional que se ve reflejado en la película?

-Cuando me encontré con que la mamá también venía, me encantó porque eran tres generaciones de un mismo linaje que se iban a encontrar después de mucho tiempo, ya que ocasionalmente, con un lapso de dos o tres años, o iba la mamá o iba a Micaela, pero no iban las dos juntas y no se encontraban las tres allá arriba. Y yo me iba a encontrar en esa situación. Entonces, quise encararlo desde ese punto de vista. Es más, a mí me motivó mucho cuando Micaela me contó la historia del clan familiar, que ellos vivían ahí, en una cosmovisión perfecta, y que con la llegada del ingenio los hicieron pelota a todos; y los que no murieron trabajando en el Ingenio, se fueron del lugar y quedo la abuela sola. En un principio, estaban la abuela y el abuelo. Después, el abuelo estaba muy mayor y falleció. Eso era algo que no sabía cómo iba a poder retratar en la película, pero que iba a estar muy atento a que si se presentaba, poder incluirlo. Y surgió que fue lo primero que me contó la abuela.

-El paisaje juega un rol importante. ¿Cómo pensaste introducirlo?

-Quería hacer una película introspectiva, una película que tuviese que ver con lo sensorial. Sabía que iba a trabajar con la realidad y la iba a construir con elementos reales, pero también opté por un dispositivo que me permitiera acercarme a la emoción de estas mujeres. Si bien la película cuenta con algunos planos generales de los paisajes y con un poco de música, no quería hacer ni un documental turístico de paisaje ni un trabajo musical. De hecho, quería usar esos elementos muy a cuentagotas porque me parecía que me podía alejar de mi intención original. Entonces, pensamos de qué manera podíamos acceder a la intimidad de estas mujeres interfiriendo lo menos posible, siendo lo menos invasivos posible. Y se me ocurrió que el dispositivo del plano secuencia, que nos permite viajar junto a ellas sin cambiar el ángulo de cámara y sin interferir en las acciones, iba a ayudarnos. Por eso, la película está narrada mayoritariamente con planos secuencia.

-¿Y ese caminar de estas mujeres que siempre se muestra de espaldas tiene un simbolismo especial?

-En realidad, es porque la tensión que se provoca con el plano secuencia, con la dilatación del tiempo y la falta de corte, genera como una angustia en el espectador, que de algún modo está esperando que la cámara corte. Esa sensación, esa angustia, quería jugarla a favor de nuestro relato: quería que el espectador fuese "caminando" detrás de ellas. Si bien en el rodaje somos nosotros los que estamos caminando detrás de ellas, quería que en una sala de cine, con la sugestión que provoca una sala oscura, una pantalla gigante y los sonidos envolventes, el espectador sintiera como el agobio de subir la montaña, que sintiera el peso de la naturaleza.

-¿Lo definirías como un documental de observación?

-Sí, creo que es un documental de observación con elementos poéticos.

-¿Y cómo viviste en lo personal ese recorrido de las protagonistas por aquel lugar?

-Para mí fue un aprendizaje absoluto. De repente, me encontré con algo desconocido, y con la generosidad de estas mujeres que estaban abriendo su corazón y me estaban dejando que las retrate. Fue una experiencia maravillosa. Fue agotador y muy dificultoso por la manera en que filmamos en condiciones naturales silvestres. Eso presupone todo un cansancio físico y una atención extrema a las inclemencias de la naturaleza porque podía surgir cualquier tipo de situación, como que creciera el río y no pudiésemos bajar, que una víbora te pique y tengas que bajar, que se te jodan las baterías de la cámara… Un montón de elementos que hicieron que el rodaje fuera como límite todo el tiempo. Pero más allá de eso, para los cuatro que participamos del rodaje de la película fue una experiencia inolvidable.