“El 29 de diciembre de 1976. Con 20 años, embarazada de cinco meses. Me llevaron descapuchada a la ESMA, hasta casi entrar, lo que me dio una impresión negativa, desde ese momento pensé que no iba a salir con vida. Me llevaron, como a todo secuestrado allí, al sótano, donde torturaban en una salita que había ahí, en un lugar famoso que llamaban “La avenida de la felicidad”. Ahí fui interrogada, torturada, durante un tiempo. Como otra forma de tortura me tuvieron catorce días en esa salita donde escuchaba día y noche sin parar los alaridos de los compañeros que pasaban por las otra salitas de tortura”, recuerda --en diálogo con Página/12-- Silvia Labayrú, ex integrante de Montoneros, sobreviviente de ese centro clandestino de detención.

Luego, apunta, la subieron a lo que se llamó “Capucha City”, un lugar donde tenían “alojadas” a las personas secuestradas, tiradas en colchonetas, encapuchadas, engrilletadas, con esposas.

-- Pasó el tiempo y tuve la suerte de que enfrente de mí estuviera secuestrada Mercedes Inés Carazo, que era una jefe montonera. Me vio ahí embarazada y preguntó quién era. En esos tiempos se empezó a ver lo que ellos llamaban “proceso de recuperación” de algunos secuestrados, a quienes se los empezó a “bajar” para obligarlos a hacer trabajo esclavo, que consistía en informes políticos, de política internacional, documentos falsos, y otras tareas. Esa mujer no me conocía, pero me adoptó, y pasado un tiempo pidió que me bajaran. Me preguntó que podía hacer. Yo era egresada del Nacional Buenos Aires, podía traducir del inglés y del francés. Y accedieron a que me bajaran con ella a traducir de periódicos, revistas, informes. Gracias a ella dejé de ser un número, la 765: los militares me veían ahí, aunque el capitán Acosta que era el jefe de todo en la ESMA, no me miraba, como si yo fuera trasparente, lo cual me hacía pensar que me iban a matar, que me tenían ahí porque estaba embarazada y porque querían mi bebé que iba a nacer, que luego se lo iban a apropiar, como luego fuimos descubriendo.

Silvia Labayrú cuenta que tenía fecha de parto para el 5 o 6 de abril de 1977. Su hija nació el 28 de abril sobre una mesa, en uno de los “cuartitos” del centro clandestino de detención.

-- Trajeron del Hospital Naval al doctor (Jorge Luis) Magnacco, que era nada menos que el Jefe de Ginecología del Hospital Naval (y trabajó como obstetra con otras secuestradas en la ESMA). En otro caso de una compañera que tuvo dificultades en el parto, la llevaron al Hospital Naval, pero en mi caso fue ahí, sobre una mesa. Para dar a luz me sacaron los grilletes. Estuvo este tipo que vino con una valijita y ahí se desarrolló el parto, que duró como toda una noche. Estaba ese médico, un enfermero, también Mercedes Inés Carazo y yo pedí que estuviera un oficial presente, porque era una forma, creía yo, de controlar lo que estaba ocurriendo. Tuve la suerte, en un parto así, sin ningún control previo, ni ningún tipo de ayuda, sin episiotomía, que la bebé naciera bien.

La hija se la entregaron a la madre de Silvia en una cita que hicieron los represores en una iglesia.

-- Fueron tres coches. Yo estaba en uno con Mercedes Carazo. La hicieron subir a mi madre. Ella me miraba a ver si estaba entera, me miraba los grilletes.

-- ¿Por qué cree que le entregaron su hija a su familia?

-- Acosta cuando me cruzaba en algún pasillo me decía: “A tu padre lo vamos a chupar por traidor porque sabía que eras montonera y no te entregó”. Mi padre era militar retirado de la Fuerza Aérea, y trabajaba como piloto en Aerolíneas Argentinas. El 14 de marzo me sentó delante de él y me dijo: “Ahora vas a hablar con tu padre. Por supuesto no puedes decir ni dónde estás ni cómo estás”. Al principio habló Acosta y le dijo: “Llamo para hablarle de su hija”. Mi padre pensó que eran compañeros montoneros y empezó a gritar como loco: “Vengan que yo soy anticomunista, antiperonista y antimontonero, vengan que los voy a matar a tiros”. Vi que Acosta se puso pálido. Colgó y me dijo: “Ah, entonces tu padre es uno de los nuestros”. Eso produjo un cambio en mi situación bastante evidente. Ahí el tipo decidió que iba a entregar a la bebé. Después me pasó el teléfono a mí. Mi padre tenía la voz completamente entrecortada. Fue mi primer contacto telefónico. A otros secuestrados les dejaban hablar por teléfono con su familia. A mí no me habían dejado. Con lo cual yo ratificaba la idea de que era “hombre muerto”, bueno, “mujer muerta”. Ocho días después de que naciera mi hija llamaron por teléfono a mis padres y se hizo la cita para entregarles a Vera. Eran tan perversos que la mandaron con un ajuar para bebé que compraron especialmente.

Silvia pidió a su madre que a su hija la criaran sus suegros.

-- Mi suegro era un alto ejecutivo de una multinacional alemana, no tenía nada que ver con la política, igual lo secuestraron junto a su esposa y su hija menor. Buscaban a la hija mayor, que era oficial montonera. La buscaban por su militancia y porque había sido pareja de Roberto Quieto (que llegó a ser número 2 en la conducción de Montoneros). Los secuestró el Ejército en Citybell y los llevaron a la ESMA. Los tuvieron un mes y pico y los largaron por presión del mundo empresarial. Yo pedí que mi beba fuera cuidada por ellos porque mi madre estaba muy alterada. Soy hija única y había quedado destrozada por toda esta situación.

Su cuñada, Cristina Lennie, fue secuestrada por un grupo de tareas de la ESMA el 18 de mayo de 1977. En el momento, se tomó una pastilla de cianuro y llegó muerta.


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Silvia Labayrú: “En ese contexto era imposible hablar de consentimiento”