Se derrumba en el piso de su laboratorio y la agonía es un pasaje hacia ese mundo de hospitales que intentó eludir toda su vida. Después, con cierta premura, la vemos joven e intempestiva en un encuentro casual con el hombre que sería su marido y con el cual construirían una alianza científica inclaudicable. María Sklodowska era puro temperamento en París de finales del siglo XIX donde peleaba por su lugar como investigadora y académica. Era una extranjera en todo sentido. Polaca en una época donde su país estaba bajo el mando soviético, no había podido formarse en la universidad de Varsovia porque ese espacio no admitía mujeres pero logró ingresar a la Universidad Volante, una institución clandestina que dictaba clases en polaco como una forma de resistir a la imposición del idioma ruso. 

Su padre era un científico avanzado y crió a sus hijas en el derecho y la confianza en desarrollar su talento para la ciencia. María trazó una estrategia que la llevó a París, más precisamente a la Sorbona. Allí logró graduarse en 1893 en física y en 1894 se licenció en matemáticas, casi en absoluta soledad. Cuando se encuentra con Pierre Curie, al que conocía porque era un científico destacado pero un poco marginal, ella trabajaba en una investigación sobre las propiedades magnéticas de diversos aceros que le había encargado la Sociedad para el Fomento de la Industria Nacional. 

Era una científica que tenía muy en claro lo que quería investigar aunque sus discusiones y sus posturas intransigentes, la llevaron a quedarse sin el apoyo para poder materializar sus intereses. Radioactive, la película dirigida por Marjane Satrapi que se estrenó en Netflix, es una biopic un tanto torpe en su estructura, que a veces se ve superada por su personaje pero consigue entender el vínculo que unió a Pierre y Marie Curie. La trama deja que los sentimientos y la ambición por el conocimiento no le teman a las asperezas y a las debilidades, a una paciencia que no elude los modos que lxs dxs tuvieron que implementar para adaptarse a la genialidad y al amor del otro. 

Pierre le ofrece a Marie (ya había dado el primer paso para modificar su nombre con una impronta francesa) su laboratorio para llevar adelante los experimentos que requería su tesis doctoral. Henri Becquerel era un físico francés que había descubierto accidentalmente la radioactividad durante una investigación sobre la fluorescencia. Él había demostrado que las sales de uranio emitían rayos de una naturaleza desconocida, sin la necesidad de ser expuestas a la luz. Marie continúa esta investigación y descubre que los compuestos formados por el torio también emitían rayos de forma espontánea. Pierre deja de lado sus investigaciones y pone a su laboratorio a acompañar las hipótesis de Marie. No pasa mucho tiempo hasta que le propone matrimonio. 

Para el momento en que Marie y Pierre presentan en 1898 el polonio y el radio frente a la comunidad científica y coronan el fenómeno de la radioactividad, ella ya se había convertido en Marie Curie. El film se sostiene en los momentos en que la directora comprende que Pierre fue ese punto de arraigo que Marie necesitaba para poder canalizar su trabajo. La joven polaca podría haberse perdido en ese universo de hombres al que enfrentaba de un modo extremo y potente. Pero la película se debilita en cierta pretensión de totalidad y en una corrección feminista por señalar las proezas de Marie. Las referencias a las masacres que el descubrimiento de la radioactividad hizo posible, como Chernóbil o la bomba de Hiroshima se apresuran a ser contrastadas por la implementación de los rayos x durante la Primera Guerra Mundial que detuvieron las amputaciones que sufrían los combatientes heridos. 

La promotora de esta idea fue su hija, Iréne, que acompañó a su madre en una ambulancia con la que recorrieron el campo de batalla y facilitaron la atención de lxs médicxs. Cuando la academia sueca quiso darle el premio Nobel de física a Pierre Curie en el año 1903, él se adelantó a manifestar que lo rechazaría si no incluían a su esposa en el reconocimiento. En la película hay una escena donde él va a Estocolmo en solitario, porque Marie acababa de dar a luz a su segunda hija, y cuando regresa, su esposa lo recibe enfurecida y lo acusa de haber robado su talento. Otras versiones indican que Pierre jamás fue a Estocolmo y se quedó con su mujer con quien compartía la cotidianidad doméstica y profesional. La escena parece estar para señalar la insatisfacción que vive Marie y la imposibilidad de la mujer de desprenderse de su rol de madre, aun cuando finalmente, la academia le concede el Nobel.

A Satrapi le interesa ubicar a su personaje como alguien que transgrede las formas esperables de la maternidad. No demuestra la menor culpa al ser sorprendida por sus hijas pequeñas en la cama con su amante cuando, ya viuda, se enreda en amoríos con un colega del laboratorio que estaba casado. La directora marca la rebeldía de Marie en el plano de lo íntimo al mismo tiempo que conquista espacios académicos. Es la primer mujer en conseguir una cátedra en la Sorbona, sus alumnxs la aplauden de pie pero a lxs parisinos su presencia comienza a molestarle. La ven indecente, sus descubrimientos son apreciados con una maldad bastante injusta y para ellxs ser polaca es casi igual a ser judía en ese antisemitismo incipiente que se instala en Europa. 

Satrapi crea un personaje total, una mujer que no deja instancia sin subvertir y que obtiene su segundo Premio Nobel en 1911 (en este caso de química) cuando hacía varios años que su marido había muerto. Es la única persona que recibió esa distinción dos veces. Si sumamos el Nobel de su hija Iréne Curie en 1935 tenemos una familia con tres Premios Nobel. La excepcionalidad se completa. La película se convierte en una experiencia que vale la pena transitar gracias a la actuación de Rosamund Pike que alcanza ese estado de contienda permanente como distinción del carácter de Marie. La directora está demasiado fascinada por su personaje pero Rosamund Pike responde para humanizarla y confesar esos delicados destellos donde se anima a ser despojada de toda empatía, incluso cuando el guión la obligaría a componer un trazo grueso, casi ilustrativo.

Para Marie Curie pocas cosas eran más bellas que la contundencia del radio que descubrió en un laboratorio precario, sin la ventilación adecuada. Ese amor la llevó a trabajar sin protección, tal vez en el único acto sacrificial de su vida. En un deseo por el conocimiento que no se detenía, la directora se aferra a una épica que viene a salvarla hacia el final del film. Marie Curie muere en 1934 por una anemia aplástica que pudo ser provocada por su exposición a la radiación. Aún hoy sus escritos conservan efectos radiactivos y quienes intenten consultarlos deberán vestirse con una escafranda porque el riesgo todavía está allí, como si la protagonista continuara viva.