1.

Se estiran como lobos arcaicos, como ideas estúpidas sobre terrores ergonómicos, eludiendo el último hálito de conciencia que pudiera modificar el recorrido de la mano, la construcción del discurso. Pero de todos modos, lo que nunca será está ahí, llega y toca la olla astral llena de muchachas del montón, vivarachas y crédulas, con el miedo hidrogenado y la adrenalina explosiva, a tal hora.

 

2.

La escena planetaria.

La nube luminosa.

Cuántas mujeres que bien alumbran cientos

o miles de tentáculos,

mientras sus atontados vientres

implosionan algo gordo,

algo profundo,

algo tuerto,

casi ciego.

Una nueva teoría del Big Bang

penetra.

 

3.

Mediodía casi entero, casi vivo, como muchachas en baldíos que se hacen el favor, unas a otras y otras, en todas partes, fuertemente, en  intimidad extensa, opuestas a la retórica sexual desplazada de sueños.

 

4.

Las luces rojas se ven desde lejos.

Siembran el pánico.

Tanto se evapora lo sublime.

Es de rutina.

Nadie puede decir que no vio a las muchachas de los baldíos en el impulso de rebolear una aparición, un mesías hembra, sobre este caldo de mortales semivivos.

 

5.

De una manera u otra, terrible silencio que pasa de castaño a oscuro. Dulce eclipse de agua y terror que orbita toda la noche, yendo a la fosa del día salvaje en el que la madre mata, bomba hijo, hijo madre, hombre contra hombre, a rabiar, a rabiar, todo muera, todo muera. Que muera todo otro.

 

6.

Los peces rojos van y vienen sin aire, a medio cocinar, esperando que se abra un portal a lo largo de un seto de sombras y espinas, cerca de un salvajismo anterior a la vida.

 

7.

Un templo espacial.

Alas, y después, el cuerpo

lleva viudas sus gallinas al rebaño

y cambia la cosecha

pero las cosas ficticias

salen a sus anchas.

Ellas también tienen derecho a volar.

En un soplo destellan a su gusto

todos los platillos que practican

ese deporte violador, 

cuando ya la devastación no es más que ese todo.

 

8.

Pero ponientes madrugadas tal vez hayan envenenado el rayo bélico de la tarde, tan antiguo como el tiempo que naturalmente llega al verbo y también al pequeño escarabajo subacuático, abrazado a la pierna azul de la luna.

 

9.

Apenas víbora ávida

de soledad humana

consecuencia esencial del ser,

o más aún,

del no ser,

la niebla tambor.

 

10.

El corazón sí responde con besos de diente a diente, descongelándose como un pulpo gigante, temblando en el crepúsculo. En tal día, de repente late muy de prisa y ni siquiera sabe llamar a una puerta. Pero late. Suelta su pequeña encina

con una lengua azul

que titila

en cierta postura aureolada

 

11.

Semántica que hurra, que aúlla, a pesar de la ilusión única, forma de ser que atañe y vencerá.

De repente, sus disfraces de esperanza propia o de algún otro, se llenan de pelos de muchachas y de lenguaje ahora demasiado visible y demasiado tarde.

 

12.

Debe deslizarse lentamente sobre la superficie vacilante. Ojalá golondrinas de este mundo necesario. Y eso. Descifrar signos en el alma de quien descuida regar sus sueños. Escribir en el refugio antiaéreo, pa‑pa‑pa‑pá, o sea que no ahora, sino siempre, pa‑pa‑pa‑pa‑pá, escribir, escribir, escribir para construir un refugio antiaéreo.

 

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