Teresa tiene 45 años y es psicoanalista. Desde que comenzó la pandemia le cuesta conciliar el sueño. Hay noches en que sólo duerme de a ratos. Durante el día suele sentirse cansada, irritable y con dificultades para lograr la concentración que su profesión requiere. Teresa, al igual que 8 de cada 10 trabajadores de la salud de nuestro país, sufre trastornos en el sueño desde que el COVID forma parte de la vida cotidiana.

La incertidumbre, la posibilidad de contagio (propia o de seres queridos) y las dificultades para retomar las rutinas previas a marzo de 2020 atentan contra el buen dormir. Es que la irrupción de la pandemia trajo desajustes varios: en los horarios de acostarse y levantarse, en los hábitos laborales, donde la frontera entre lo doméstico y lo laboral se volvieron porosas, en la forma en que vivimos y compartimos el tiempo de ocio.

La Asociación Mundial de Medicina del Sueño, que desde 2008 promueve el Día Mundial del Sueño el tercer viernes de marzo de cada año, busca en 2021 llamar la atención sobre la importancia de dormir bien. Con la consigna "Sueño regular para un futuro saludable", apuesta también a crear conciencia acerca de la importancia de tratar las causas y síntomas de la falta de sueño.

Los investigadores del Laboratorio de Sueño y Memoria buscan establecer relaciones entre la formación y modificación de la memoria durante el sueño y la vigilia.

Sin un buen dormir se deteriora la calidad de vida. También aumenta la posibilidad de contraer un amplio abanico de enfermedades, desde obesidad y depresión hasta dolencias cardiovasculares y neurológicas. Además, vemos afectados nuestros vínculos afectivos, el rendimiento laboral y la posibilidad de hacer las cosas que disfrutamos.

“El sueño tiene un rol fundamental en muchas funciones de nuestro organismo, como en la restauración de recursos energéticos, en la reparación del tejido celular y en la regulación metabólica, además de ser fundamental para el sistema inmune, tan central en el contexto actual de pandemia”, advierte la bióloga e investigadora del Conicet Cecilia Forcato en diálogo con la agencia Télam.

Mundo insomne

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 40% de la población mundial tenía problemas de sueño antes de la pandemia, situación que empeoró con la llegada del coronavirus. De acuerdo a un estudio realizado en agosto del año pasado por la Universidad de Southampton y citado por la BBC el insomnio en el Reino Unido aumentó de una de cada seis personas a una de cada cuatro desde que se declaró la pandemia en marzo del año pasado.

La situación no fue diferente en el resto del mundo. La tasa de insomnio en China aumentó del 14,6 % al 20 % durante el confinamiento estricto, en tanto que en Grecia el 40 % de los consultados manifestaron desvelarse a la hora de dormir.

En nuestro país – asegura Forcato – un estudio realizado antes de la pandemia “estimaba que alrededor de un 20% de la población tenía mala calidad de sueño, situación que escalaba hasta el 50% en grupos específicos como adolescentes, choferes y personas de nivel socioeconómico bajo”.

“En un estudio llevado a cabo en el mes de junio 2020, con trabajadores de salud en nuestro país, se evidenció que luego de tres meses de ASPO (aislamiento obligatorio), un 84,7% manifestó mala calidad de sueño y el 73,7% padecía insomnio”, agrega. El retorno progresivo “a la normalidad” que viene de la mano de la baja de casos y del avance de la vacunación no modifica sustancialmente la situación.

La incertidumbre sobre qué pasará, sumado al miedo por uno mismo o por algún familiar, “modifica nuestros pensamientos y la forma de relacionarnos con ellos”, advierte la experta, quien además es directora del Laboratorio de Sueño y Memoria del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA), con cuyo equipo de investigadores comparte la entrevista.

“Los pensamientos negativos -advierte- pueden afectarnos a la hora de dormir. Éste momento de tranquilidad y silencio que nos presenta la noche a la hora de descansar es propicio para que esos pensamientos se disparen y, muchas veces, nos quedemos rumiando sobre ellos, lo que nos hace entrar en un espiral que nos altera, impidiendo el descanso”.

“Al exponernos a situaciones generadoras de ansiedad o peligro se activa el sistema nervioso simpático, generando una cascada de reacciones fisiológicas que no son compatibles con la relajación o el sueño, debido a que nuestro organismo se prepara para hacer frente a esta potencial amenaza”, subraya Forcato.

El mal dormir

A pesar de que los indicadores del buen sueño parecen evidentes no siempre nos damos cuenta de que dormimos mal. Las nuevos ritmos y rutinas que naturalizamos a partir de la pandemia pueden contribuir a ello.

“La mayor cantidad de horas de sueño no implica mejor calidad”, advierte a Télam la investigadora. Y agrega: “Usualmente se recomienda dormir ocho horas, pero la realidad es que cada persona tiene sus horas óptimas de descanso, una cantidad de ciclos de sueño determinados, cuya duración varía de persona a persona. Cada uno tiene que conocer su propio ritmo y respetarlo”.