Llegué a la Historia Oral por casualidad y causalidad. Estaba más o menos en la mitad de la carrera de Historia en el año 2000 y hacía poco había comenzado a frecuentar a algunos grupos de la izquierda política en Rosario, aunque sin participar activamente en ninguno de ellos (...) Hacia julio de ese año un militante comunista, Jaskel Shapiro, me convocó, invocando mi condición de historiador, para hacer «la historia de Zarza». Si bien no sentí demasiado entusiasmo para emprender esa investigación, no quise desaprovechar la oportunidad de registrar algunos relatos de vida. En particular, sentí la tentación de conocer más de cerca la historia, muchas veces desdibujada y mistificada, del frigorífico Swift de Rosario. Relatos como el de mujeres «charqueadoras» que con cuchillas en mano le hicieron frente a la policía para defender a sus compañeros, y otros sobre la desaparición de personas durante la última dictadura, cargaban el imaginario de una historia heroica y trágica a la vez.

Sobre los comunistas tenía conocimiento a través de algunos de mis familiares, que pertenecen a sus filas, quienes me habían transmitido en parte algunos principios básicos de la militancia y también algunos relatos acerca de personas ejemplares que pertenecían al PC como el del «médico de pueblo que tenía una actitud solidaria». Una narración similar apareció más tarde, casi por casualidad, en una entrevista a Pedro Covalcid, militante comunista.

Por entonces, tenía una visión positivista de la historia, arraigada en mi formación escolar y que a pesar de nuevas lecturas no llegaba a cuestionar fuertemente, como sí lo hice al cerrar este trabajo. Tampoco estaba empapado en el conocimiento de la Historia oral. Con el tiempo, comencé a explorarla, pero para entonces ya había tenido al menos dos entrevistas con Jaskel Shapiro y Ramón Zarza, es decir, ya había cometido algunos desaciertos en busca de datos empíricos. Esos fueron los motivos que marcaron mi primer acercamiento a la Historia oral en el que las preguntas de la práctica se anticiparon a la teoría. La primera de ellas fue la cuestión de la «veracidad» de las fuentes orales. Al tiempo que escuchaba a mis informantes, me daba cuenta de los errores cronológicos que cometían y, por supuesto, yo les oponía la jactancia de mi mayor dominio de la historia que me incitaba a corregirlos, a interrumpirlos. Más tarde percibí el error de hacerlo. Sin embargo, no lo comprendí acabadamente y la búsqueda de «la verdad» me llevó a indagar en los archivos, a iniciar una pesquisa.

Desde hacía tiempo los historiadores orales venían enfrentando la crítica sobre la veracidad de las fuentes orales. Uno de los pioneros fue Paul Thompson quien, como él mismo recordó posteriormente, dedicó a la cuestión dos capítulos de su libro La voz del pasado. Historia oral (1988). Para el investigador inglés el tema de la verdad y por consiguiente, la naturaleza de la memoria, deben ser un tópico muy importante para el historiador que analiza tanto las fuentes orales como las escritas. Y explica que en el testimonio del entrevistado se combinan dos tipos de contenidos: por una parte, la información fáctica que se refiere a la características comprobables de la persona —por ejemplo, dónde vivió, dónde trabajó— y por otra, los testimonios que también llevan la marca de «la fuerza modeladora de la memoria», así como de «la conciencia individual y colectiva».

Con Shapiro y Zarza, la verdad asomaba pero también aparecía «la fragilidad de la memoria». Thompson opinó que si bien es cierto que esos errores pueden existir, también es cierto que en las personas de avanzada edad los recuerdos del pasado lejano aparecen con mayor fuerza que aquellos de la cotidianeidad presente.

Pero eso era un dato menor frente a las indagaciones que les hacía a mis entrevistados. Los silencios, los posicionamientos ideológicos y las transposiciones en los relatos de las primeras entrevistas solo me provocaron, en un primer momento, la necesidad de aclarar y de contextualizar lo dicho, o sea, molestarlos en su relato. Estas experiencias motivaron un cierto alejamiento entre los entrevistados/informantes y el entrevistador/historiador.

No hay archivos. La importancia de la Historia Oral

Siguiendo la lógica positivista, el camino que tomé fue el de la revisión de archivos, principalmente los diarios de la época. No obstante, la información de la prensa parecía muy sesgada y, a raíz de mi trabajo en un medio periodístico, no tardé en confirmar que estas fuentes también pueden originar muchas dudas. Fue necesario, por tanto, comparar entre los distintos medios periodísticos y así fue que decidí analizar los diarios La Tribuna, La Capital y el semanario Nuestra Propuesta, órgano oficial del Partido Comunista en aquellos años. Sobre el primero de ellos había recibido una buena opinión por parte de los militantes comunistas pero las editoriales y el tratamiento dispensado a algunas noticias lo mostraban más ligado a la derecha política. En sus páginas, también había ambigüedad porque en ellas convivían noticias que favorecían a los comunistas con otras que beneficiaban a la empresa Swift o a alguna otra agrupación sindical o política. También se visualizaron solicitadas, espacios pagos, que deben contar la autorización del director del medio gráfico y que transmitían la expresión de sindicatos o partidos de izquierda. A su vez, la brevedad de las noticias que apenas contenían algunos datos de la situación no permitió vislumbrar la magnitud de los sucesos como por ejemplo la larga huelga de 1962 en diferentes gremios del movimiento obrero argentino. En dicha oportunidad no hubo un seguimiento del caso y no se tradujo el dramatismo de los acontecimientos. ¿Cómo describir la participación de los comunistas si la información aparecía a cuentagotas?

Por su parte, el diario La Capital tenía una fuerte identificación con la derecha política. Allí, los distintos grupos sindicales y la empresa descargaron sus opiniones, y en su mayoría aceptaban el derecho de los trabajadores pero tomaban distancia de los métodos elegidos por sindicatos o grupos y partidos de izquierda. Más allá de esto, este medio periodístico resulta ser una fuente importante de datos históricos. No obstante, en este diario también se destaca la brevedad de las noticias, lo cual recorta las posibilidades para un análisis acabado de la situación.

Hay que mencionar que ambos diarios contaban con una sección especial para asuntos gremiales que en el presente no se encuentra en los medios periodísticos (otra característica que demuestra el cambio de percepción de la sociedad hacia los temas sindicales).

La necesidad de ampliar las fuentes de información me llevó hacia otros archivos. Una buena opción fue el semanario Nuestra Palabra, órgano del Partido Comunista. La ventaja era que arrojaba mayor cantidad de datos y ofrecía un espacio más destacado a los temas sindicales tanto a nivel regional como nacional. La desventaja obvia la constituía su visión fuertemente parcializada aunque sugerente para observar la postura de la dirigencia del partido y cómo esta había marcado el pensamiento y accionar de los militantes comunistas e incluso su memoria en el presente.

Más allá de las fuentes que venimos mencionando, no existía nada. Al menos, nada abierto al público durante la primera década del siglo XXI, a los que yo tuviera acceso. Tanto el Sindicato de la Carne de Rosario como el frigorífico Swift de Rosario no concedieron el permiso para observar sus archivos, si es que los tienen. Por otra parte, debemos destacar negativamente el hecho que no exista una cultura archivística en el sindicalismo argentino. En gran parte, esto obedece a los golpes de Estado y otras formas de represión en nuestro país que llevaron a muchas de estas instituciones a desprenderse del material. Otras lo hicieron por el simple desconocimiento del valor que tiene el material para la historia y la identidad del gremio. A ello se suman los que prefieren ocultar el material por desconfianza a la investigación o para evitar que salgan a luz antiguos conflictos.

* Fragmento del libro Un faro de luces y sombras (Ultimo recurso, 2021).