Ese poder sorprendente que tiene la música; de trasladarnos, de movernos, de cambiarnos el ánimo se parece al poder de los olores o perfume: cómo a través de ellos podemos revivir un verano de la adolescencia, un amor que no fue…

Evocar es una palabra de raíz latina, que viene de evocare, y significa llamar espíritus o traer algo a la memoria. Al evocar algo pasa en nuestro cuerpo, puede ser que el corazón se agite, que caiga alguna lágrima, que algún fluido se deslice apenas perceptiblemente.

No quiero que un super yo censor me bloquee la entrada a la memoria. Respiro, respiro y se me viene una habitación alfombrada del departamento dónde vivía a mis dieciocho años. Belgrano R, a la vuelta de la vía en Zapiola y Pampa, tren que pasaba a cada rato y arritmaba los días con el ruido de su tránsito. Estaciones en una suerte de atemporalidad que evocaban también otros viajes y otros años anteriores de los que ahora intento traer al papel. Ahí tan adolescente como solía estar entre el aparato de teléfono, la alfombra, las postales de pintores en el corcho de la pared; entre los perfumes y las ganas de tantas cosas, estaba yo. Iba a la ORT, que es un colegio un poco judío, privado, bastante elitista. Tenía cosas buenas y otras no tanto, para mí demasiado “conchetas”, sin embargo, tuve la oportunidad de conocer personas muy interesantes que a cada rato sigo evocando y en algunos casos encontrándome cada tanto. Fue mi amiga Yamila quien me presentó a monstruos como Fito, Spinetta, Mateo, Lazaroff. No puedo recordar cómo fue exactamente que llegué a La la la de Spinetta – Paez. Creo que, curioseando en las bateas de Musimundo, cosa que me apasionaba.

Había encontrado un disco que no se parecía a nada; era puro contenido. Canciones como “Asilo en tu corazón”, “La la la”, “Instantáneas”. Era un camino casi cinematográfico. Escucharlo de punta a punta. Ahí me encontré un poco más con quien era, con quien empezaba a ser y con quien sería. Después de recibir siempre la pregunta respecto a si mis papás me habían puesto Grisel por el tango y siempre decir que no y hasta ese entonces, si mi recuerdo no me traiciona, no haber escuchado la versión tanguera de "Gricel".

El encuentro con “Gricel” en la versión de Spinetta – Paez fue revelador y tranquilizador. Una puerta suave para que una adolescente de familia no tanguera pudiera entrar en el tango. Sin embargo, fue mucho más que eso. Confieso en este juego de libre escritura que sentía que me lo cantaban a mí. Era hermoso. Y cuando lo escuchaba, a la vez, me sentía esa Gricel cantándole a su amor, mientras que para mí, la vida era un gran desamor…

En ese momento no distinguía y tampoco quería hacerlo, en qué parte cantaba Spinetta y en cual Fito, eran los dos uno. De manera que esa canción fue uno de los primeros eslabones en mi búsqueda como música. La siento como una caricia justa, el piano justo, la guitarra justa y un decir perfecto que suena enamorado, presente, tan pero tan vivo. Fue entonces que el tango de Mores y Contursi se vuelve una versión tan lograda que se transforma casi en una nueva canción. Canción que siempre es actual porque tiene ese misterio que tienen los clásicos. Me caló tan profundo que forjó y sigue forjando mi vida y mi identidad como música. Se mezcla con las primeras borracheras y los primeros encuentros amorosos, con la cadencia que acarrea descubrirse. Devino en mí más música, más poesía y sobre todo más pregunta. Entonces procuré conocer más a los intérpretes y --por supuesto y por qué no-- entrarle al tango, casi como bordeándolo, hasta quedar deliciosamente atrapada, pudiendo siempre salir pero queriendo siempre volver. Ahora dejo de evocar y vuelvo a Buenos Aires 2021 y me encuentro buscando, ya lejos de la adolescencia pero sabiendo de adoleceres, abrazando a la improvisación y al método, al trabajo y a lo misterioso y epifánico de la creación. Entendiendo el acontecer como un collage de eventos que es todo lo que nos pasa y que por supuesto incluye a la música como una suerte de entramado que nos alimenta, despierta y acompaña, y que sin darnos cuenta vamos editando mientras cortamos y pegamos nuestros recuerdos más próximos y más lejanos. Entonces Grisel mira a Gricel, le sonríe y sigue cantando otros nombres, otras cosas, otras voces y otros gritos. Gracias Contursi, Mores, Fito y Spinetta.

Grisel Bercovich, cantante, encuentra sus inicios en el tango, el cuplé español y la canción francesa, una estética de vodevil que la definió durante varios años, mezclando humor y dramatismo. Además de intérprete y compositora, Grisel es creadora de espectáculos que unen canción y teatralidad. Participó en obras dirigidas por Daniel Suárez Marzal, de quien además fue su asistente durante algunos años. En enero de 2021 lanzó el Ep Grisel canta a Contursi junto al pianista Juan Correa, donde interpreta una selección de tangos-canción correspondientes a la obra que José María Contursi le dedicó a su musa inspiradora, Susana Gricel Viganó. La música de Gricel canta a Contursi formará parte del espectáculo cancionístico-teatral Traspacielo, a estrenarse durante este año, inspirada en la historia de amor entre el célebre letrista y Gricel.