Los objetos de Silvana Lacarra (Bragado, 1962) son cosas hechas con un descuido asumido. Descuido no como desinterés, ni desidia, sino como esa leve falta de respeto hacia las versiones estilizadas del material y su jerarquía en el mercado de valores. Para mostrar la condición endeble o la tenacidad de la materia y su linaje de clase media o media baja, Lacarra no opta por la apariencia trash, lo cual podría resultar el camino más fácil, ni tampoco por la simulación infantiloide de pegatina y desparpajo. Su  quid está en la elección de sus ingredientes (nunca comprados, siempre rescatados: cartón, fórmica, ojalillos, revestimientos plásticos) y en la manera de combinarlos con una naturalidad que no manifiesta esfuerzos retóricos. Lo que las vuelve bellas es tanto la sensación de que pertenecen a un mundo escolar y doméstico como la certeza de que son piezas de arte acabadas, museísticas. Cada una nos ofrece ser testigos de una primera vez. La primera vez que la fórmica se encontró con el cartón corrugado. El momento exacto en que tres papeles se percibieron como amigos. La cosa no repercute como hallazgo ni sorpresa, sino como reconocimiento: esos elementos siempre debieron estar juntos, solo faltaba una celestina adecuada. 

Lacarra interrumpe el flujo de los objetos hacia la categoría desechos; los materiales,  incapaces de cumplir su función práctica en la vida diaria, tienen ahora la posibilidad de hablar de ellos mismos ampliando su función evocativa. Recolectados en los años 90 fueron guardados por la artista como un reservorio de energía dispuesta al retorno y al emparejamiento. En este sentido los objetos que componen la muestra La amorfo vuelven signados por la nostalgia. Los colores son de otra época, aunque la moda los haya rescatado una y otra vez, pertenecen a un imaginario del siglo pasado; el celeste agrisado con que Lacarra pinta extensos planos de cartón y reaparece en el revestimiento plástico de cocina de sus collages recrea los escenarios domésticos de la clase media. La carga emotiva que arrastra este color no puede ser borrada en las actualizaciones nominales de los pantones: Aguas de Lisboa, Aquitaine o Marea Baja, según la inventiva de la marca en cuestión, resultan denominaciones superfluas en comparación con las imágenes que surgen de la exposición directa al color: vestuario de club de barrio, fábrica, escuela pública, cárcel, hospital, comedor de la abuela, guardapolvos azul trabajo. Podría aventurarse entonces que la abstracción de Lacarra es sumamente figurativa, sus objetos acaparan un conjunto de estímulos que escarban directamente en el almacén de memoria sensorial de nuestros cerebros. Así, volvemos a las edades que tuvimos, ligadas a ciertos lugares, es posible incluso percibir el olor y el sonido de aquellos territorios. De esa geografía de rigor constructivo artesanal emerge la sensualidad de las obras de Lacarra. 

La fórmica, inventada en Estados Unidos en 1912 y utilizada para sustituir la mica como aislante eléctrico, encontró recién en 1970 su modo de ser rotundamente decorativo. Laminados variopintos vinieron a cubrir los muebles de una clase media encantada con la posibilidad de simulación infinita, simil mármol, granito, roble o color pleno. De manera práctica y económica, se lograba la misma sensación de solidez proporcionada por los materiales nobles y, además, era mucho más divertido. Pero si los materiales nobles al envejecer entran en el sagrado santuario de lo antiguo, los otros se vuelven, en el mejor de los casos, retro, una categoría de patas endebles y a menudo sospechada de gato por liebre. El laminado se salta y aparece el aglomerado, material higroscópico si los hay, y el encanto se acaba como una cenicienta trasnochada. 

Si en la muestra actual los objetos de Lacarra se apoyan más radicalmente en las carencias y en la economía de medios, no siempre fue así. Lacarra realizó en el pasado piezas más sofisticadas, en el sentido del acabado tercerizado y el costo, como su gran mesa de fórmica arqueada “Reunión de Directorio”, expuesta en la feria ArteBa en 2008 o sus fórmicas reptantes de comportamiento ondulatorio. Los objetos de la muestra actual acortan la distancia con el espectador en su modo de ser más casero, una especie de bricolage de calibración exquisita. 

No es frecuente que el humor se cuele en la abstracción. Los títulos elegidos por Lacarra en su serie de mesas del 2007 (“Mi sistema nervioso”, “Sagrada familia”, “Tan de repente”) ponen a los objetos a contar historias. Es la mesa por excelencia el objeto mobiliario en torno al cual tienen lugar confesiones, disputas, chismes y trivialidades; las mesas se vuelven plataformas útiles no solo para apoyar cosas sino para mantener las distancias, como árbitros mudos, entre los parlantes. Las mesas de Lacarra muestran en su estructura y superficie (anomalías en la altura de las patas, enchapados de diseño insólito, declives y torsiones)  la manera en que fueron afectadas por aquello que presenciaron. Surge entonces el objeto testigo, no a la manera de vestigio, ni mucho menos con la solemnidad de la reliquia, sino como objeto mutado, deformado por las vicisitudes transitadas. En La amorfo, título incómodo, los objetos mantienen su carácter testimonial sin ocluir su condición autónoma. 

Desde 2016, en el marco de las muestras de la galería Gachi Prieto, se desarrolla el ciclo Escenario Prestado, un espacio de dilecta concentración poética que, en palabras de su creadora, María Alejandra Gatti, “propone un acercamiento distinto a la experiencia con la obra: escritores, artistas y curadores son invitados a escribir textos que surgen de una serie de encuentros con la única consigna de pensar la obra como disparador. El ciclo se propone construir de forma colectiva un discurso poético, un entramado de voces que desde la literatura devele otro recorrido en el contacto con las artes visuales”. Han participado en el ciclo  Selva Almada, Mercedes Halfon, Marcos Kramer, Natalia Romero, Dolores Canestri, Silvia Gurfein, Lorena Fernández y María Ferrari Hardoy entre otros escritores y artistas. A fin de mes se hará la presentación del Acto # 7 en torno de la muestra de Silvana Lacarra. En una época donde los comités interdisciplinarios y el llamado al diálogo se convierten en caballitos de batalla del discurso político, Escenario Prestado se ofrece, por la honestidad de sus vínculos, como un pequeño oasis.

Hasta el 28 de abril en Gachi Prieto Arte Latinoamericano Contemporáneo, Aguirre 1017.