Reciente ganadora de cinco premios Goya, los más importantes del cine español, Akelarre del argentino Pablo Agüero narra el proceso que un sacerdote y un grupo de funcionarios de la corona española llevan adelante contra seis adolescentes vascas, a las que se acusa de práctica de la brujería en el marco histórico de la Inquisición, en algún momento entre los siglos XVI y XVII. Con actuaciones del español Alex Brendemühl y el argentino Daniel Fanego como los inquisidores, y de Amaia Aberasturi al frente del grupo de jóvenes actrices que interpretan a las acusadas (todas ellas virtuales debutantes), Akelarre ofrece un fresco verosímil que transporta al espectador hasta el final de la Edad Media. Pero el film -estreno de este jueves en salas y plataformas- también tiene la virtud de proyectarse sobre el presente, poniendo en escena condiciones de vida en las que aún viven las clases bajas en gran parte del mundo, incluidas España y Argentina. Y, por supuesto, los abusos de los que siguen siendo víctimas las mujeres.

“Cuando presenté mi primera película en el Festival de Cannes (Salamandra, 2008), me alojé en un departamento donde, por alguna razón misteriosa, había una biblioteca consagrada a libros ‘malditos’ que abordaban el concepto del Mal, su ambivalencia y representación”, dice Agüero al referirse al origen de Akelarre como proyecto. “Ahí encontré La bruja, escrito a fines del siglo XIX por el historiador Jules Michelet y prohibido durante 50 años. Ese libro, de gran rigor histórico e inmensa potencia poética y subversiva, demuestra cómo la caza de brujas fue una persecución política global que, contrariamente al cliché, no se dedicaba a atacar viejas curanderas, sino a jóvenes rebeldes. El espíritu utópico y comprometido de Michelet me dio el coraje para investigar, reescribir y luchar durante 10 años para concretar esta película”, resume el director.

-¿Por qué ubicó el relato en el País Vasco, cuya cultura fue atacada por las muchas inquisiciones que atraviesan la historia española?

-Los vascos lograron mantener un idioma que fue prohibido hasta la mitad del siglo XX, un idioma sin raíces comunes con ningún otro y que apenas hablan dos millones de personas. Otros pueblos, como los Onas en la Patagonia o los Cátaros en Francia, fueron diezmados y su cultura prácticamente borrada de la historia. En cambio, la cultura vasca es la hipérbole de la resistencia. Esa fuerza era la adecuada para esta película.

-El retrato múltiple que hizo de Eva Perón en la película Eva no duerme (2015), la historia de Akelarre y su documental Madre de los dioses (2015), parecen coincidir en el interés por lo popular. ¿Qué encuentra en esas expresiones que lo empujan a llevarlas al cine?

-La aplanadora de la globalización comenzó con la cristianización forzada, que destruyó la diversidad cultural de Europa y América. El cinismo llega a tal punto, que lo que cuentan las biografías fantásticas de los “mártires cristianos” torturados por los romanos es en realidad lo que la Inquisición le hizo a los mártires paganos, ateos e incluso cristianos no católicos. Me interesa resucitar esa cultura que han querido borrar al imponer un pensamiento único. Y en estas historias hay una riqueza infinita que ha querido ser ocultada y a la que el arte, el cine, puede devolver a la vida.

-Akelarre tiene además un fuerte punto de contacto con Eva no duerme, porque Eva Perón también fue una mujer demonizada. ¿Las mujeres ‘señaladas’ le resultan más interesantes?

-Creo que la represión ejercida por el sistema patriarcal nos oprime a todos, convierte a los hombres en lobos de las mujeres, pero también de sí mismos. Pero mi motor es siempre la indignación ante la injusticia. Y en ese sentido creo que los métodos de las dictaduras son herederos de la Inquisición: arrestos arbitrarios, denuncias, torturas para obtener más denuncias, desaparición de los cuerpos y tentativa de borrar toda memoria de esas personas que se ha hecho “desaparecer”.

-Las escenas en las que las chicas representan el aquelarre para el inquisidor remiten a la obra de Goya, sobre todo aquella en la que retrata los horrores de la historia española.

-Cuando supe que Akelarre era la segunda película más nominada a los premios Goya, me conmovió sobre todo por esa referencia. Aunque ya nadie evoca a Francisco de Goya al hablar de este premio, él es una gran referencia para mí, no solo estética sino ética y humana. Un artista como Michelet o como Émile Zola, cuyo compromiso político no puede separarse de su potencia expresiva, porque está encarnado en ella. Nunca intenté copiar sus cuadros, pero sí siento que su luz de claroscuro –pictórico y moral— me ha guiado en este retrato del oscurantismo.

-Por otra parte, toda la película está atravesada por una estética a la que se podría llamar “pictórica”, que resulta importante para dejarse convencer de que se está mirando por una ventana hacia el pasado.

-Las primeras películas históricas se basaban en libros y cuadros, interpretándolos de manera literal, lo cual es tan absurdo como si en el futuro hicieran una película sobre nuestro siglo copiando publicidades de shampoo. Mi primer objetivo fue romper con eso. Y lo que hice fue inspirarme en mi propia vida. Como una buena parte de la población mundial actual, yo pasé mi infancia en el siglo XVII: en una cabaña muy precaria sin electricidad ni agua corriente. Lo que reproduje en la foto de Akelarre es esa realidad de la vida a la luz del fuego. No imitamos ni cuadros ni películas, sino que creamos en el set situaciones lumínicas que en sí mismas generan una gran complejidad de claroscuro.

-¿Cree que los horrores de la Inquisición son una culpa que la Iglesia y los estados europeos que la llevaron adelante, sobre todo España, todavía no asumieron de forma firme y abierta?

-Creo que no hay un mea culpa porque ganaron la guerra y porque en el fondo su orientación política actual es una continuidad de su pasado. Hay un problema casi epistemológico en la tentativa de modernizar el pensamiento mágico de la religión. Porque un Dios, por definición, no puede ser democrático. Y por más malabares teológicos que intentemos, la Biblia comienza por condenar a la mujer, costilla del hombre que trae el pecado al mundo. Entonces el problema es otro: no creo que haga falta un mea culpa, sino un cambio de paradigma.