La semana pasada, además de cumplirse un año del comienzo del aspo, momento donde se decretó la restricción de movimientos de los cuerpos en un planeta que, al mismo tiempo, nos abre cada vez más posibilidades en las autopistas virtuales (que cambiaron la concepción del tiempo y del espacio de la modernidad madura que nació en el siglo XIX), se conoció un hecho que llamó la atención de la opinión pública: un hombre octogenario dio a conocer que iba a ser padre, y que estaba muy contento de serlo.

El tema a analizar es la paternidad de adultos mayores, el debate se introdujo rápidamente con posiciones enfrentadas y aparentemente irreconciliables. Estaban quienes se ubicaron en una posición que podríamos llamar: “ciclo vital”, un hombre con limitaciones propias de la edad no podría ejercer “como corresponde” las funciones paternas, no podría, por ejemplo, hacerle caballito a su hije, estaría muy viejito para bailar el vals de los quince si fuera mujer y si hiciera fiesta, lo cual cada vez resulta menos imaginable tomando en cuenta el empobrecimiento de la población y los cambios acelerados de las costumbres. La otra posición que podríamos denominar: “plenipotenciaria de los deseos”, no pone el acento en la presencia del padre ni aun de la madre sino de lo que se trata es de los deseos. Si tengo ochenta y quiero tener un hijo, tengo con quién y cómo mantenerlo, ¿por qué no lo voy a tener si es mi deseo?

Nos interesa ahondar en esta posición que tiene muchos partidarios y consecuencias en la vida práctica. Estamos en un tiempo que, paradójicamente encerrado por las restricciones de la movilidad de los cuerpos por las pandemias pasadas y futuras y por las limitaciones cada vez más evidente de clases sociales, sostiene la autarquía del deseo singular por sobre cualquier otra categoría.

En estas épocas, los deseos se desplazan de una manera jamás vista, sólo tienen tres prohibiciones: la pedofilia, la necrofilia y el incesto. Salvo estas cuestiones, está todo permitido. Pero este enorme grado de libertad implica la pregunta acerca de la cuestión ética. No se trata de si es o no es ético tener hijos a los ochenta y pico de años. Se trata de la cuestión de la responsabilidad, tema central de estudio de todo razonamiento ético.

No es sólo una cuestión filosófica, psicológica, social sino sobre todo personal y singular, la libertad de los deseos puede ser un avance en la civilización o, como se está observando en nuestra cultura, producir un enloquecimiento que nos mantiene a la mayoría con niveles altos de stress, incertidumbre y no saber qué pensar.

Hacer lo que tenemos ganas (sin molestar al vecino) resulta el máximo ideal del capitalismo que nos ha explotado en las manos; lo que no nos dijeron es que ese capitalismo de los deseos enloquece si no llevan como contrapartida la cuestión ética de la responsabilidad.

No se trata de la pregunta: ¿tengo derecho a traer un hijo al mundo cuando tengo la edad de lo que en la sociedad se piensa como promedio de expectativa de vida? Ésta es la pregunta de los espectadores, azorados pensando qué pasaría si sus abuelos y padres se largaran a tener hijos a edades no recomendables; ésta pregunta rechaza lo que podríamos llamar la ética del deseo, por echar mano a las estadísticas, las expectativas de vida, el sentido común.

¿Qué será la cuestión de la responsabilidad? A pesar de llegar a vivir cien años, tener los recursos económicos y las posibilidades de ser ayudado por familiares en la crianza, lo importante es escuchar la pregunta ética acerca de la paternidad y de la maternidad. En este show de los deseos, donde nada puede ser cuestionable, no se escucha la pregunta por la ética del deseo. ¿Podemos equiparar un hijo/a a cualquier otro deseo?

Las pregunta éticas son deliberativas. Sin ponernos muy indescifrables, el deseo de un hijo no es lo mismo que el deseo de hijo, en el primer caso es el de una propiedad, es pensar que el deseo desea una propiedad, un algo, y en ese sentido ese algo podría pensarse como tengo plata, tengo apellido, tengo... entonces puedo tener un hijo; en el otro caso, el deseo es indescifrable y nos lleva a preguntarnos acerca de nuestra posición en ese deseo. Una posición ética es deliberativa, no se trata de la esperanza de la longevidad y el derecho a tener hijo cuando se nos cante sino se trata de un asunto público que inquiere, cuestiona acerca de la responsabilidad. Ser padre a cualquier edad implica un acto de responsabilidad, no se trata del derecho sino de la ética del deseo, y más cuando en como cualquier futuro padre o madre necesita (en tanto deseo) hacer público que lo llevó a decidir traer a alguien a un mundo tan desigual y tan ensordecedor de deseos. 

Martín Smud es psicoanalista y escritor.