En la extensa historia de Divididos no han faltado las imágenes anómalas -¿cómo olvidar aquel ingreso al escenario de Obras Sanitarias a lomo de burro?- y hasta bizarras, cosas como Ricardo Mollo tocando la guitarra con una zapatilla llegada desde la platea. Aún así, lo visto en los últimos minutos del show del martes en el Teatro Opera provocaba la sonrisa. Al borde del escenario, vulnerando por primera vez en toda la noche el distanciamiento social, un puñadito de fans pedía púas. Y Mollo les daba. Pero antes de la entrega sanitizaba cada púa con alcohol en aerosol, convirtiendo al célebre intercambio entre músico y público en una postal de los tiempos. Divididos en la Era de la Pandemiez.

No era la primera función en el legendario teatro de calle Corrientes -de hecho, la del martes fue la séptima fecha desde que comenzó el año, y habrá una nueva presentación este jueves 25-, pero de todos modos las ganas se palpaban en el aire. Ganas del público de reencontrarse con el rito en general y con el trío en particular. Ganas de los mismos Mollo, Diego Arnedo y Catriel Ciavarella, quienes en 2020 pasaron un tiempo inédito sin verse, y una vez reconectados se salían de la vaina por tocar. Es sabido: para Divididos, salir al escenario es una parte esencial. Si sus grabaciones se han espaciado en el tiempo, tocar es algo que nunca puso en discusión. Lo disfrutan. Expanden su propio universo. Recargan ese dínamo que alimenta a una de las bandas más poderosas de la historia del rock argentino.

Aun con todo eso, menudo desafío a la hora de plantear un show. En 33 años de historia, la banda ha acumulado un repertorio que ofrece múltiples posibilidades; sobre todo porque ha sabido encontrar relecturas que le dieron otra dimensión a sus propias canciones. En la función del martes, el trío se inclinó por una propuesta si se quiere "clásica", aunque lo clásico en Divididos no es atenerse a las formas. La banda no se fotocopia a sí misma, y puede salir de una rendición bestial de "Azulejo" y caer en el clima de cuelgue que impregnó al combo de "Cristóforo Cacarnú / Indio dejá el mezcal", más cerca de Massive Attack que de Jimi Hendrix. La treintena de canciones bajada en casi tres horas de show basculó por todas las épocas, envasadas con la garra y el convencimiento de un grupo para el que ninguna versión es rutinaria.

Y así ver en vivo a Divididos da gusto. Es casi una obviedad decir que el trío juega entre sí de memoria, por las horas de show acumuladas y porque ya lleva casi 17 años con Catriel, a quien se lo puede seguir señalando como "el pibe" pero es un joven veterano que se convirtió en engranaje perfecto (y que, por si alguien necesita la mención, es uno de los mejores bateristas del país). Ricardo cantando como nunca y tocando como siempre, un tipo que hace de la guitarra una extensión natural de su cuerpo; el Cóndor llevando su bajo del clima lisérgico al motor de explosión, las cuerdas percutidas para generar una tormenta; con semejantes pilares para su sonido, parece natural que el trío destile una intensidad que no necesita mayor explicación, que aparece para el disfrute compartido.

Así se encadenó esa intro con "Vengo del placard de otro" que explotó en "El arriero" y disparó la primera fiesta con "Haciendo cosas raras": en tres episodios diferentes de su historia el trío planteó el espíritu de la noche, ir y venir en el tiempo, pasear por el poderío de "Alma de budín", "Casi estatua", "Salir a comprar" y el reciente "Cabalgata deportiva"; pero también dejar fluir el groove en la inoxidable "Sábado", en "Tomando mate en La Paz" y el enganchado de "Qué ves / Ortega y Gasés", y entregar un set folklórico que tributó a Ricardo Vilca junto a Los Tres Mundos, y jugar con la tensión y distensión en "Amapola del 66", y homenajear al rock argento más sanguíneo con las versiones desconadoras de "Salgan al sol" y "Sucio y desprolijo".

Porque claro, es sabido que cuando se acerca el final de la noche Divididos suelta a las fieras. Desde el tema de Pappo (y el amague del riff de "Post Crucifixión") en adelante, Mollo - Arnedo - Ciavarella se convirtieron en jinetes del apocalipsis eléctrico. Ahí fue donde los que llenaron el aforo permitido del Opera extrañaron el pogo, el desquicio, la feliz descarga desatada por la Aplanadora. Solo quedaba rebotar sentados en la butaca, elevar los brazos y desgañitarse tras el barbijo con "Rasputín", con "Paisano de Hurlingham", con "Paraguay", "El 38" y "Aladelta". "Ya va a volver, allá está viniendo lejitos pero ya va a volver", prometió Ricardo. 

Pero como para que la nostalgia por el pogo llegara a niveles de lágrima, tras el pedido de "Memoria, Verdad, Justicia" la banda accedió a un par de bises fuera de programa. Y no cualquier par. "El ojo blindado" y "Nextweek", demoledoras expresiones de esa otra bestia inolvidable llamada Sumo, pusieron el moño a una noche de parlantes al rojo y emociones hiperexcitadas. "Escuchenló, escuchenló, escuchenló...", se solazaban los que se iban desparramando por el Obelisco. Porque la pandemia sigue allí. Pero Divididos también. Y basta para la esperanza de tiempos mejores.