Los hechos ocurrieron hace muchos años, antes de ser mamá, para ser más precisa. En la era premadre, una de las cosas que disfrutaba mucho eran las noches de cine con Pablo, mi novio en ese momento. Aquella vez salíamos de la función y fuimos al estacionamiento a buscar el auto. Al llegar había una cola de unas diez personas, así que Pablo me dio las llaves para que lo esperara adentro. Como siempre, yo tenía unos tacos altísimos y esa noche estaba cansada. Caminé hasta el coche y al instante lo vi regresar. ¡Qué rápido había hecho! Algo no cerraba.

«Bajate y acompañame», me pidió. ¿A dónde? «¡Vení!», insistió de forma imperativa. Me llevó a la zona de cajas nuevamente y me paró frente a un flaco. Yo estaba desconcertada. «¡Decí todo lo que comentaste de mi novia delante de ella!» El sujeto quedo pálido. Pablo volvió a la carga: «¡Repetí eso que escuchamos todos, pero en su cara! Jamás te imaginaste que el novio estaba en la fila, ¿no? ¡Ves que sos un cagón! ¡Ahora te callás! ¡Claro! ¿Para insultarla y agredirla por la espalda tenés pelotas, pero para decirle las cosas en la cara, no?».

El tipo estaba con una chica que le decía a Pablo que lo dejara, que basta, que terminara. Nunca le sugirió a su acompañante que pidiera disculpas, ni quiso dar a entender que había sido una equivocación. Yo no sé si era una amiga, la hermana, compañera de trabajo o la novia. Recuerdo haberle preguntado a ella si no se daba cuenta de que estaba con un idiota que, además, era un cobarde. A todo esto, cada vez más personas se sumaban y presenciaban la escena. ¿Saben cómo termina la historia? La gente de la fila defendiendo al machirulo desubicado. A un flaco que demostró públicamente su transfobia y discurso de odio.

No sorprende, nosotras somos invisibles: ¿qué respeto le pueden tener a una trava? En este sentido, lo que protegió al hombre, en realidad, no fue un grupo de personas sino un pensamiento alienado del que es muy difícil desprenderse. Esa fue la verdadera unión de la noche, la que se produjo en torno a una estructura donde la expulsión y el desprecio por la diferencia estaban naturalizados. En vez de poner el foco en su acto discriminatorio, se nos observó a Pablo y a mí en nuestra bronca por ser tratadxs así.

Traje esta pequeña introducción para hablar de este tema, como ya lo hice en columnas anteriores. No me gusta ser reiterativa, pero en este caso tengo que serlo. Como ya les conté en otras ocasiones, la cuarentena no detuvo el odio hacia la comunidad LGBTQ+. El Observatorio MuMaLá informó que en el 2020 hubo 13 crímenes de odio y 104 ataques contra la comunidad LGBTIQ+. Según este parte, se produjeron 99 travesticidios sociales, las exclusiones hacia la comunidad travesti/trans de las cuales hago siempre referencia. El 61% de las víctimas de ataques fueron travestis y mujeres trans. El 26% gays, el 9% lesbianas, el 3% varones trans y el 1% no binaries. En el 38 % de los casos, la víctima necesitó atención medica. El 32% de lxs agresores son desconocidxs. El 28%, conocidxs. El 25% son miembros de las fuerzas de seguridad. Y luego, siguen los profesionales de la salud (7%), periodistas (2%) y profesionales de la educación (3%). Los crímenes de odio suelen suceder a la vista de todxs. El 34% de los hechos ocurren en la vía pública. Ahora mismo estamos a un mes de la desaparición de Tehuel y es triste saber que este será uno más que formará parte del informe de 2021.

Si hoy pudiera estar nuevamente ante el hombre del estacionamiento, mi actitud sería quizá responderle con estas cifras, echárselas en cara. Porque estos porcentajes no van a disminuir por arte de magia: requieren nuestra intervención. Si nos interesa vivir en una Argentina menos violenta, debemos juntarnos, a pesar de las diferencias políticas, nuestra elección sexual, la raza o la religión. Todxs unirnos en un pedido urgente. Por más políticas públicas para nuestro colectivo LGBTIQ+, que luchen contra la violencia y la discriminación, con penas severas a quienes las infringen. Porque, como todxs sabemos, la vulneración de derechos lleva a la precariedad y además reduce aún más la expectativa de vida de muchxs. Es urgente, también, que se aplique la ESI en todas las escuelas. Y como ciudadanxs, no seamos indiferentes ante estos hechos: hay que hablar, ayudar y pedir ayuda, pero fundamentalmente, denunciar.