La Bety sabía. Sabía que tenía que callarse. Que si la mujer habla, empeora las cosas. Que no tenía que quejarse. Que tenía que aguantar.

La Bety sabía. Sabía que las mujeres eran fuertes. Su mamá se lo decía siempre: "Nosotras somos las fuertes. Los hombres son unos cagones que se lastiman un dedo y lloran. Nosotras parimos y nos aguantamos todo". Ella sabía que en casa hay que callarse y respetar. Su papá se lo enseñó con gritos, insultos y cintazos.

La Bety sabía. Sabía que a los hijos los cría la madre. Lo vio entre sus vecinos. Se lo dijo el Raúl cuando se fue y la dejó con su hija de dos meses. El Rubio no se lo dijo, pero la dejó con su hija pequeña y un embarazo de algunos meses.

La Bety sabía. Sabía que los hombres son todos iguales. Que no hay que hacerlos enojar y que hay que darles el gusto. Lo había aprendido con sus amiguitos jugando en alguna vereda o algún pasillo.

La Bety sabía. Sabía que no hay que usar la violencia, porque "la violencia engendra violencia" como decía el curita que venía al barrio. Que hay que dialogar. Sabía... aunque no entendiera qué quería decir "engendra" y no supiera qué quería decir el cura con "dialogar".

La Bety sabía. Sabía que para ganarse unos pesos había que trabajar. Y que para tener trabajo, casi siempre, tenía que dejarse coger por algún encargado o algún patrón.

La Bety sabía. Sabía que tenía que guardarse algunas cosas que "eran de mujeres". El Omar no tenía que enterarse que ella tomaba las pastillas que le daban -con malas maneras y cierto desprecio- las enfermeras del dispensario, porque esas cosas les molestan a los hombres.

La Bety sabía. Sabía que tenía que tener un marido. Siempre. Para protegerse: cada vez que se quedó sola, la única manera de no ser violada fue coger con los que se lo pedían. O sea, aceptar que la violaran.

La Bety sabía. Sabía que los hombres se enojan fácil. Y pegan. Y hay que callarse. Para que no se enojen más. Para que no se la agarren con los chicos. Hay que callarse y recibir todos los golpes para cuidar a los chicos.

La Bety sabía. Sabía que al Omar, como a todos los hombres, le gustaban las chicas y su hija ya tenía once. Ella sabía que el Omar, como si estuviera haciéndole cariños, la manoseaba a la nena. Entonces la mandaba a jugar o a hacer un mandado. Y el Omar, al rato, seguro la golpeaba. Y después de los golpes, la obligaba a coger. Pero ella sabía que había que callarse.

La Bety sabía. Que había que callarse, que había que soportar, que había que criar a los hijos, que había que ser protegida.

La Bety sabía. Por eso no entendió cuando aquella noche, en medio de los puñetazos que le estaba dando el Omar, escuchó gritar a la nena ("¡Terminala, hijo de puta!") y después escuchó gritar al Omar una vez. Y otra vez. Y otra vez.

La Bety sabía. Por eso no entendió que hacía su hija con el cuchillo grande en la mano. Los ojos muy abiertos, la ropa salpicada de sangre.