Freaky     8 puntos 

Estados Unidos, 2020.

Dirección: Christopher Landon.

Guion: Michael T. Kennedy y Christopher Landon.

Duración: 101 minutos.

Intérpretes: Vince Vaughn, Kathryn Newton, Alan Ruck, Uriah Shelton y Katie Finneran.

Estreno en salas.

A no dejarse engañar por el nombre de caballero inglés. Involucrado en el proceso creativo del grueso de las entregas de la saga Actividad paranormal, con varias coautorías de guion y la dirección de una de ellas, el angelino Christopher Landon saltó a los primeros planos con Feliz día de tu muerte (2017). Aquella película -del prolífico estudio Blumhouse, una de las casas creativas más importantes de la última década- honraba con orgullo dos tradiciones distintas pero de larguísima convivencia. Porque la mixtura de comedia y terror será cualquiera cosa menos novedosa. Allí había una estudiante facultativa perseguida por un asesino enmascarado –tópico por excelencia del cine de los sustos y gritos– que, por razones que en principio desconoce, al morir no veía la luz blanca de Victor Sueiro, sino que revivía una y otra vez en la mañana del día de su asesinato. Esa cruza metadiscursiva, deudora del espíritu noventoso de Scream pero también del de Hechizo del tiempo y la notable ¡Ni idea!, es en Freaky aún más depurada, más despatarrada y cómica.

Todo empieza un miércoles 11, cuando un reputado asesino serial, conocido con el sugerente apodo de “Carnicero” y de amplia trayectoria en el pueblito donde transcurre la acción, sale de su letargo anual para la especialidad de la casa: faenar adolescentes a domicilio. En una de esas visitas, después de clavar a una chica contra la pared, encuentra una daga que se lleva sin saber que tiene un origen maya y unas cuantas leyendas atrás, ninguna precisamente positiva. Intercambiar los cuerpos entre víctima y victimario, por ejemplo, un hechizo solo reversible durante las primeras 24 horas. Mientras tanto, a unos kilómetros de distancia, la pobre Millie (Kathryn Newton) -como el personaje de Neve Campbell en el hit noventoso de Wes Craven- atraviesa el duelo ante el primer aniversario de la muerte de su padre.

Millie vive con mamá y su hermana mayor, de oficio policía, y su vida es un calvario diario, la elevación a la enésima potencia de una violencia escolar que llega de todos lados y que Landon convierte en uno de esos motivos cómicos venenosos destinados a incomodar a más de uno. Ni bien llega al cole junto a un amigo y una amiga, una compañera le enrostra su vestimenta de pobre; después, en una clase de carpintería, el profe con menos tacto que se recuerde le cambia de sopetón la fecha de entrega de un trabajo práctico (¡una cucha para perros!) y le pega una humillación monumental frente a sus compañeros tratándola de burra irredenta. El postre se sirve esa misma noche durante el partido de fútbol americano del equipo estudiantil. ¿Acaso Millie es buena deportista? Desde ya que no: ella pisa el césped para desempeñarse como mascota con un traje de castor ridículo que la cubre de cuerpo entero. Como el partido no parece muy entretenido, los jugadores aprovechan para revolearle vasos y decirle que es más linda con disfraz que sin él. Millie termina la jornada pegoteada de gaseosa y sola en el estacionamiento, una situación ideal para que el carnicero estrene la daga.

Y al otro día, la desgracia: El Carnicero despertando en el cuerpo y la casa de Millie, y ella haciendo lo propio abajo de un puente y atrapada dentro del 1,90 del enorme –en todas sus acepciones- Vince Vaughn. Meter a un serial killer a un secundario suena a masacre, y efectivamente lo es, con los inevitables enredos mientras uno busca al otro –o una a la otra– mixturándose con una brutalidad gore de autoconciencia plena, en dos escenas con hasta las cámaras salpicadas de sangre. A medida que se acerca el deadline para recuperar los cuerpos y Millie (o sea, Vaughn) esté más cerca del suyo, Freaky afila los cuchillos y su humor, claro, es un puñal de sorpresas. Ver la escena con el chico que le gusta en el auto. Licuadora humana noventosa, Landon chorrea posmodernismo con el cinismo en situaciones pensadas y creadas desde el mundo del cine. Lo particular es que no necesita andar gritando que es cool ni escupiendo guiños para hacer un universo de códigos de identificables. Es, pues, un director con todas las letras.