Lorena Vega fue una de las primeras actrices del teatro alternativo en volver a la presencialidad. Luego de hacer funciones de su premiado unipersonal Yo, Encarnaciòn Ezcurra, dirigida por Andrés Bazzalo, en estos días comparte el escenario de Timbre 4 con Valeria Lois en La vida extraordinaria, de Mariano Tenconi Blanco, en tanto que acaba de reestrenar su biodrama Imprenteros, en el Metropolitan (Corrientes 1340, viernes a las 22.30).

Invitada a formar parte del Proyecto Familias que Maruja Bustamante dirigía en el Rojas, Vega tuvo piedra libre para diseñar su obra. “Primero pensé en una disertación, en una conferencia performática, pero después me dí cuenta de que era un biodrama”, explica. Las decisiones artísticas que la pusieron en la senda del teatro documental fue el apostar al uso del micrófono y a la primera persona para dar cuenta de un discurso referido a su historia personal: el haber crecido en el taller gráfico de su padre, haber vivido junto a sus hermanos rodeada de resmas de papel, máquinas ruidosas y olor a tinta. Luego vino la idea de que participen del montaje sus hermanos, también gráficos; Federico desde el video y Sergio Vega en la escena misma, donde habla y baila con inusual desenvoltura para un no actor. La casualidad quiso que por entonces Vivi Tellas organizara un taller sobre biodrama, de modo que en ese espacio Imprenteros fue perfilando su identidad.

Micrófono en mano, entonces, Valeria se presenta a sí misma y al sujeto alrededor del cual elabora su acción performática: Alfredo, su padre ya fallecido, segunda generación de gráficos y primer maestro de sus hermanos. En la obra hay también escenas actuadas por un elenco integrado por Vanesa Maja, Julieta Brito, Christian García, Mariano Sayavedra y Juan Pablo Garaventa, actores con los que Vega pudo concretar su objetivo: “reunir a mis dos familias, la de sangre y la del teatro”.

-¿Por qué elegiste contar una historia ligada a tu padre?

-Quise trabajar esa línea familiar porque hacía poco que había fallecido mi papá. Aunque es cierto que pude haber tomado la línea materna: mi mamá, mi abuela y mi tía son modistas, y vivieron en una chacra escuchando folklore. Pero acá, en cambio, hay un personaje del conurbano: la obra es una postal de una clase trabajadora más sostenida por los vínculos familiares que por las políticas económicas del país.

-¿Cómo está presentada la figura de tu padre?

-No quise demonizarlo ni idolatrarlo sino mostrar sus diferentes aspectos, sus claroscuros. Fue un exponente del patriarcado, pero hay que ver que tampoco tuvo acceso a espacios de reflexión sobre los vínculos. No quise hacerle un homenaje, porque la obra muestra que no tuve un padre ideal, da cuenta de que era obstinado y conflictivo. Pero también revaloriza el amor al oficio, al trabajo.

-¿Hay un paralelismo entre el oficio del imprentero y el del actor?

-Sí, porque habla del que es incondicional a una tarea artesanal, bella, sensible y en extinción. Esa es la herencia que recibí. Porque en la actuación yo también dejo todo mi tiempo, cuente lo que cueste. Ahí pongo en acto algo que está dentro mío. Y eso es lo que tiene en común con el ser imprentero.

-¿Fue difícil elegir los diferentes cuadros?

-Algunos relatos ya formaban parte de la tradición oral de la familia y de los amigos. Fue como si ya los hubiera tenido ensayados para su inclusión en esta obra. En general, muestro cosas muy masticadas y tramitadas por mí, una construcción que fui haciendo desde hace tiempo.

-Esto quiere decir que ya no hay rencor y que hasta podés hacer humor con lo que antes fue doloroso…

-Claro, porque toda mi vida fui pensando en lo que había observado sobre el trato vincular de mi padre con nosotros. Y fui entendiendo lo que significaba ser parte de una familia de clase obrera baja, que intenta sostener un pequeño emprendimiento independiente en la Argentina.

-¿Es posible hacer las paces con la historia familiar desde el teatro?

-La obra hace un giro poético que nos modificó a mí y a mis hermanos. Creo que un hecho artístico sana. Y crea identificación en los otros: los espectadores nos cuentan de dificultades laborales o de enojos familiares similares. Por eso sienten que Imprenteros habla de sus propias historias.